07 de Agosto de 2020
[Por: Armando Raffo, sj]
Presentación del blog
La carta a los Hebreos comienza diciendo: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quién también hizo el universo; ...” (Heb. 1,1-2)
Si bien el texto citado subraya la preeminencia de Cristo con respecto a lo revelado en otros tiempos, también deja ver, sin ningún tipo de ambages, que Dios habló y, por ende, que habla de muchas maneras. Para los cristianos, la Biblia podría ser entendida como un manantial de agua fresca que abreva la fe de los sedientos caminantes.
Hablamos de la Biblia como “La Palabra” de Dios consignada en una colección de libros de distinto tipo que contienen, en conjunto, una “Palabra” que, entre otras cosas, nos desafía a ser más humanos y más hermanos. Quizás sea bueno resaltar que la Palabra de Dios, viene de un “otro” que interpela, desafía y abre horizontes. Así como Levinás llegó a decir que “el otro nos constituye”, como diciendo que somos desde los otros y con los otros, algo similar podríamos decir de la Palabra de Dios que, dicho sea de paso, está expresada por muchos “otros” y a lo largo de historias muy variadas.
El Blog que ahora inicio pretende ser un aporte que ayude a abrir el oído a esa Palabra que desafía, interpela e ilumina los anhelos y deseos más profundos que habitan a todo ser humano. La Palabra de Dios, bien entendida, más que indicaciones concretas o mandatos de cualquier tipo, podría ser definida como una luz que nos ayuda a entrever nuestra identidad profunda y el sentido para la vida que de ella se desprende.
La Palabra que nos desafía hoy
Me gustaría comenzar con una frase un tanto extraña de la segunda carta de San Pablo a Timoteo: “… apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas” (2Tim. 4,4)
¿Qué hay detrás de esa afirmación? Echando una hojeada a toda la carta a Timoteo, se puede decir que se trata de una exhortación a la fidelidad en contextos difíciles. Pablo intuye y afirma que “en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles, los hombres serán egoístas, avaros, soberbios…” (2 Tim. 3, 1) Hemos de suponer que Pablo percibió signos de decadencia en aquella cultura y debilidad en la propia comunidad cristiana.
Es claro que Pablo intenta espolear a los cristianos a que no aflojen en sus esfuerzos por anunciar el Evangelio. Él sabe que el ser humano está habitado por “el hombre viejo” y que aquellas circunstancias no ayudaban a promover “el hombre nuevo” del que habla Pablo en la carta a los Efesios: “… revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios.” (Ef. 4,24)
Ahora bien, no es menor que Pablo afirme que aquellos hombres apartarán sus oídos de la verdad para volcarse a las fábulas. Cabe notar que las fábulas son leyendas en las que héroes y dioses hacen portentos que van más allá de lo normal. Lo más probable es que Pablo temiese que aquellos cristianos se entregaran a oír fábulas en las que se narraban hazañas propias de dioses o de legendarios héroes. Los dioses griegos y los héroes míticos se caracterizaban por llevar a cabo hazañas a través de poderes extraordinarios. Los protagonistas poseían facultades especiales que no eran propias de los seres humanos. En efecto, Pablo advierte del peligro que entrañaría alimentar los espíritus con historias en las que los problemas se resuelven de forma extraordinaria, por no decir mágica.
Cuando la vida trae dificultades o importantes desafíos, no es extraño que emerjan esas tendencias infantiles que nos disponen a esperar magias o providencias extraordinarias y, así, salir de ellos. Volverse a las fábulas es hacer una regresión a la infancia, no para buscar la frescura y la apertura propia de los niños, sino para recostarse en el mundo mágico que no es propio de las personas maduras. De allí a considerar la divinidad como quién está ahí para resolver los problemas que nos acucian, hay solo un paso.
En efecto, Pablo advierte sobre una forma inmadura de atender los problemas y desafíos humanos, así como sobre el modo de vivir nuestra relación con Dios y de actuar en la historia. La atención a las fábulas, del tipo que sean, puede cultivar una relación infantil con Dios y su forma de actuar en la historia.
A nivel pastoral, podemos decir que en no pocos casos y apoyados en textos sacados de contexto, se promueven historias de santos subrayando su capacidad de hacer milagros y devociones mecánicas para alcanzar “gracias” o favores que habrían de descender como por arte de magia. ¿Cómo entender, si no, afirmaciones tales como que tal santo es más poderoso que aquel otro, o que rezando tal cantidad de rosarios se podrá conseguir algún favor especial?
Sin percibirlo y queriendo fortalecer la vida espiritual de los fieles, se promueven, en no pocos ámbitos, pastorales en las que se termina propagando una fe mágica, a la espera de intervenciones divinas que resuelvan nuestros problemas. En ese sentido, se promueven rogativas, cadenas de oración y ritos diversos en procura de curaciones, trabajo, bondades climáticas y otros muchos etc. Es normal y profundamente humano que, en medio de situaciones extremadamente dolorosas o sin salida aparente, los cristianos nos abramos al misterio de Dios en busca de ayuda y fortaleza. Pero otra cosa muy distinta es promover devociones y prácticas religiosas como un atajo para lograr beneficios que han de perseguirse con esfuerzo, entrega y constancia.
Muchos se refieren a la existencia de los milagros para sostener que Dios interviene en la historia y resuelve muchos de nuestros problemas. Como sabemos, los milagros, que ponen en suspenso las leyes de la naturaleza que el mismo Dios creó, no tienen la finalidad de resolver nuestros problemas. Hemos de recordar que los milagros son absolutamente excepcionales y no para resolver nuestros problemas, sino para recordarnos que Dios es el Dios de la vida y que, en última instancia, la historia no se escapa de sus manos. Nos ayuda a recordar que Él es el alfa y el omega, el principio y el fin, el que sostiene el universo y nos invita a dar gloria a Dios con nuestras vidas. Como bien dijo San Ireneo de Lyon: “la gloria de Dios es que el hombre viva”; es decir, que vivamos movidos por el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. (cfr. Ro. 5,5).
La fe madura no consiste en apelar a santos o devociones específicas con la esperanza de que resuelvan nuestros problemas o nos digan qué hacer en situaciones complejas; más bien, hemos de acercarnos a los santos para percibir el amor que los movía para crear y sostener, de una manera o de otra, vida abundante para todos. Hemos de resolver los problemas y desafíos que la historia va presentando apoyados en el amor de Dios manifestado en Jesucristo, pero no esperando que Él los vaya a resolver por nosotros. Parafraseando a San Pablo podríamos decir: ¡inclinen sus oídos a la Palabra de Dios para encontrar la luz que nos orienta a vivir con la libertad de los hijos de Dios!
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