31 de Julio de 2020
[Por: Juan José Tamayo]
El coronavirus y las estrategias de Satanás
Con motivo de la pandemia del coronavirus ha vuelto a plantearse el viejo problema de la relación entre ciencia y religión con tendencias encontradas. Hay quienes consideran que ambas son incompatibles por tratarse de dos visiones contrapuestas sin punto alguno de contacto. Un ejemplo es el positivismo de August Comte, para quien solo es verdadera la imagen del mundo que ofrece la ciencia. Cada avance científico supone un retroceso de la religión. En este modelo la ciencia es presentada como agente de progreso y la religión como responsable de la regresión de la humanidad.
Tal planteamiento me parece simplista y se da de bruces con la realidad. Robert Oppenheimer afirmaba que con la bomba atómica la ciencia dejaba de ser inocente y generadora de bienestar para la humanidad. Él mismo se aplicaba las palabras de la Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Lo mismo creo que puede decirse de la depredación de la naturaleza por mor de la aplicación de las ciencias a la tecnología provocando una de las mayores –si no la mayor- crisis ecológica de la historia de la humanidad.
Un matiz importante en este modelo de incompatibilidad es el que distingue entre religión y superstición y sitúa la incompatibilidad entre ciencia y superstición. Es el planteamiento de los críticos clásicos de la religión, entre los que cabe citar a Epicuro.
Otro modelo de relación entre ciencia y religión es el que defiende la independencia y la coexistencia de ambas y cree que conflicto entre ellas se produce por la intromisión indebida de una en el campo de la otra y por la falta de respeto de las distintas formas de conocimiento. A favor de este modelo cabe citar, entre otros, a Francis Bacon y Max Planck. El primero afirmaba que “el libro de la palabra de Dios y el libro de las obras son saberes que no se deben mezclar ni confundir. Max Plack consideraba la religión y la ciencia como “dos vías paralelas que solo se unen en el infinito”.
La posición extrema es la de las personas creyentes fundamentalistas que, en el caso del coronavirus, interpretan la pandemia como un castigo que Dios manda a la humanidad por la maldad del género humano, por haberse apartado de la religión y por el ateísmo cada vez más extendido. La respuesta la encuentran en la vuelta a la religión y a la fe en Dios, desconfiando de la ciencia, dándole la espalda o, al menos, dudando de su eficacia.
Dos ejemplos de tal actitud ante la pandemia son Salvini y los evangélicos que apoyan a Bolsonaro. Salvini apela al Corazón Inmaculado de María para derrotar al virus “porque la ciencia sola no basta”. En Brasil las mega-iglesias evangélicas mantienen abiertos sus templos durante la pandemia, acogiéndose a un decreto de Bolsonaro, que considera los actos religiosos como “servicios esenciales”, poniendo en peligro la vida de los miles de fieles que asisten a dichos actos.
Sus pastores minusvaloran la gravedad del coronavirus, desconfían de la ciencia y proponen como alternativa la fe. El obispo Edir Macedo, de la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios de Brasil, afirma en sus predicaciones que el coronavirus es una estrategia de Satanás para infundir miedo, pánico, terror, que solo afectaba a las personas sin fe y propone como antídoto el “coronafe”, que es eficaz únicamente para quienes creen firmemente en la palabra de Dios. El propio Bolsonaro llegó a hacer exorcismos contra el coronavirus ante un grupo de evangélicos que lo esperaban a las puertas del palacio presidencial.
Los recursos que creen más eficaces ante escenarios dramáticos como el que estamos viviendo son pedir la intervención de Dios para que haga un milagro, la práctica de los rituales religiosos en sus formas mágicas más que como celebración festiva de la vida, experiencia comunitaria del compartir y relación personal, gratuita y no venal con la divinidad. Esta actitud es la que, sin duda, más daño hace a la religión y mayor alejamiento de ella produce.
Tanto el materialismo científico como el fundamentalismo religioso coinciden en afirmar la existencia de un conflicto insuperable entre ciencia y religión, que lo presentan con frecuencia con la metáfora de “guerra”. En ambos casos estamos ante una distorsión de la ciencia. El materialismo científico dice partir solo de teorías científicas, pero en realidad incurre en pretensiones filosóficas. El fundamentalismo religioso va más allá del ámbito teológico y reclama autoridad en cuestiones científicas. A su vez, la consideración metafórica de “guerra” ofrece una idea inadecuada tanto de la ciencia como de la religión y de la relación entre ellas.
Otro modelo de relación entre ciencia y religión es el del diálogo y la cooperación. Ciencia y religión han ejercido una gran influencia en la humanidad y en la naturaleza. No pueden, por tanto, desconocerse, ni caminar en paralelo, y menos aún entrar en confrontación, ya que cualquiera de esas posturas perjudicaría gravemente y por igual a los seres humanos y a la naturaleza. Han sido fenómenos culturales presentes en la historia de la humanidad en permanente interacción desde sus albores hasta nuestros días, unas veces en conflicto y otras en cooperación.
En el próximo artículo fundamentaré la opción por este modelo de diálogo y cooperación entre ciencia y religión, que me parece el más beneficioso para la humanidad, siempre que tenga como prioridad a los sectores más vulnerables de la sociedad, que suelen ser los más olvidados por la ciencia y la religión.
Imagen: https://christianpublishinghouse.co/2017/12/09/how-can-you-defend-your-belief-in-god/
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