15 de Setiembre de 2020
[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]
La Covid-19 nos remite a un problema ecológico: la reacción de la Madre Tierra y de la naturaleza que, como entes vivos, han reaccionado contra la agresión sistemática que sufren desde hace siglos por parte del voraz proceso productivista que no respeta los límites de sostenibilidad y ha destruido los hábitats de los virus. Estos buscan en otros animales o en nosotros los humanos un nuevo hábitat, de cuyas células se alimentan. Es consecuencia del tipo de civilización científico-técnica que creamos a partir del siglo XVII que trataba a la Tierra y a la naturaleza sin propósito, y cuyo único valor era estar a disposición del uso de los seres humanos, para sacar ventajas de todo tipo, especialmente, económicas.
La visión secular de la Tierra como Magna Mater y Pachamama fue abandonada. Sólo modernamente con la nueva cosmología y biología se ha recuperado la noción de la Tierra como un Super Ente vivo que se autoorganiza sistémicamente para mantenerse vivo y producir siempre vida, denominada Gaia.
Hoy, con la Covid-19, la concepción de la Tierra-Gaia y Pachamama de los pueblos andinos, ha adquirido relevancia. Nos muestra la urgencia de rehacer el contrato natural con ella, violado hace mucho, si queremos frenar su contraataque contra la humanidad. Ella ha enviado ya una gama de virus, entre ellos el actual coronavirus, que por primera vez está asolando a todo el planeta. Tales virus, junto al calentamiento global y otros eventos extremos son señales enviadas por la Madre Tierra para que reflexionemos y cambiemos nuestra forma da habitar en ella y nuestro modo destructivo de producción.
La lección que hay que sacar de estas señales es que debemos volver a sentirnos parte de la naturaleza y no sus dueños, y que nosotros los humanos somos la porción inteligente de la Tierra con la misión de cuidar de ella, como condición de nuestra propia supervivencia.
Para eso necesitamos figuras ejemplares que nos muestren que otra relación amigable y no destructiva para con la Madre Tierra y para con la naturaleza es posible. En verdad, es la única que se revela benéfica para ambas partes de este contrato natural.
En Occidente surgió un cristiano de excepcional calidad humana y religiosa que vivió una profunda fraternidad universal con todos los seres de la naturaleza: Francisco de Asís (1284-1226).
En su encíclica de ecología integral, Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común, el Papa Francisco presenta a San Francisco «como el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es frágil, vivido con alegría y autenticidad. Es el patrono de todos los que estudian y trabajan en el campo de la ecología, amado también por muchos que no son cristianos» (n.10). Dice todavía más: «Corazón universal, para él cualquier criatura era una hermana, unida a ella por lazos de cariño; por eso se sentía llamado a cuidar de todo lo que existe… hasta de las hierbas silvestres que debían tener su lugar en el huerto» de cada convento de los frailes (n.11.12).
El historiador Lynn White Jr. en 1967 en su divulgado artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica” acusaba al judeocristianismo, por causa de su visceral antropocentrismo, de ser el factor principal de la crisis que en los días actuales se ha transformado en un clamor. Por otro lado, reconocía que ese mismo cristianismo tenía un antídoto en la mística cósmica de San Francisco de Asís. Para reforzar la idea sugería que fuese proclamado “patrono de los ecologistas”, cosa que hizo el Papa Juan Pablo II el día 29 de Noviembre de 1979.
Efectivamente, todos sus biógrafos como Tomas de Celano, San Buenaventura, la Leyenda Perusina y otras fuentes de la época, afirman «la amigable unión que Francisco establecía con todas las criaturas; se llenaba de gozo inefable todas las veces que miraba el sol, contemplaba la luna y dirigía su mirada a las estrellas y al firmamento».
Daba el dulce nombre de hermanos y hermanas a cada criatura, a las aves del cielo, a las flores del campo y hasta al feroz lobo de Gubbio. Construía fraternidad con los más discriminados como los hansenianos (leprosos) y con todas las personas, como el sultán Melek el Kamel de Egipto con quien mantuvo largos diálogos y mutuamente se admiraban.
