El Covid-19 nos hace descubrir espíritu en el cosmos, en el ser humano y en Dios

18 de Agosto de 2020

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y português]




Vivimos en una época particularmente anémica de espíritu. La falta de políticas gubernamentales por parte del actual Presidente para atacar la Covid-19 muestra algo más que falta de empatía y de solidaridad con los más de cien mil muertos. Muestra, lo que es más grave, falta de espíritu. Parece que el presidente vive aún en el estadio pre-humano de los primates. No cuida ni ama la vida, la vida de su pueblo.

 

Hay que añadir además que la cultura del capital que se basa en el consumo ahogó el espíritu en la materialidad opaca. Y sin espíritu perdemos lo que hay de mejor en nosotros: la comunicación libre, la cooperación solidaria, la compasión amorosa, el amor sensible y la sensibilidad cordial por el otro lado de todas las cosas, de donde nos vienen mensajes de belleza, de grandeza, de admiración, de respeto, de veneración y de trascendencia.

 

En una de las más importantes fiestas de la tradición cristiana, Pentecostés, los cristianos celebran la irrupción del Espíritu sobre los atemorizados seguidores de Jesús. Los transformó en valientes mensajeros de su mensaje liberador, alcanzándonos hasta el día de hoy. En este momento trágico en que se ahoga el espíritu, que es lo mismo que el asesinato de la vida, abandonada a causa de un virus, que el actual Presidente negacionista considera como una simple gripe, cabe una reflexión sobre el espíritu con minúscula y sobre el Espíritu con mayúscula.

 

El espíritu: primero en el universo después en nosotros

 

Somos singularmente portadores de gran energía. Es el espíritu en nosotros. El espíritu, en la perspectiva de la nueva cosmología (la ciencia que estudia el surgimiento del universo, su expansión y evolución, hacia donde se dirige, cuál es su sentido y nuestro lugar dentro de este proceso), es tan ancestral como el cosmos. Espíritu es la capacidad que los seres, incluso los más originarios, como los hadrones, los topquarks, los protones y los átomos, tienen de relacionarse, intercambiar informaciones y de crear redes de inter-retro-conexiones, responsables de la unidad compleja del todo. Es propio del espíritu crear unidades cada vez más altas y elegantes.

 

El espíritu, en primer lugar, está en el mundo, sólo después está en nosotros. Entre el espíritu de un árbol y el de nosotros la diferencia no es de principio. Ambos son portadores de espíritu. La diferencia radica en el modo de realización. En nosotros, los seres humanos, el espíritu aparece como autoconciencia y libertad. En el árbol, por su vitalidad y relaciones con el suelo, con los rayos solares, las energías de la Tierra y del cosmos, él se siente, se relaciona, se nutre y nutre la propia naturaleza secuestrando CO2 y dándonos oxígeno, sin el cual no vivimos.

 

El espíritu humano es ese momento de la conciencia en que ella se siente parte de un todo mayor, capta la totalidad y la unidad y se da cuenta de que un hilo une y reúne todas las cosas, haciendo que sean un cosmos y no un caos. Por relacionarse con el Todo, el espíritu en nosotros nos hace ser un proyecto infinito, una apertura total a los demás, al mundo y a Dios.

 

La vida, la conciencia y el espíritu pertenecen por lo tanto al cuadro general de las cosas, al universo, más concretamente, a nuestra galaxia, la Vía Láctea, al sistema solar y al planeta Tierra, el lugar donde vivimos. Para que surgieran fue necesario un ajuste refinadísimo de todos los elementos, especialmente de las llamadas constantes de la naturaleza (la velocidad de la luz, las cuatro energías fundamentales, la carga del electrón, la radiación atómica, la curvatura del espacio-tiempo, entre otras). De no haber sido así, no estaríamos aquí escribiendo sobre ello.

 

Refiero sólo un dato tomado del clásico libro del astrofísico y matemático Stephen Hawking, Una Breve Historia del Tiempo (2005): «Si la carga eléctrica del electrón hubiera sido ligeramente diferente, habría roto el equilibrio de la fuerza gravitatoria y electromagnética de las estrellas, y o habrían sido incapaces de quemar el hidrógeno y el helio o habrían explotado. De una u otra forma la vida no habría podido existir» (p.117). La vida pertenece al cuadro general de todas las cosas y es vida poseída por el espíritu.

