Los nombres que nos narran. El corazón del poeta-profeta

21 de Agosto de 2020

[Por: Francisco José Bosch]




"Al final del camino me dirán: -¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres

Pedro Casaldàliga

 

Pedro ha muerto. Ha muerto un ser humano. Su muerte nos lanza a compartir sentires, memorias, historias. Pedro en su vida tejió con amor los vínculos que le daban certeza de ultimidad: su llegada al cielo con el corazón lleno de nombres. Pedro sabía que las palabras sobrarían el ‘día del abrazo’, pero hoy necesitamos contar las historias que descifran nuestro andar. 

 

El corazón lleno de nombres de Pedro es el misterio inenarrable. Solo la pista de algunos nombres, tallados en ese corazón latinoamericano.  Pistas que nos marcan un rumbo: contar las historias de nuestros encuentros, como relatos cosmogónicos del ‘inicio del tiempo de los abrazos’. Desde esa potencia escatológica del amor, narrar nuestros vínculos para salvarnos en comunidad. 

 

A continuación, la cadena bendita de vínculos que narran nuestro corazón lleno de nombres. La primera parte narrada por mí, la segunda por Milto.

 

Hermanos y compañeros  

 

Fidel, a estas alturas de tu vida y la mía y de la marcha de nuestros pueblos y de las iglesias más comprometidas con el Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien ser al mismo tiempo creyentes y ateos.

Ateos del dios del colonialismo y del imperialismo, del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte para las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos. Y creyentes, por otra parte, del Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un mundo humano único, en la Dignidad respetada por igual de todas las personas y de todos los pueblos.

Carta abierta de Pedro Casaldàliga a Fidel Castro|
São Félix do Araguaia, 10 de diciembre de 1996

 

Corría el año dos mil nueve. Yo estaba recién llegado a El Salvador. Sin trabajo ni casa, había sido recibido por unos frailes en Soyapango, en el gran San Salvador. Buscaba desesperadamente trabajo y casa, al tiempo que me quería inscribir a ‘destiempo’ en la universidad de los jesuitas para estudiar teología de la liberación. 

 

Faltaban exactamente cuarenta y un días para la Pascua. Toqué el timbre de la asociación PRO-Búsqueda, fundada por el Padre Cortina para buscar Niñxs desaparecixs en el conflicto armado. Era una versión de Abuelas de Plaza de Mayo salvadoreña, y yo iba con una cartita de recomendación de Leda Barreriro, una abuela de mi ciudad natal, con la que habíamos compartido vida y búsqueda. La puerta se abrió y un moreno alto, de ojeras profundas y colochos cortos, me miró y me dijo: ‘Vos sos Francisco, te estaba esperando’.

 

Almorzamos en un comedor popular, un plato de un dólar y setenta y cinco centavos, con dos tortillas, fresco de Jamaica y mucho arroz con frijol. Hablamos sin parar durante casi dos horas. El moreno sentado frente a mí, se llamaba Milto Aparicio, y terminaría invitándome a su casa, compartiendo su hogar por más de un año y abriendo su comunidad de base en Usulután, para enseñarme a vivir la fe desde los cuerpos con discapacidad. Terminaría marcándome el rumbo de la verdadera universidad del evangelio: la de lxs de abajo, organizados y contemplativos, creyentes y luchadores. 

 

Milto no se parecía en nada a los ángeles que uno mira en las fotos, ni rubio, ni ojos claros, pero me guió y me cuidó, me acompañó de la mano a re-conocer los peligros y las bellezas, en medio de la selva de violencia y amor que es San Salvador. 

 

Al día siguiente de habernos conocido era miércoles de ceniza. El punto de encuentro era la nave principal de la catedral de San Salvador, lugar donde había resonado el timbre profético de Monseñor Romero. Allí mismo, veintinueve años después, el viejo Saenz Lacalle se preparaba para marcar con ceniza el rostro de varias personas. Yo como un caracol observaba y esperaba a Milto para ir a mi nueva casa: tenia todos mis bienes en una mochila larga en la espalda y una más pequeña en la barriga. Sin más que lo puesto, iría ese día a vivir a una casita hermosa en los Planes de Renderos, donde las ardillas jugaban por los techos y la neblina enfriaba el aire tropical por las mañanas. 

 Corría el año dos mil nueve. Un nuevo nombre se escribía en mi corazón, para dar razón de la esperanza, para poder esperar cosas bellas en medio de la locura fratricida de Centroamérica. 

