El Espíritu liberador nos invita a comprometernos

06 de Julio de 2020

[Por: Diego Pereira Ríos]




En Uruguay, durante este tiempo de pandemia, hemos estado acorralados por varios poderes que han intentado convencernos de que debemos quedarnos inactivos y obedientes. Desde el Ministerio de Salud nos recomendaron quedarnos en casa para no ser contagiados con el Covid-19 y no contagiar a los de nuestra casa. Desde el sistema educativo nos han invitado a utilizar diversas plataformas digitales para poder seguir con la educación y así velar por la formación de nuestros alumnos. Desde la Cámara de Comercio nos han llegado las noticias de un cierto control de precios de los productos que integran la canasta básica, frente al alza de precios, tema que toca directamente nuestras decisiones de qué comprar para comer. Desde los organismos del Estado, hubo varias modificaciones de normativas en orden a atender las necesidades de los que quedaron sin trabajo, o fueron destinados al seguro por desempleo. Las reuniones en general fueron prohibidas y con ellas la cultura ha perdido su lugar. Pero también la religión fue nuevamente recluida al ámbito privado. La prohibición de los cultos, salvo por internet, llevó a que las personas debieran llevar adelante sus ritos y oraciones desde sus hogares. 

 

En este pequeño recuento de situaciones que no intenta describirlo todo, solo busco que pensemos en la situación en la cual nos encontramos. Estamos atravesados por tantos poderes que nos hacen retraer y vamos perdiendo presencia en el ámbito público. Nos siguen queriendo convencer que quedarnos en casa es la mejor de las opciones. Una cosa es el cuidado sanitario ante el cuidado del prójimo, otra cosa es aprovechar la situación con otros fines. ¿Tenemos claro que mientras nosotros no pensamos en cómo salir de esta situación, otro sí piensan por nosotros? En estos días se vota en el Parlamento la Ley de Urgente Consideración (LUC) que tanto revuelo está causando. ¿La hemos leído? ¿Hemos preguntado de qué trata? ¿Sabemos que en esto se juega nuestro presente y nuestro futuro como país? Estamos tan atormentados que la mayoría de las personas no quiere ver los teleinformativos. Entre que una parte del mundo sigue muriendo, algunos están preocupados por el reinicio de los campeonatos de fútbol. No hay pan y no hay circo. 

 

Junto con esto, no se han dejado de oír las voces que se levantan en contra del sistema y de las decisiones del gobierno. Los más golpeados por la crisis no han cesado de pedir soluciones a su situación. Así lo han hecho los trabajadores del taxi, los trabajadores de la educación, los de la construcción, los artistas, entre otros. El movimiento feminista también se ha manifestado contra los feminicidios que en este tiempo siguen creciendo. En medio de esta situación, seguimos viendo muestras solidaridad que se reproducen: en Montevideo, una mujer que recoge perros en la calle para cuidarlos en su refugio, las ollas populares que siguen alimentando a lo que no tienen, la venta de ropa de segunda mano en barrios periféricos para tener fondos para compartir entre vecinos.

 

Ante la “nueva normalidad” los cristianos católicos tenemos grandes desafíos: ¿Qué mundo estamos dispuestos a construir? ¿Cómo vivimos hoy nuestra fe? ¿Cuál es nuestro compromiso? ¿Seremos capaces de mostrar con nuestra vida que el Dios de nuestra fe es un Dios del amor, de la compasión, del compromiso con el que sufre? ¿Seguiremos preocupados solamente por acudir a misa, y no haremos nada por el prójimo? No encerremos al Espíritu! Dejémoslo ser en nosotros. Los poderes del mundo nos cercan y debemos ser astutos para poder romper las barreras que nos imponen. Sólo lo haremos siendo fieles al Jesús de Nazaret que anduvo recorriendo su pueblo, envuelto en las situaciones que necesitaban liberación. Debemos vencer el individualismo y el egoísmo al cual nos están recluyendo donde “se ven los problemas del exterior, pero no se afrontan, por entender que su solución no compete a las personas individualmente”.  Solamente en la entrega a los demás, sin diferencia de partido político o religión, estaremos contribuyendo realmente a la construcción del reino, pues “quien no vive para sí, se encontrará realmente consigo, conseguirá ser hombre, tener sentido, identidad, libertad”. Debemos trabajar en comunidad, en colectivos, junto a otros.