 

El principio antrópico débil y fuerte

 

Para facilitar la comprensión de esta refinada combinación de factores, se acuñó el término «principio antrópico» (que tiene que ver con el hombre). Por él se trata de responder a esta pregunta que se plantea naturalmente: ¿por qué las cosas son como son? La respuesta sólo puede ser: porque si hubieran sido diferentes, nosotros no estaríamos aquí. Respondiendo así ¿no caeríamos en el famoso antropocentrismo que afirma que todas las cosas sólo tienen sentido cuando se ordenan al ser humano, considerado el centro de todo, el rey y la reina del universo?

 

Hay ese riesgo. Por eso los cosmólogos distinguen el principio antrópico fuerte y el débil. El fuerte dice: las condiciones iniciales y las constantes cosmológicas se organizaron de tal manera que en cualquier momento dado de la evolución, la vida y la inteligencia debían surgir necesariamente. Esta comprensión favorecería la centralidad del ser humano. El principio antrópico débil es más cauteloso y afirma: las precondiciones iniciales y cosmológicas fueron articuladas de tal manera que la vida y la inteligencia podrían surgir. Esta formulación deja abierto el camino de la evolución, que se rige cada vez más por el principio de indeterminación de Heisenberg y por la autopoiesis de Maturana-Varela.

 

Pero mirando hacia atrás, a los miles de millones de años transcurridos, constatamos que en realidad ocurrió así: hace 3.800 millones años surgió la vida y hace unos cuatro millones de años, la inteligencia. En esto no hay una defensa del «diseño inteligente» o de la mano de la Divina Providencia. Sólo que el universo no es absurdo. Viene cargado de propósito. Hay una flecha del tiempo que apunta hacia adelante. Como dijo el astrofísico y cosmólogo Freeman Dyson: «Parece que el universo de alguna manera sabía que algún día íbamos a llegar», y preparaba todo para que pudiéramos ser acogidos y hacer nuestro camino de ascensión en el proceso evolutivo (Breuer, Das anthropologische Prinzip). Curiosamente, cuando en el proceso evolutivo aparecieron las flores (antes era todo verde), en ese momento surgió nuestro antepasado. Parece que el universo y Dios le prepararon una cuna de flores para resaltar la alta calidad de este ser que estaba iniciando su jornada por los siglos hasta llegar a nosotros.

 

El universo autoconsciente y portador de espíritu

 

El gran matemático y físico cuántico Amit Goswami, que viene mucho a Brasil, apoya la tesis de que el universo es autoconsciente (El universo autoconsciente, 2002). En el ser humano se encuentra una manifestación singular, por la cual el propio universo, a través de nosotros, se ve a sí mismo, contempla su majestuosa grandeza y alcanza cierta culminación.

 

Cabe también considerar que el cosmos está en génesis y autoconstruyéndose. Cada ser muestra una propensión a irrumpir, crecer y brillar. El ser humano también. Apareció en escena cuando ya estaba el 99,96% de todo lo demás. Él es expresión del impulso cósmico hacia formas más complejas y altas de existencia.

 

Algunos lanzan la siguiente idea: ¿pero no será todo pura casualidad? El azar no se puede excluir, como lo muestra Jacques Monod en su libro El azar y la necesidad, que le valió el Premio Nóbel de biología. Pero el azar o el acaso no lo explica todo. Los bioquímicos han demostrado que para que los aminoácidos y las dos mil enzimas subyacentes a la vida pudieran aproximarse, constituir una cadena ordenada y formar una célula viva serían necesarios billones y billones de años. Más tiempo, por lo tanto, que el que tienen el universo y la Tierra. Tal vez el recurso al azar podría mostrar nuestra ignorancia. Es mejor decir que no sabemos.

