¿Dónde estás?

18 de Setiembre de 2020

[Por: Armando Raffo]




¿Dónde estás? es la primera pregunta que hace Dios al ser humano en la Biblia (Gn. 3,9). Como la formula inmediatamente después del pecado original solíamos entender que se trataba de una pregunta casi retórica para enrostrar a Adán el pecado que había cometido. Así mismo y con una mirada más infantil no faltaron quienes pensaron que la pregunta aludía a la ignorancia de Dios respecto del paradero de Adán, como si de un juego a las escondidas se tratase. Obviamente, el libro del Génesis, es decir el libro que narra los orígenes, no se dedica a contar cosas anecdóticas o sin importancia. No se trata del Dios que quiere acusar o que no sabe dónde está su creatura. El libro del Génesis nos habla de los “principios” que rigen siempre y que funcionan en nuestras vidas y sociedades como los andariveles que nos llevan a la vida o a la muerte. 

 

Como fue dicho, la pregunta de Dios a Adán ocurre luego de los relatos de la creación y del pecado original. Esto quiere decir que ocurre cuando el ser humano se encuentra en la historia tal y como lo conocemos: un ser creado por Dios a su imagen y semejanza y pecador, es decir, atravesado por deseos y dinamismos que lo deshumanizan. Como sabemos, el pecado original desencadena distorsiones y engaños profundos sobre la identidad y misión del ser humano en la historia. De ahí nacen los delirios de grandeza y la distancia con respecto al prójimo. 

 

Podríamos decir que la serpiente (referencia del enemigo de la naturaleza humana, el Demonio o mal espíritu) insufla deseos de grandeza que son propios de una mirada poco realista sobre la vida y la condición humana. Se puede entender la prohibición de Dios con respecto al árbol de la ciencia del bien y del mal (cfr. Gn.2,17) como una advertencia radical del peligro que entraña desdibujar lo que es bueno y también lo que es malo. Hemos de entender la prohibición como una indicación al ser humano para que no se establezca como centro único y autorreferente de todo; existen los otros y la realidad que deben ser respetados como tales. Ese respeto, necesario para estar sobre los propios pies y sobe la realidad en general, entraña o se expresa en una prohibición. En ese sentido, entendemos la prohibición como una advertencia respecto de lo que deshumaniza. 

 

La primera y más importante distorsión que se ofrece en el texto se encuentra en la afirmación de la serpiente: “Dios sabe muy bien que el día en que comieren de él (del árbol que estaba en el centro del jardín y del que Dios les había advertido no comer –prohibición- porque traería la muerte, como si se tratase de un árbol venenoso), se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal (Gn.3,5).  Como se dijo, se trata de una prohibición que pretende guardar la vida humana y sus reales posibilidades y no de un límite para el desarrollo de la vida humana en sus posibilidades reales. La serpiente, en una sola movida, establece una competencia con el Creador al mismo tiempo que le insufla deseos que no son posibles, que son una mentira que acaba escindiendo al ser humano consigo mismo.

 

Después de comer del fruto prohibido, “se les abren los ojos” y caen en la cuenta de su desnudez y empiezan a cubrirse, a esconderse; pierden la inocencia y la espontaneidad para dar paso al cálculo y al ocultamiento. Las sombras y los repliegues ganan terreno en el corazón de Adán y Eva.

 

En esa misma línea debemos entender la pregunta de Dios a Adán y Eva. De hecho, Dios aparece como el interlocutor que les ayuda a tomar conciencia de la realidad en que se encuentran. ¿Qué fue lo que les llevó a colocarse taparrabos y a esconderse de Dios? ¿Cómo es que ahora se acusan el uno al otro para no enfrentar la verdad o su realidad?  Yahvé les ayuda a tomar conciencia de su realidad a través de las preguntas que les va haciendo y también sobre las circunstancias en que tendrán que desarrollar sus vidas. Desconfiar de Dios y de su palabra les llevó a mirar sus circunstancias concretas como limitaciones y no como las posibilidades reales de amar a los otros y hacerse cargo de la creación. Yahvé les bendice invitándoles a ser fecundos, a multiplicarse y a hacerse cargo de toda la creación (Cfr. Gn.1, 28-30) Cuando les bendice, dice bien, es decir, confía en que dirán bien a través de sus vidas y en su relación con la creación entera. 

 

La Palabra nos desafía a descubrir a Dios como el interlocutor más radical y más incondicional para nuestras vidas. A nadie se le oculta que crecemos con otros, que son los otros que nos llaman a la vida. Hablamos porque nos hablaron, amamos porque nos amaron. Somos seres radicalmente sociales y solo somos con los otros. El libro del Génesis nos dice que el último, o primero, según se mire, de los interlocutores que nos sostienen y personalizan en la vida es el mismo Dios. Ese Dios que se acerca a nosotros de mil maneras y, muy especialmente, a través de los otros que nos son significativos. Ese Dios que se acerca a través de “su Palabra” consignada en la Biblia y que fue acogida y descifrada por otros en mil historias y en distintas circunstancias. 

 

En efecto, el Señor se acerca en forma de pregunta para ayudarnos a tomar conciencia de nuestra realidad: ¿dónde estás? El Señor es el interlocutor que puede ayudarnos a tener una conciencia más amplia y profunda sobre nosotros mismos y sobre lo que podemos construir en la historia.

 

La Palabra de Dios nos desafía a través de preguntas, relatos e indicaciones de diverso tipo, a crecer en conciencia sobre nosotros mismos y nuestra realidad. ¿Dónde estás? Intentando ir al fondo del asunto podríamos decir que cada vez que nos preguntamos con seriedad y honestidad por lo que hacemos y soñamos, estamos siendo “tocados” por el mismo Dios; ese Dios que, como nos lo recuerda Juan, está lleno de gracia y verdad (Jn.1,14) El Señor nos invita a tener una mayor conciencia sobre nuestra historia, nuestra verdad y sobre lo que entraña nuestra misión como creyentes en el mundo. “¿Dónde estás?”. El Señor es pregunta que desata procesos y nos pone en marcha.

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