En el hombre de Asís todo viene rodeado de cuidado, simpatía y ternura.
El filósofo Max Scheler en su conocido estudio sobre “La esencia y las formas de simpatía” (1926) le dedica brillantes y profundas páginas. Afirma que «nunca en la historia de Occidente surgió una figura con tales fuerzas de simpatía y de emoción universal como encontramos en San Francisco. Nunca más se pudo conservar la unidad y la entereza de todos los elementos como en San Francisco, en el ámbito de la religión, de la erótica, de la actuación social, del arte y del conocimiento» (1926, p.110). Tal vez por esta razón Dante Alighieri lo llamó el “sol de Asís” (Paraíso XI, 50).
Esta experiencia cósmica adquirió una forma genial en su “Cántico al hermano Sol”. Ahí encontramos una síntesis acabada entre la ecología interior con la ecología exterior.
Como mostró el filósofo y teólogo francés, el franciscano Éloi Leclerc (+1977), superviviente de los campos de exterminio nazi, para él los elementos exteriores como el sol, la tierra, el fuego, el agua, el viento y otros no eran apenas realidades objetivas sino realidades simbólicas, emocionales, verdaderos arquetipos que dinamizan la psique en el sentido de una síntesis entre el exterior y el interior y una experiencia de unidad con el Todo.
Estos sentimientos, nacidos de la razón sensible y de la inteligencia cordial, son urgentes hoy si queremos rehacer la alianza de sinergia y de benevolencia con la Tierra y sus ecosistemas.
El gran historiador inglés Arnold Toynbee reflexionó acertadamente: «Para mantener la biosfera habitable durante otros dos mil años, nosotros y nuestros descendientes tenemos que olvidarnos del ejemplo de Pedro Bernardone (padre de San Francisco), gran empresario de tejidos del siglo XIII, y de su bienestar material, y empezar a seguir el modelo de su hijo, Francisco, el más grande de todos los hombres que hayan vivido en Occidente. El ejemplo que nos da San Francisco es que los occidentales debemos imitarlo con todo nuestro corazón, porque es el único occidental que puede salvar la Tierra» (El País, 1972, p. 10-11).
Hoy San Francisco se ha convertido en el hermano universal que está más allá de las confesiones y culturas. La humanidad puede enorgullecerse de haber tenido un hijo con tanto amor, con tanta ternura y con tanto cuidado por todos los seres, por pequeños que parecieran.
Él es una referencia espontánea de una actitud ecológica que confraterniza con todos los seres, convive amorosamente con ellos, los protege contra las amenazas y los cuida como hermanos y hermanas. Él supo descubrir a Dios en las cosas. Acogió con jovialidad las enfermedades y las contradicciones de la vida. Llegó a llamar hermana a la propia muerte. Estableció una alianza con las raíces más profundas de la Tierra y con gran humildad se unía a todos los seres para cantar loores con ellos y no solo a través de ellos, como dice en su Cántico, a la belleza y a la integridad de la creación.
Como arquetipo, Francisco penetró en el inconsciente colectivo de la humanidad, en Occidente y en Oriente y desde allí anima las energías bienhechoras que se abren a la relación amorosa con todas las criaturas, como si estuviésemos aún en el paraíso terrenal (cf.L.Boff, Francisco de Assis: saudade do paraíso, Vozes 1986).
Él nos muestra que no estamos condenados a ser los agresores pertinaces de la naturaleza sino su ángel bueno que protege, cuida y transforma la Tierra en una Casa Común de todos, la comunidad humana y terrenal. Él suscita en nosotros la saudade de una integración que perdimos por causa de la ruptura que establecimos con la naturaleza. Con él nos convencemos de que, por todos los lados, hay todavía señales del paraíso terrestre que nunca se perdió totalmente.
El espíritu de San Francisco, el hermano universal, podemos recrearlo dentro de nuestro interior e irradiarlo hacia el exterior, como lección aprendida del confinamiento social forzado.