 

En este sentido, la visión de Pierre Teilhard de Chardin del universo, según la cual este se vuelve cada vez más complejo y así permite la aparición de la conciencia y la percepción de un punto Omega de la evolución hacia el que nos estamos dirigiendo, tal vez sea la más apropiada para expresar la dinámica misma del universo.

 

¿No sería aconsejable callar, reverentes y respetuosos, ante el misterio de la existencia y el sentido del universo?

 

Después de estas reflexiones ya estamos preparados para poder abordar la dimensión teológica del espíritu como Espíritu Creador.

 

El Espíritu Creador y la cosmogénesis

 

Y por excelencia. Está presente en la primera página de la Biblia cuando se narra la creación del cielo y de la tierra. Se dice que sobre tohuwabohu, sobre el caos, más bien, sobre las aguas primordiales “soplaba una ruah” (un viento, una energía) impetuosa (Gn 1,2). Sacó todo de aquel caos, los seres inanimados, los animados y el ser humano. A éste, sacado del polvo como todos los demás, Dios le “insufló en sus narinas ruah de vida, el espíritu, y se convirtió en un ser vivo” (Gn 2,7). En el capítulo 37 de Ezequiel irrumpe de forma incomparablemente plástica la fuerza vital del espíritu. Cuando éste viene, los huesos resecos se cubren de carne y se transforman en vida.

 

También las expresiones más nobles del ser humano se atribuyen a la presencia del espíritu en él, como la sabiduría y la fortaleza (Is 11,2), la riqueza de ideas (Jo 32,28), el sentido artístico (Ex 28,3), el ardiente deseo de ver a Dios, el sentimiento de culpa y la consiguiente penitencia (Ex 35,21; Jr 51,1; Esd 1,1; Sal 34,19; Ez 11,19; 18,31).

 

Dios “tiene” espíritu

 

Esta fuerza creadora y vivificante es poseída eminentemente por Dios. Las Escrituras hablan a menudo del espíritu de Dios (ruah Elohim). Se le da a Sansón para tener fuerza portentosa (Jue 14,6; 19,15), a los profetas para tener el valor de denunciar en nombre de los pobres de la Tierra las injusticias que padecen, para hacer frente al rey y a los poderosos, y anunciarles el juicio de Dios.

 

Especialmente en el judaísmo inter-testamentario se esperaba para el fin de los tiempos la efusión del espíritu sobre toda criatura (Jl 2,28-32; Hch 2,17-21). El Mesías será “fuerte en espíritu” y vendrá dotado de todos los dones del espíritu (Is 11,1). 

 

En este contexto de judaísmo tardío surge la tendencia a personificar el espíritu. Sigue siendo una cualidad de la naturaleza, del ser humano y de Dios, pero su acción en la historia es tan densa que comienza a ganar autonomía. Así se dice, por ejemplo, que “el espíritu exhorta, se aflige, grita, se alegra, consuela, reposa sobre alguien, purifica y santifica y llena el universo”. Nunca se piensa en él como una criatura, sino como algo de la dimensión divina que, cuando se manifiesta en la vida y la historia, las transforma.

 

El Espíritu es Dios, Dios es Espíritu

 

Esta comprensión empezó a cambiar cuando se acuñó una expresión decisiva: “espíritu de santidad” o “espíritu santo”. Esta formulación tiene una cierta ambigüedad, pues se puede decir espíritu santo para evitar decir el nombre de Dios, cosa que los judíos evitan hasta hoy, como para designar al mismo Dios. “Santo”, para la mentalidad hebraica, es el nombre de Dios por excelencia, lo que equivale a decir en la comprensión griega: Dios como trascendente, es decir, distinto de todo y de cualquier ser de la creación.

 

En resumen, podemos afirmar: con la palabra espíritu (ruah) aplicada a Dios (Dios “tiene” espíritu, Dios envía a su espíritu, el espíritu de Dios) los judíos expresaban la siguiente experiencia: Dios no está atado a nada, irrumpe donde quiere, confunde los planes humanos, muestra una fuerza que nadie puede resistir, revela una sabiduría que vuelve estulticia todo nuestro saber. Así Dios se mostró a los dirigentes políticos, a los profetas, a los sabios, al pueblo, especialmente en tiempos de crisis nacional (Jue 6,33; 11,29; 1Sm 11,6).