 

Derrotados e invencibles 

 

En Centroamérica no olvidamos que mientras la administración Reagan/Bush en los años 80s impulsaba su guerra mercenaria contra los pueblos, el Obispo Casaldáliga decidió salir de Brasil  en 1985 (de donde no salía desde 1969), para sumarse al Ayuno por la paz, la vida y contra el terrorismo de estado de los Estados Unidos, organizado en Managua por el Padre Miguel D’Escoto, quien en ese tiempo era canciller de Nicaragua. En los tres años subsiguientes, Pedro Casaldáliga el realizó visitas a comunidades cristianas de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, llevando el consuelo de la palabra profética del Jesús libertador, a las víctimas de la agresión del gobierno norteamericano.

Via campesina --

 

A inicios de 1991, en El Salvador vivíamos las tensiones del último período del conflicto armado interno. Hacíamos parte del Equipo de Pastoral Social de la Diócesis de Santiago de María, un valiente grupo de creyentes: agentes de pastoral de las comunidades de repoblación de Ciudad Romero, Nueva Esperanza, al sur de Usulután, de Nuevo Gualcho, al norte del mismo departamento. Campesinos en su mayoría. Algunas religiosas valientes y contaditos curas, con los dedos de una mano, de una iglesia encarnada y unos cuatro profesores rurales. Éramos unas 25 personas en total.

 

En la sede de Seminario Franciscano de Santiago de María, nos encontrábamos desarrollando el encuentro mensual del Equipo de Pastoral Social Diocesano. Estábamos en un momento difícil, intentábamos analizar la coyuntura, había un ambiente de pesimismo, sobre todo por las dificultades que vivían las comunidades de repoblación, siempre acechadas y hostigadas por el ejército. Una sensación de desamparo por parte del iglesia jerárquica. Sentíamos miedo y desesperanza…Guardábamos silencio.  

 

De repente,  alguien llamó a la puerta. Era Mariella Tapella, una misionera laica italiana de la solidaridad con El Salvador, de SERCOBA, Servicio a las Comunidades Eclesiales de Base, quién nos comentó: “Hemos venido a visitar al obispo de Santiago de María, Mons. Cabrera, pero él no se encuentra…y nos dijeron que ustedes estaban aquí…Yo estoy acompañando a Monseñor Pedro Casaldáliga de Brasil, ¿será que podríamos pasar a saludarlos?”

 

Entonces entraron, Mariella, Don Pedro y alguien más, no recuerdo. Se sentaron con nosotros. Y Don Pedro tomó la Palabra: “Nosotros somos misioneros. Y para cumplir nuestra misión tenemos que tocar la puerta. Pero si no nos abren metámonos por la ventana, pero cumplamos con nuestra misión evangélica”….”El año pasado estuve en Nicaragua y le pregunté a  una niña salvadoreña refugiada: ¿cuándo llega la PAZ a El Salvador? El año que viene, dijo la niña….”Cuando los soldados carolingios volvían de las cruzadas, traían en su estandarte esta leyenda: SOMOS SOLDADOS DERROTADOS DE UNA CAUSA INVENCIBLE”…

 

Así se la pasó Don Pedro Casaldáliga entre nosotros. Él no sabía cómo nos sentíamos interiormente, quizá nos sentíamos derrotados, como los soldados carolingios, pero esa mañana supimos que nuestra causa es invencible. Su visita de unos quince nos cambió. Terminamos con risas y carcajadas abrazando a un obispo que nunca volvimos a ver pero que nos infundió un Espíritu nuevo y combativo. 

Cada vez que nos reuníamos, como Equipo de Pastoral Social, y la cosa estaba perra, como decimos en El Salvador, nos recordábamos de la visita de Don Pedro, de sus palabras, de sus gestos y eso nos animaba. Él llegó esa mañana para animar a un obispo, pero Dios quiso mejor que consolara a su pueblo y nos infundió esperanza. 

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Podemos contar lo que hemos vivido. Los nombres que nos narran, que tejen nuestra vida con otros y otras. Milto y la palabra de Pedro en plena guerra terminaron de cobrar sentido el día que conocí a Don Pedro, en la última romería de los mártires de la Caminada en el Mato Grosso.
El profeta ya no hablaba, era solo silencio, era todo nombres.

 

Milto-n Aparicio (Comunidad Monseñor Romero, Usulután)

Francisco Bosch (Comunidad Nuestra Señora de Lujan, Mar del Plata)

 

Cita:

 

 

1 Cfr.  https://cloc-viacampesina.net/en-homenaje-al-padre-casaldaliga/?fbclid=IwAR3ERWazYT3EInxU3OQHJz8zCxmrA2FtZaLhZ_ns0DLBv9iAC9h4qStqqQg

 

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