*Leonardo Boff es ecoteólogo, filósofo y ha escrito: Francisco de Assis: ternura e vigor, 12 edição, Vozes 2009. San Francisco de Asís, ternura y vigor, 8ª edición, Sal Terrae 2009.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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Francisco de Assis, ícone ecológico de uma relação fraternal com cada ser da natureza
O Covid-19 remete a um problema ecológico: a reação da Mãe Terra e da natureza que, como entes vivos, reagiram contra a sistemática agressão que já há séculos sofrem pelo processo produtivista voraz que não respeita os limites de sustentabilidade e destruiu os habitat dos virus. Estes buscam em outros animais ou em nós humanos um novo habitat, de cujas células se alimentam. É consequência do tipo de civilização tecnico-científica que criamos a partir do século XVII que tratava a Terra e a natureza sem propósito e cujo único valor era estarem ao bel-prazer do uso dos seres humanos, para tirarem vantagens de todo tipo, especialmente, econômicas.
Foi abandonada a secular visão da Terra como Magna Mater e Pachamama. Só modernamente com a nova cosmologia e biologia se recuperou a noção da Terra como um Super Ente vivo que se auto-organiza sistemicamente para manter-se vivo e sempre produzir viva, denominada de Gaia.
Hoje com o Covid-19 a concepção da Terra-Gaia e Pachamama dos povos andinos, ganhou relevância. Ela nos mostra a urgência de refazermos o contrato natural com ela, há muito violado, caso queiramos sustar seu contra-ataque contra a humanidade.Ela já enviou uma gama de vírus, entre eles o atual Covid-19 que pela primeira vez está assolando todo o planeta. Tais vírus, ao lado do aquecimento global e de outros eventos extremos são sinais enviados pela Mãe Terra para refletirmos e mudarmos nossa forma da habitar nela e mudarmos nosso modo destrutivo de produção.
A lição que importa tirar destes sinais é que devemos voltar a sentimo-nos parte da natureza e não seus donos e que nós humanos somos a porção inteligente da Terra com a missão de cuidarmos dela, como condição de nossa própria sobrevivência.
Para isso precisamos de figuras exemplares que nos mostrem que outra relação amigável e não destrutiva para com a Mãe Terra e para com a natureza é possível. Na verdade, é a única que se revela benéfica para ambas as partes deste contrato natural.
No Ocidente surgiu um cristão de excepcional qualidade humana e religiosa que viveu uma profunda fraternidade universal com todos os seres da natureza: Francisco de Assis (1284-1226).
Em sua encíclica da ecologia integral, Laudato Si: sobre o cuidado da Casa Comum, o Papa Francisco apresenta São Francisco “como o exemplo por excelência pelo cuidado pelo que é frágil, vivida com alegria e autenticidade. É o padroeiro de todos os que estudam e trabalham no campo da ecologia, amado também por muitos que não são cristãos”(n.10). Diz mais ainda:”Coração universal, para ele qualquer criatura era uma irmã, unida a ela por laços de carinho; por isso sentia-se chamado a cuidar de tudo o que existe…até das ervas silvestres que deviam ter o seu lugar no horto” de cada convento dos frades(n.11.12).
O historiador Lynn White Jr. em 1967 em seu rumoroso artigo “As raízes históricas de nossa crise ecológica” acusava o judeo-cristianismo, por causa de seu viceral antropocentrismo, como o principal fator da crise que nos dias atuais se transformou num clamor. Por outro lado, reconhecia que esse mesmo cristianismo tinha um antídoto na mística cósmica de São Francisco de Assis. Para reforçar a idéia sugeria que fosse proclamado “patrono dos ecologistas”,coisa que o Papa João Paulo II o fez no dia 29 de Novembro de 1979.
Efetivamente, todos os seus biógrafos como Thomas de Celano, São Boaventura, a Legenda Perusina e outras fontes da época, atestam “a amigável união que Francisco estabelecia com todas as criaturas; enchia-se de inefável gozo todas as vezes que olhava o sol, contemplava a lua e dirigia seu olhar para as estrelas e para o firmamento”.
Dava o doce nome de irmãos e irmãs a cada uma das criaturas, as aves do céu,as flores do campo e até ao feroz lobo de Gubbio. Constituía fraternidade com os mais discriminados como os hansenianos (leprosos) e com todos as pessoas, como com o sultão Melek el Kamel no Egito com quem teve longos diálogos e mutuamente se admiravam.