 

Del mismo modo que se le da al rey para que gobierne con sabiduría y prudencia, en el caso del rey David (1Sm 16,13), así también se le dará al siervo sufriente, carente de toda pompa y grandilocuencia (Is 42,1). En Isaías 61,1 se  dice explícitamente: “El espíritu de Yavé está sobre mí, porque Yavé me ha ungido... para anunciar la liberación a los cautivos y la buena noticia a los pobres”, texto que Jesús se aplica a sí mismo en su primera aparición en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,17-21). Finalmente, el espíritu de Dios no sólo señala su acción innovadora en el mundo, sino que apunta al propio ser de Dios. El espíritu es Dios. Y Dios es Espíritu. Como Dios es santo, el Espíritu será el Espíritu Santo.

 

El Espíritu Santo penetra todo, abarca todo, está más allá de cualquier limitación. “¿A dónde podré ir lejos de tu espíritu? ¿a dónde escaparé de tu mirada? Si subo hasta los cielos, allí estás tú, si bajo al abismo, allí también te encuentro” (Sal 139,7). Incluso el mal no está fuera de su alcance. Todo lo que tiene que ver con cambio, ruptura, vida y novedad tiene que ver con el espíritu. El Espíritu Santo está tan unido a la historia que ella se transforma de profana en historia santa y sagrada.

 

El Espíritu en un mundo sin espíritu y en degradación

 

Hoy sentimos la urgencia de la irrupción del Espíritu Santo como en la primera mañana de la creación. La Carta de la Tierra, ante la crisis mundial ecológica, con energías negativas que nos pueden arrastrar al abismo, afirma: «Como nunca antes en la historia, el destino común nos invita a buscar un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio de la mente y del corazón. Requiere un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal… Todavía tenemos mucho que aprender de todos los que participan en la búsqueda de la verdad y la sabiduría (final)».

 

El Papa Francisco dice igualmente en su encíclica “sobre el cuidado de la Casa Común: “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos” (n. 53). «Si no cambiamos nuestro actual estilo de vida insostenible sólo puede terminar en catástrofes» (n.161).

 

Cabe al Espíritu iluminar nuestra mente y transformar nuestro corazón. Si no hacemos esa conversión, difícilmente escaparemos de las amenazas que pesan sobre el sistema-vida y el sistema-Tierra. Cabe al Espíritu la capacidad de transformar el caos destructivo en caos creativo, como obró en el primer momento del Big Bang. Él puede transformar la tragedia, como la actual de Covid-19 en una crisis acrisoladora que nos permite dar un salto cualitativo hacia un nuevo orden, más alto, más humano, más cordial, más amoroso y más espiritual. El universo, la Tierra y cada uno de nosotros somos templos del Espíritu. Él no permitirá que sea desmantelado y destruido. Esta es una petición urgente en la actual situación cuando la Tierra como un todo es atacada por un virus letal que está diezmando muchos miles de vidas.

 

Es importante suplicar al Espíritu: ¡Ven, Espíritu Creador! “Ven a renovar la faz de la Tierra”, “Ven pronto y con urgencia”, calienta nuestros corazones y abre un horizonte de sentido y de esperanza a nuestra realidad humana deshumanizada y ahora en peligro porque están desapareciendo miles y miles de personas víctimas de la Covid-19. La ciencia, la técnica y la vacuna son fundamentales. Pero solo con ellas no está garantizado que evitemos volver a lo que era antes. Para eso necesitamos otro espíritu que dé centralidad a lo que importa: la vida, la cooperación, la interdependencia, la generosidad y el cuidado de la naturaleza y de unos a otros. Si no hacemos este giro paradigmático, podemos ser atacados nuevamente y de forma aún más letal.

 

*Leonardo Boff es ecoteólogo, uno de los redactores de la Carta de la Tierra y escritor. Ha escrito Covid-19: contraataque de la Tierra contra la humanidad, que saldrá publicado próximamente por la Editora Vozes, 2020.

