Los mártires del virus

17 de Julio de 2020

[Maestría en Teología Latinoamericana - UCA]




Palabras de Monseñor Romero para iluminar la realidad

 

En El Salvador, tierra de San Romero, se estima que el 31.7% de las muertes por COVID-19 pertenecen al personal de salud. En los últimos días,  varios medios nacionales han rendido homenaje a “los héroes de la salud fallecidos”, pero la verdad es que médicos, médicas y personal de enfermería no quieren ser héroes; quieren contar con un equipo de protección adecuado y con protocolos claros que mejoren los resultados del trabajo que hacen, que eviten la muerte de sus compañeros y permitan dar la mejor atención a cada paciente. Situación similar se repite en todo el continente. 

 

¿Qué decir ante esta situación? ¿Qué decir, desde la fe, ante tantas cruces en los hospitales? A muchos nos faltan las palabras, ya que la situación grita al cielo. Y quizás el grito es la única respuesta adecuada – el grito como aquel de Jesús en la cruz, muriendo solo, abandonado por Dios y por los amigos-. A diferencia de Jesús, los pacientes graves de COVID – en su abandono – no pueden gritar porque les falta el oxígeno. Tampoco pueden gritar aquellos que los cuidan, porque les falta el tiempo y porque muchas veces no hay ni para una mascarilla segura. 

 

Pero paradójicamente el grito está ahí, en las casas y los hospitales, en silencio: Es un grito por la vida; un grito de miedo a contagiarse y contagiar; un grito en cuyo eco retumba la histórica lucha contra la desigualdad y la privatización de la salud que el neoliberalismo impulsó; un grito contra los poderosos: contra su soberbia, contra su fracaso de diálogo, contra la falta de un verdadero plan para proteger la vida del virus y del hambre. Es un grito que como decía Romero, tiene hambre y sed de justicia. 

 

Y en medio de estos gritos silenciosos – y muchas veces silenciados – ocurren milagros: Una esposa lleva a su esposo al hospital, prometiéndole volver a espiarlo desde lejos y rogándole que coma todo lo que le den; un padre moribundo escribe una carta poco antes de morir, despidiéndose de su familia de la manera más tierna; un hermano renuncia a recibir medicinas escasas para que las pueda recibir su hermana. Así lo narra el médico internista salvadoreño Benjamín Pompilio Coello, en sus diarios recientemente publicados. Aquellos pacientes anónimos vencen el abandono, la separación y la muerte del próximo. En una situación sumamente deshumana, muestran un rostro de sublime humanidad. En los escenarios de muerte dan testimonio de la santidad de la vida, de su cercanía, de su fragilidad, de su cuidado amoroso.

 

Hoy queremos que la palabra de Monseñor Romero acompañe a todas y todos los que están cuidando ese don preciado que es la vida de los otros, camino único para el encuentro con nuestra propia vida. Sabemos que día a día dan todo para salvarla y superar el abandono, cargando la cruz del cansancio, del temor al contagio, del estigma de ser positivo y de no saber hasta cuándo.  Muchos de ellos – enfermeros y enfermeras, médicos y médicas de vocación – se sienten llamados a dar su vida por el prójimo. Con su ejemplo hacen recordar a aquel crucificado, cuyo amor fue más fuerte que la muerte y quien la venció para siempre. Y hacen presente a aquel santo quien, como cristiano, no creyó en la muerte sin resurrección: San Oscar Romero. 

 

Es cierto que San Romero entregó su vida, pero también es cierto que a San Romero lo mataron. Cada martirio es también escándalo, es una denuncia del pecado que mata. Dice Romero: “Pecado es aquello que dio muerte al hijo de Dios y pecado sigue siendo aquello que da muerte a los hijos de Dios. Esa verdad fundamental de la fe, la vemos a diario en situaciones de nuestro país”. Pecado hoy es pagar sobreprecio por insumos médicos. Pecado hoy es mentir con la información de la salud de la gente. Pecado hoy es mantener hospitales privados “de reserva” mientras otros colapsan. Pecado hoy es tener el corazón cerrado al diálogo y a la solidaridad con los que sufren.

 

No dejemos que haya más mártires, ni de las armas ni del virus. Pidámosle a Monseñor que no nos falte el oxígeno para acompañar a quienes están en la primera línea, exigiendo el máximo respeto para la vida y encontremos fuerza en sus palabras: “Porque este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana”.

 

(Trabajado a partir de párrafos del Discurso con motivo del Doctorado Honoris Causa conferido por la Universidad de Lovaina el día 2 de frebrero de 1980) 

 

 

Imagen: https://diariolahuella.com/salud-reporta-el-fallecimiento-de-dos-enfermeras-por-covid-19/

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