Y… sin embargo, florecen

07 de Agosto de 2020

[Por: Rosa Ramos]




Eppur si muove -Y sin embargo, se mueve- 

Galileo Galilei

 

Las noticias no son auspiciosas, aquel cambio de conciencia -a nivel planetario- que muchos esperaban se produjera a partir de la pandemia, no se ve despuntar. Lo que vemos y nos duele, por el contrario, es la desigualdad y el acaparamiento de los pocos bienes, a costa del sufrimiento y muerte de las inmensas mayorías.

 

Y sin embargo llegó agosto y los ciruelos (o prunos, como afectivamente me resuenan) florecen delicados, blancos o rosados por doquier en el sur. También las flores de cardo en el norte argentino se abren paso en la tierra reseca, sedienta de agua y de mucho más. Este florecimiento recuerda la parábola exclusiva de Marcos (Mc. 4, 26-27), así como lo que hace pocos días decía Víctor Codina y leíamos en su blog: “el Espíritu Santo no está en huelga”.

 

No creo como los antiguos judíos que no hay nada nuevo bajo el sol, creo más bien -con el profeta Isaías- que Dios está haciendo algo nuevo que nos cuesta ver (Is. 43,19). Porque no es fácil ver, más bien como Abrahán hay que sostener la esperanza contra toda esperanza, para creer y ser padre de muchos (Rm 4, 18), o para “seguir andando no más” y “caminando humildemente con el Señor, nuestro Dios”, como señala otro profeta: Miqueas (6, 8). 

 

Caminar humildemente es -quizá- también caminar lentamente, paso a paso, contemplando porfiadamente la realidad, para desentrañar en ella los dinamismos que suscita el Espíritu, lo sepan o no los protagonistas. Es tiempo de contemplar, dejándonos asombrar y regalar ese misterio de Presencia, que a su vez nos anima a dar otros pequeños pasos en esperanza.

 

Voy a compartir una vez más algunas breves historias, o apenas algunos “pica Dios ahí”. Cuando éramos niños jugábamos a las escondidas y al descubrir al amigo escondido gritábamos jubilosos: “¡pica!” y corríamos a la base, luego nos tocaba escondernos y que el otro nos descubriera… Dios no juega a las escondidas, “está”, “acontece”, pero cuando prestamos atención podemos descubrir su rastro, y, alborozados compartirlo. Eso intentaré.

 

Una mujer recién jubilada, con muchos proyectos para esta etapa de la vida, se ve sorprendida por la pandemia y el confinamiento, debe renunciar -o postergar- los planes largamente acariciados. No se deprime, no se irrita y, como lo ha hecho toda su vida, asume la realidad con entereza. Esta vez, con tiempo extra e inesperado, se dedica a su jardín: a arrancar pastitos, a limpiar, a podar, a plantar… Me río y le digo que está trabajando en su jardín de Versalles y que pronto nos sorprenderá con su belleza. Trabajar en nuestro Versalles es apostar a la vida.

 

Una joven se encuentra embarazada por segunda vez, pese a que el momento no es el mejor, estando ella y el marido en seguro de desempleo, sin embargo están felices. De pronto una mala noticia: la criatura no es viable y la perderá, pero debe esperar pacientemente para cumplir con los protocolos. Entretanto se acerca el segundo cumpleaños de su hijita, no se paraliza por el dolor y el temor -si bien son grandes- y se dedica con esmero a cocinar, a decorar la casa, involucrando a la pequeña. No pueden hacerse fiestas, pero ella multiplica esfuerzos para hacer 4 pequeñas reuniones con los familiares y amigos íntimos. La niña alegra con su carita de felicidad la vida de esos padres y de muchos más… la vida sigue paso a paso.

 

Una pareja joven y del interior del país llegó a la capital hace un año, abriendo un pequeño negocio de comidas al paso, que no cerró ni en el peor momento de crisis, sus ventas bajaron mucho, pero resistieron y con su mejor sonrisa cocinan y atienden a los vecinos. El esfuerzo y la esperanza son visibles en sus ojos limpios, que se iluminan ante la entrada de cada cliente. Seguramente cada noche sonríen -o suspiran- prometiéndose no bajar los brazos

 

Un hombre mayor ya y con una responsabilidad nueva, asumida pocos días antes del fatídico 13 de marzo, confinado y sin poder casi planificar actividades con las que se había ilusionado, se ha dedicado a estudiar, a escribir, a rezar, a leer buenos libros y a compartir sus ecos, así como a limpiar y cocinar… en suma a caminar lenta y fielmente, tal como nos dice Miqueas. 