Traducción de Mª José Gavito Milano

 

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O Covid-19 nos faz descobrir espírito no cosmos, no ser humano e em Deus

 

Vivemos numa época particularmente anêmica de espírito. A falta de políticas governamentais por parte do atual Presidente para atacar o Covid-19 mostra mais que falta de empatia e de solidariedade para com os mais de cem mil mortos. Mostra, o que é mais grave, a falta de espírito. Parece que o presidente vive ainda no estágio pré-humanos, dos primatas. Não cuida nem ama a vidau, a vida de seu povo.

 

Acresce ainda que  cultura do capital que se funda no consumo afogou o espírito na materialidade opaca. E sem espírito perdemos o que há de melhor em nós: a comunicação livre, a cooperação solidária, a compaixão amorosa, o amor sensível e a sensibilidade cordial pelo outro lado de todas as coisas, de onde nos vêm mensagens de beleza, de grandeza, de admiração, de respeito, de veneração e de transcendência.

 

Há uma das festas da tradição cristãs, das mais importantes,  Pentecostes, na qual os cristãos celebram a irrupção do Espírito sobre amedrontados seguidores de Jesus. Transformou-os em corajosos mensageiros de sua mensagem libertadora, alcançando-nos a nós até os dias de hoje. Nesse momento trágico de afogamento do espírito que é o mesmo que o assassinato da vida, deixada por conta de um vírus, que o atual Presidente negacionista desconsidera como um simples gripe, cabe uma reflexão sobre o espírito em minúsculo e sobre o Espírito em maiúsculo.

 

O espírito: primeiro no universo depois em nós


Somos singularmente portadores de grande energia. É o espírito em nós. O espírito, na perspectiva da nova cosmologia (a ciência que estuda o surgimento do universo, sua expansão e evolução, para onde se dirige, qual é seu sentido e nosso lugar dentro deste processo), é tão ancestral quanto o cosmos. Espírito é aquela capacidade que os seres, mesmo os mais originários, como os hádrions, os topquarks, os prótons e os átomos tem de se relacionarem, trocarem informações e de criarem redes de inter-retroconexões, responsáveis pela unidade complexa do todo. É próprio do espírito criar unidades cada vez mais altas e elegantes.

 

O espírito primeiramente está no mundo; somente depois está em nós. Entre o espírito de uma árvore e nós a diferença não é de princípio. Ambos são portadores de espírito. A diferença reside no modo de sua realização. Em nós seres humanos, o espírito aparece como autoconsciência e liberdade.Na árvore por sua vitalidade e relações com o solo, com os raios solares, as energias da Terra e do cosmos; ela sente, se relaciona, se nutre e nutre a própria natureza sequestrando CO2 e dando-nos oxigênio sem o qual não vivemos.

 

Espírito humano é aquele momento da consciência em que ela se sente parte de um todo maior, capta a totalidade e a unidade e se dá conta de que um fio liga e religa todas as coisas, fazendo com que sejam um cosmos, e não um caos. Como se relaciona com o Todo, o espírito em nós nos faz sermos um projeto infinito, uma abertura total ao outro, ao mundo e a Deus.

 

Portanto, a vida, a consciência e o espírito pertencem ao quadro geral das coisas, ao universo, mais concretamente: à nossa galáxia, à Via-Láctea, ao sistema solar e ao planeta Terra, ao local onde vivemos. Para que tivessem surgido, foi preciso uma calibragem refinadíssima de todos os elementos, especialmente das assim chamadas constantes da natureza (velocidade da luz, as quatro energias fundamentais, a carga dos elétrons, as radiações atômicas, a curvatura do espaço-tempo entre outras). Se assim não fosse não estaríamos aqui escrevendo sobre isso.

 

Refiro apenas um dado do  livro do astrofísico e matemático Stephen Hawking intitulado “Uma breve história do tempo” (2005): ”Se a carga elétrica do elétron tivesse sido ligeiramente diferente, teria rompido o equilíbrio da força eletromagnética e gravitacional nas estrelas e ou elas teriam sido incapazes de queimar o hidrogênio e o hélio, ou então não teriam explodido. De uma maneira ou de outra a vida não poderia existir” (p. 120). A vida pertence, pois, ao quadro geral das coisas e a vida possuída pelo espírito.