 

La historia de salvación cristiana se desarrolla en el transcurso de la historia humana, donde no hay separación entre lo profano y lo sagrado. La praxis cristiana, si quiere ser fiel a Jesús, debe acompañar las manifestaciones del Espíritu que se manifiesta mucho más allá de los ámbitos cristianos, pero que siempre son acontecimientos históricos. Es allí donde podemos experimentar “una máxima coincidencia entre lo que Dios quiere de los hombres y lo que los hombres hacen”. Donde haya reclamos por injusticia, discriminación, dolor, sufrimiento y muerte, el Espíritu grita a través de su creación con gemidos inenarrables (Rom 8, 26) y nos auxilia en nuestra falta de discernimiento ante los signos de los tiempos.  Como decía Comblin: “La fuerza del Espíritu es la fuerza de la libertad…y la libertad es poder creativo, poder de inventar una vida, de descubrir los pasos de la liberación de la humanidad”. Los cristianos debemos reinventarnos, no podemos volver a lo mismo de antes porque no estábamos bien y sobre todo, debemos unirnos cada vez más a las luchas de los movimientos sociales para colaborar en la liberación de los que sufren. 

 

Necesitamos de una eficacia pastoral que vaya más allá de los planes intraeclesiales. Necesitamos estar en el mundo si queremos cambiar el mundo. Necesitamos unirnos a tantos hermanos y hermanas que luchan dentro de los movimientos populares por un mundo mejor. Creo que a los católicos, en este tiempo de la excesiva sobrevaloración de la sacramentalización de la misa, nos perdemos el verdadero valor de lo que significa realmente la Eucaristía que es Koinonía: comunión. Transitamos el peligro de que nos suceda lo que Han describe acerca de la conciencia colectiva: 

 

La conciencia colectiva engendra una comunidad sin comunicación…nadie rompe ese acuerdo comentando sus vivencias y opiniones personales. Nadie trata de que los escuchen ni le presten atención. La atención se dirige ante que nada a la comunidad. La comunidad ritual es una comunidad de la escucha en común y de la pertenencia mutua, una comunidad en una pacífica concordia del silencio.

 

Decía el gran Camilo Torres en una carta a los cristianos: “Lo principal en el catolicismo es el amor al prójimo. El que ama a su prójimo cumple la Ley (Rom 13, 8). Este amor para que sea verdadero tiene que buscar la eficacia”. Y la eficacia pasa por estar fuera de casa, aún con los cuidados necesarios, pero es allí donde el Espíritu está gritando en el que sufre, en el que reclama, en el que clama por justicia. Y nosotros los cristianos comprometidos debemos estar. 

 

Citas

 

 Tamayo-Acosta, Juan José, Hacia la comunidad, I. La marginación, lugar social de los cristianos, Madrid, Trotta, 1993, p. 93.

2 Küng, Hans, Ser cristiano, Madrid, Trotta, 1996, p. 625 

3 Ellacuría, Ignacio, Historicidad de la salvación cristiana, Escritos Teológicos I,  El Salvador, UCA, 2000, p. 541.

4 Combin, José, A vida. Em busca da iberdade, São Paulo, Paulus, 2007, p. 165.

5 Han, Byung-Chul, La desaparición de los rituales, Barcelona, Herder, p. 45.

6 López, Lorena – Herrera, Nicolás, Camilo Torres Restrepo. Profeta de Liberación, Buenos Aires, El Colectivo, 2016, p. 285.  

 

 

Imagen:  https://www.republica.com.uy/movilizacion-contra-la-luc-ataca-particularmente-a-los-sectores-mas-vulnerables-id765656/ 

 

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