 

Finalmente comparto una historia que me llegó por el noticiero, me sorprendió por la apuesta a la vida, alegría, sencillez, paz y confianzafrutos del Espíritu (Gal 5, 22-23). Una pareja después de historias previas duras se dispuso a tener hijos mediante inseminación artificial y gestaron 4 criaturas. Los médicos indicaron que era mejor “pinchar” la placenta de dos, para asegurar espacio vital para dos de los fetos. Dijeron que no, que los cuatro eran regalo de Dios y confiaban. Nacieron los 4 vivos, 3 niñas  y un niño. Para más “Inri” son pobres. Sin prurito mostraron con orgullo sus hijos, su casa humilde, sus sueños y también expusieron sus carencias con sencillez de corazón. Entonces otros corazones se abrieron solidarios…

 

Compartamos estos “¡pica Dios!” en las sencillas historias de nuestros barrios y pueblos, así “ánimo nos daremos a cada paso, compartiendo la sed y el vaso”. Estas pequeñas historias son tan mínimas como los cinco panes y los dos peces que alguien le acerca a Jesús una tardecita después de una intensa jornada. ¡Y cuánto provocan!

 

Acá propongo una breve contemplación de Mc. 6, Mt. 14 o Jn 6. Se trata de aplicar sentidos y usar la imaginación, siguiendo a San Ignacio. El contexto: el asesinato de Juan el Bautista, el desconcierto, la indignación, el temor, también el dolor… Jesús se va, pero el pueblo encuentra la forma de llegar antes (¡cuánto habría para meditar sobre eso!), ese pobrerío que lo sigue porque ha descubierto en él “algo” especial que sacia sus hambres de dignidad y sentido. “Algo” que despierta en ellos esperanza, confianza, y saca lo mejor de sus reservas hondas: bondad, generosidad, alegría de estar juntos y compartir. Van para que los cure, para que les hable, pero también se le adelantan para acompañarlo, sabiendo de la muerte de Juan.

 

Sigamos aplicando sentidos “como si presentes estuviéramos”… Jesús, saliendo de sí y de su duelo, atendió a la multitud todo el día, escuchó sus cuitas, tocó heridas, abrazó, miró a tantos ojos hondamente, desnudamente, viendo maravillas que nadie veía y de tanto mirar se vio, se encontró en ellos… confirmó su identidad y misión. Seguimos contemplando la escena, con audacia… Cayó la tarde, Jesús está cansado, se sienta silencioso en el pasto y poco a poco todos se van sentando en grupos: no quieren irse, ni quieren dejarlo. Los amigos  más cercanos se ponen nerviosos, le dicen algo, hacen ademanes… Sigamos “viendo”: unos jóvenes -para agradecer y consolar a Jesús- se acercan y lo invitan a comer sus pocos panes y peces… Jesús se conmueve, acepta, sonríe, surge una vez más desde su corazón: “te alabo Padre…” Y la multitud de los pequeños también sonríe y alaba a Dios compartiendo y multiplicando dones.

 

No todo está perdido, en tiempos oscuros de mediocridades y hasta de avaricias, la humilde esperanza renace desde gestos simples y auténticos, como brotan en agosto los ciruelos adelantando el perfume de la primavera o aparecen las flores del cardo en tierras resecas. 

 

 

La vitalidad de la creación y su empuje nos asombra y deleita a todos, creyentes o no; quienes creemos en Dios sabemos que esa vitalidad serena y silenciosa que a todos refresca es regalo, es el balbuceo del Amor que no se cansa, que nunca está de huelga. Entonces damos gracias, bendecimos y damos otro pasito... Queda mucho por andar… Resistir, estar allí en fidelidad y solidaridad… podemos florecer también en invierno.

 

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