O princípio andrópico fraco e forte

 

Para conferir alguma compreensão a essa refinada combinação de fatores, criou-se a expressão “princípio andrópico” (que tem a ver com o homem). Por ele se procura responder a esta pergunta que naturalmente colocamos: por que as coisas são como são? A resposta só pode ser: se fosse diferente nós não estaríamos aqui. Respondendo assim não cairíamos no famoso antropocentrismo que afirma: as coisas só têm sentido quando ordenadas ao ser humano, feito centro de tudo, rei e rainha do universo?

 

Há esse risco. Por isso os cosmólogos distinguem o princípio andrópico forte e fraco. O forte diz: as condições iniciais e as constantes cosmológicas se organizaram de tal forma que, num dado momento da evolução, a vida e a inteligência deveriam necessariamente surgir. Essa compreensão favoreceria a centralidade do ser humano. O princípio andrópico fraco é mais cauteloso e afirma: as prá-condições iniciais e cosmológicas se articularam de tal forma que a vida e a inteligência poderiam surgir. Essa formulação deixa aberto o caminho da evolução que demais a mais é regida pelo princípio da indeterminação de Heisenberg e pela autopoiesis dos biólogos chilenos MaturanaVarela.

 

Mas olhando para trás, nos bilhões de anos, constatamos que de fato assim ocorreu: há 3,8 bilhões de anos surgiu a vida e há uns quatro milhões de anos, a inteligência. Nisso não vai uma defesa do “desenho inteligente” ou  da mão da Providência divina. Apenas que o universo não é absurdo. Ele vem carregado de propósito. Há uma seta do tempo apontando para frente. Como afirmou o astrofísico e cosmólogo Feeman Dyson: ”parece que o universo, de alguma maneira, sabia que um dia nós iríamos chegar” e preparou tudo para que pudéssemos ser acolhidos e fazer o nosso caminho de ascensão no processo evolucionário.Curiosamente, quando no processo da evolução apareceram as flores (antes era tudo verde),nesse momento surgiu nosso ancentral. Parece que o universo e Deus lhe prapararam um berço de flores para enfatizar a alta qualidade deste ser que estava iniciando sua jornada pelos séculos até chegar a nós.

 

O universo autoconsciente e portador e espírito

 

O grande matemático e físico quântico Amit Goswami, que muito vem ao Brasil, sustenta a tese de que o universo é autoconsciente (O universo autoconsciente, Record 2002). No ser humano ele conhece uma emergência singular pela qual o próprio universo através de nós se vê a si mesmo, contempla sua majestática grandeza e chega a uma certa culminância.

 

Cabe ainda considerar que o cosmos está em gênese, não está pronto, está ainda se autoconstruindo e em expansão contínua. Cada ser mostra uma propensão inata a irromper, crescer e irradiar. O ser humano também. Apareceu no cenário quando 99,96% de tudo já estava pronto. Ele é expressão do impulso cósmico para formas mais complexas e altas de existência.

 

Alguns aventam a ideia: mas não seria tudo puro acaso? O acaso não pode ser excluído, como mostrou Jacques Monod no seu livro O acaso e a necessidade, o que lhe valeu o prêmio Nobel em biologia. Mas ele não explica tudo. Bioquímicos comprovaram que para os aminoácidos e as duas mil enzimas subjacentes à vida pudessem se aproximar, constituir uma cadeia ordenada e formar uma célula viva seriam necessários trilhões e trilhões de anos. Portanto, mais tempo do que o universo e a Terra possuem de fato, que é de 13,7 bilhões de anos. O recurso ao acaso é dar honra à ignorância. Melhor é dizer  que não sabemos.

 

Dizendo de forma mais exata: o recurso ao acaso mostre apenas nossa incapacidade de entender ordens superiores e extremamente complexas como a consciência, a inteligência, o afeto e o amor. Nesse sentido, talvez a visão de Pierre Teilhard de Chardin do universo, segundo a qual este mais e mais se complexifica e, assim, permite a emergência da consciência e da percepção de um ponto Ômega da evolução na direção do qual estamos viajando, seja mais adequada para expressar a dinâmica mesma do universo.