No homem de Assis tudo vem cercado de cuidado, simpatia e enternecimento.
O filósofo Max Scheler em seu conhecido estudo sobre “A essência e as formas da simpatia”(1926) dedica-lhe brilhantes e profundas páginas. Assevera que “nunca na história do Ocidente emergiu uma figura com tais forças de simpatia e de emoção universal como encontramos em São Francisco. Nunca mais se pôde conservar a unidade e a inteireza de todos os elementos como em São Francisco, no âmbito da religião, da erótica, da atuação social, da arte e do conhecimento”(1926,p.110). Talvez seja por esta razão que Dante Alignieri o chamou de “sol de Assis” (Paradiso XI,50).
Esta experiência cósmica ganhou uma forma genial no seu “Cantico di Frate Sole”. Ai encontramos uma síntese acabada entre a ecologia interior com a ecologia exterior.
Como o filósofo e teólogo francês, o franciscano Eloi Leclerc (+1977), sobrevivente dos campos de extermínio nazista, mostrou, que para ele, os elementos exteriores como o sol, a terra, o fogo, a água, o vento e outros não eram apenas realidades objetivas mas realidades simbólicas, emocionais, verdadeiros arquétipos que dinamizam a psiqué no sentido de uma síntese entre o exterior e o interior e de uma experiência de unidade com o Todo.
Estes sentimentos, nascidos da razão sensível e da inteligência cordial, são urgentes hoje se quisermos refazer a aliança de sinergia e de benevolência para com a Terra e seus ecossistemas.
Acertadamente ponderou o grande historiador inglês Arnold Toynbee:”Para manter a biosfera habitável por mais dois mil anos, nós e nossos descendentes, teremos de esquecer o exemplo de Pedro Bernardone (pai de São Francisco), grande empresário de tecidos do século XIII e seu bem-estar material e começar a seguir o modelo de seu filho, Francisco, o maior entre todos os homens que já viveram no Ocidente. O exemplo dado por São Francisco é que nós, os ocidentais, deveríamos imitá-lo de todo o coração, porque ele é o único ocidental que pode salvar a Terra”(El Pais,1972,p.10-11).
Hoje São Francisco se tornou o irmão universal que se situa para além das confissões e das culturas. A humanidade pode se orgulhar de ter produzido um filho com tal amor, com tanta ternura e com tão grande cuidado para com todos os seres, por menores que parecessem.
Ele é uma referência espontânea de uma atitude ecológica que se confraterniza com todos os seres, convive amorosamente com eles, os protege contra ameaças e os cuida como irmãos e irmãs. Ele soube descobrir Deus nas coisas. Acolheu com jovialidade as doenças e as contradições da vida. Chegou a chamar de irmã a própria morte. Estabeleceu uma aliança com as raízes mais profundas da Terra e com grande humildade se unia a todos os seres para cantar louvores, junto com eles e não apenas através deles, como diz em seu Cântico, à beleza e à integridade da criação.
Como arquétipo, Francisco penetrou no inconsciente coletivo da humanidade, no Ocidente e no Oriente e de lá anima as energias benfazejas que se abrem à relação amorosa com todas as criaturas, como se estivéssemos ainda no paraíso terrenal (cf.L.Boff, Francisco de Assis: saudade do paraíso, Vozes 1986).
Ele mostra que não somos condenados a sermos os agressores pertinases da natureza mas o seu anjo bom que protege, cuida e transforma a Terra uma Casa Comum de todos, da comunidade humana e terrenal. Ele suscita em nós a saudade de uma integração que perdemos por causa da ruptura que estabelecemos com a natureza. Com ele nos convencemos de que, por todos os lados, há ainda sinais do paraíso terrestre que nunca se perdeu totalmente.
Podemos, com o espírito de São Francisco, o irmão universal, recriá-lo dentro de nosso interior e irradiá-lo para o exterior, como lição aprendida do confinamento social forçado.
Leonardo Boff é ecoteólogo,filósofo e escreveu: Francisco de Assis: ternura e vigor, 12.edição, Vozes 2009.
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