 

Não seria melhor calarmos reverentes e respeitosos diante do mistério da existência e do sentido do universo?

 

Depois dessas reflexões, já estamos habilitados a abordar a dimensão teológica do espírito como  Espírito Criador.

 

O Espírito Criador e a cosmogênese

 

Como não podia deixar de ser, Deus também é incluído na dimensão do espírito. E por excelência. Está presente na primeira página da Bíblia quando se narra a criação do céu e da terra. Diz-se que sobre o touwabohu, isto é, sobre o caos, melhor, sobre as águas primitivas “soprava um ruah (um vento, uma energia) impetuoso” (Gn 1,2). Daquele caos tirou todas as ordens: os seres inanimados, os animados e o ser humano. A este, tirado do pó como todos os demais, Deus “soprou-lhe nas narinas o ruah de vida, o espírito, e ele tornou-se um ser vivo”  (Gn 2,7). É no capítulo 37 de Ezequiel que irrompe, de forma insuperavelmente plástica, a força vital do espírito. Quando este vem, os ossos ressequidos ganham carne e se transformam em vida.

 

Também as expressões mais altas do ser humano são atribuídas à presença do espírito nele, como a sabedoria e a fortaleza (Is 11,2), a riqueza de ideias (Jo 32,28), o senso artístico (Ex 28,3), o desejo ardente de ver Deus e o sentimento de culpa e a consequente penitência (Ex 35,21; Jr 51,1; Esd 1,1; Es 26,9; Sl 34,19; Ez 11,19; 18,31).

 

Deus “tem” espírito

 

Essa força criadora e vivificadora é eminentemente possuída por Deus. As Escrituras falam com frequência do espírito de Deus (ruah Elohim). Ele é dado a Sansão para ter força portentosa (Jz 14,6; 19,15), aos profetas para terem coragem de denunciar em nome dos pobres da Terra as injustiças que padecem, para enfrentar o rei, os poderosos e anunciar-lhes o juízo de Deus.

 

Especialmente no judaísmo inter-testamentário, esperava-se para os fins dos tempos a efusão do espírito sobre toda a criatura (Jl 2,28-32; At 2, 17-21). O Messias será “forte no espírito” e virá dotado de todos os dons do espírito (Is 11,1ss).

 

É nesse contexto do judaísmo tardio que surge a tendência de personificar o espírito. Ele continua sendo uma qualidade da natureza, do ser humano e de Deus. Mas sua ação na história é tão densa que começa a ganhar autonomia. Assim se diz, por exemplo, que “o espírito exorta, se aflige, grita, se alegra, consola, repousa sobre alguém, purifica, santifica e enche o universo”. Jamais se pensa nele como criatura, mas como algo do mundo de Deus que, quando se manifesta na vida e na história, tudo transforma.

 

O Espírito é Deus, Deus é Espírito

 

A compreensão começou a mudar quando se cunhou uma expressão decisiva:”espírito de santidade” ou “espírito santo”. Essa formulação guarda certa ambiguidade, pois pode-se dizer espírito santo para se evitar dizer o nome de Deus (coisa que  os judeus até hoje, por respeito, evitam) como pode-se significar o próprio Deus. Para a mentalidade hebraica, “santo” é o nome por excelência de Deus, o que equivale dizer na compreensão grega: Deus como transcendente, distinto de todo e qualquer ser da criação.

 

Em resumo, podemos afirmar: pela palavra espírito (ruah) aplicado a Deus (Deus “tem” espírito, Deus envia o seu espírito, o espírito de Deus) os judeus expressavam a seguinte experiência: Deus não está atado a nada; irrompe onde quer; confunde planos humanos; mostra uma força à qual ninguém pode resistir; revela uma sabedoria que torna estultície todo o nosso saber. Assim, Deus se mostrou aos líderes políticos, aos profetas, aos sábios, ao povo, especialmente, em momentos de crise nacional (Jz 6,33; 11, 29; 1 Sam 11,6).

 

Assim como é dado ao rei para que governe com sabedoria e prudência, no caso o rei Davi (1 Sam 16,13),  (oxalá o dê ao presidente anti-espírito que nos (des)governa) será dado também ao servo sofredor, destituído de toda pompa e grandiloquência (Is 42,1). Em Is 61,1 diz-se explicitamente: ”o espírito de Javé está sobre mim porque Javé me ungiu… para anunciar a libertação dos cativos e a boa-nova para os pobres”, texto que Jesus aplicará a si na sua primeira aparição na sinagoga de Nazaré (Lc 4, 17-21). Por fim, o espírito de Deus não sinaliza apenas sua ação inovadora no mundo, mas aponta para o próprio ser de Deus. O espírito é Deus. E Deus é  Espírito. Como Deus é santo, o Espírito será o Espírito Santo.

 

O Espírito Santo penetra tudo, abarca tudo, está para além de qualquer limitação. “Para onde irei para estar longe de teu Espírito? Para onde fugirei a fim de estar longe de tua face? Se eu escalar os céus, aí estás, se me colocar no abismo, também aí estás” (Sl 139,7) Até o mal não está fora de seu alcance. Tudo o que tem a ver com mutação, ruptura, vida e novidade tem a ver com o espírito. O Espírito Santo está tão unido à história que ela de profana se transforma em história santa e sagrada.

 

O Espírito num mundo sem espírito e em degradação

 

Hoje sentimos a urgência da irrupção do Espírito Santo como na primeira manhã da criação. A Carta da Terra, face à crise mundial ecológica, com energias negativas que nos podem arrastar ao abismo, afirma: “Como nunca antes da história, o destino comum nos conclama a buscar um novo começo. Isso requer uma mudança na mente e no coração. Requer um novo sentido de interdependência global e de responsabilidade universal… Temos ainda muito a aprender a partir da busca conjunta por verdade e sabedoria (final)”]

O Papa Francisco diz igualmente em sua encíclica “sobre o cuidado da Casa Comum:”Nunca maltratamos e ferimos a Casa Comum como nos último dois séculos(n. 53). Se “não mudarmos nosso estilo de vida insustentável- continua- só poderemos desembocar nas catástrofes”(n.161).

 

Cabe ao Espírito iluminar nossa mente e transformar nosso coração. Se fizermos essa conversão, dificilmente escaparemos das ameaças que pesam sobre o sistema-vida e sistema-Terra. Cabe ao Espírito a capacidade de transformar o caos destrutivo em caos criativo, como operou no primeiro momento do Big Bang. Ele pode transformar a tragédia como a atual do Covid-19 numa crise acrisoladora que nos permite dar um salto de qualidade rumo a uma nova ordem, mais alta, mais humana, mas cordial, mais amorosa e mais espiritual. O universo, a Terra e cada um de nós somos templos do Espírito. Ele não permitirá que seja desmantelado e destruído. Esse pedido é urgente para a atual situação quando a Terra como um todo é atacada por um vírus letal que está dizimando milhares de vidas.

 

Importa suplicar ao Espírito: Vem, Espírito Criador! Renove a face da Terra, aqueça nossos corações e rasgue um horizonte de sentido e de esperança para a nossa realidade humana desumanizada e agora posta sob o risco de milhares desaparecerem vitimas da intrusão do Covid-19. A ciência, a técnica a vacina são fundamentais. Mas apenas com elas não está garantido que evitemos voltar ao que era antes. Para isso precisamos de outro espírito que dê centralidade ao que conta: a vida, a cooperação, a interdependência, a generosidade e o cuidado para com a natureza e para uns para outros. Se não fizermos esta viragem paradigmática, podemos  ser atacados novamente e de forma ainda mais letal.

 

Leonardo Boff é ecoteólogo, um dos redatores da Carta da Terra e escritor e escreveu:”O Covid-19: o contra-ataque da Terra contra a Humanidade” a sair em breve pela Editora Vozes, 2020.

 

 

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