Extraña y realmente… Dios acontece hoy*

12 de Junio de 2020

[Por: Rosa Ramos]




“No puedo respirar… no puedo respirarno…”

George Floyd

“Sí, respiras, sí, respiras, sí, respiras

Respiras en nosotros, clamas en nuestra voz, vives!

Tu raza y todo un pueblo de conciencias

 

“Dios no es, Dios acontece”, le oí decir en Chile por primera vez a Manuel Ossa, un teólogo protestante hace muchos años, esa expresión me impactó mucho y siguió creciendo en mí. Obviamente implicaba una novedad en relación a mi formación religiosa.

 

Hoy desperté recordando aquella lección del teólogo chileno: Dios no es, acontece. Y tras estas palabras, aquella voz y aquél rostro, otra catarata de palabras oídas o leídas, me llegó en ese despertar aún a oscuras; dejé los ojos cerrados para que fluyera con menos impedimento.

 

“Dios está siendo, Dios se está haciendo, no está terminado”, dice Jon Sobrino. Este teólogo aprende, descubre, ve a Dios en el devenir de la historia y con San Pablo entiende que vivimos entre dolores de parto y que la plenitud llegará cuando Dios sea todo en todos”. (1 Co. 15, 28)

Muchos han visto “acontecer” a Dios y se han emocionado, alegrado y agradecido en estos meses en la lucha titánica de médicos y enfermeros tratando de salvar pacientes, durmiendo pocas horas, cayendo extenuados, pero levantándose para responder con lo mejor de sí a una epidemia que exigía sus mayores esfuerzos. Muchos los aplaudieron, viendo que allí había una reserva de humanidad que bregaba por la vida de los otros, más allá de credos.

 

Yo lo he visto en la conmoción e indignación ética provocada recientemente por un hecho doloroso, ignominioso -aunque no infrecuente-: la muerte por asfixia de un hombre a manos de otro hombre. No en la muerte, sino en lo sucedido después, veo acontecer a Dios.

 

No hay dos historias, la historia de salvación es la historia humana y es allí donde acontece Dios precisamente en esos dinamismos –animados por su Espíritu- en que hombres y mujeres damos saltos en conciencia ética, indignándonos ante el sufrimiento y la injusticia.

 

¿Quién era Abel?, ¿quién era José el hijo menor de Jacob? en los relatos del Génesis, ¿quién era George Floyd de Mineápolis? No eran santos, no eran perfectos, eran seres humanos, personas, que como tales debían ser respetados, no vendidos ni asesinados por sus hermanos.

“¿Dónde está tu hermano?” Pregunta Dios a Caín por Abel.

 

¿Dónde estamos los otros hermanos y hermanas cuando se mata, se vende, se desprecia, se odia a una mujer o a un varón de nuestra raza, de la única raza humana?

 

Parece que no estamos, pero sí estamos, quizá estábamos dormidos o entretenidos en nuestros propios afanes e intereses. Sin embargo la muerte injusta suele pincharnos y despertarnos, sacarnos de esa somnolencia apática, tocar fibras íntimas y ponernos de pie. 

Esto ha sucedido en estos días y en esto podemos descubrir a Dios acontecer, densificarse en la historia hasta hacerse visible, de un modo quizá inesperado, extraño, pero real.

 

¿Qué hemos visto en estos días? Miles de manifestaciones contra la violencia racial, ríos caudalosos de gente caminando, primero en Mineápolis y multiplicadas en todas las grandes ciudades de EEUU. Vimos imágenes de las ceremonias funerarias de George Floyd en la ciudad donde lo mataron y días después nuevas imágenes de multitudes en Houston donde finalmente sus hermanos vestidos de blanco dejaron su cuerpo negro en un ataúd dorado, ¡qué simbólico y se comprometieron por la causa de la igualdad, la vida, la justicia.

 

¿Era necesario que a un hombre le impidieran respirar, era necesario que muriera? Claro que no, sin duda no fue voluntad de Dios su crimen, como no lo fue el de Jesús. Pero de hecho así han sucedido los hechos históricos. Sin embargo lo que pasó en la conciencia de miles de personas con la muerte de Floyd nos dice algo de Dios y de su sueño para la humanidad. 

 

La revelación no cae del cielo como un aerolito, nos dicen Juan Luis Segundo, Andrés Torres Queiruga, otros y otras. “La gracia nace siempre  en la historia y tiene forma de historia, esto lo afirma José Ignacio González Faus. 

 

La magnitud de las reacciones y manifestaciones en este caso reciente se han comparado con la indignación ética que recorrió el mundo con el asesinato del pastor luterano Martin Luther King en 1968, hace más de cincuenta años.

 

No son análogos los hombres ni las circunstancias, no se comparan las personas en sí, sino los crímenes y la herida a la humanidad que en ambos casos interpela y levanta. La historia no es pura transparencia, la historia es historia y la gracia se descubre mezclada con su barro. 

Sin embargo en medio de tanta muerte y tanta violencia, tanto retroceso humano (mucho barro en este presente histórico) ha acontecido algo que alimenta la esperanza. Cito nuevamente a González Faus: “la potenciación y renovación de lo humano es nada menos que una potenciación hasta lo divino”, pues “el don de Dios es Dios mismo”.

 

Caín no sólo sintió miedo, vergüenza y confusos sentimientos por su crimen, llegó a sentirse “signado en la frente” por Dios para no morir. Los hermanos de José, después de mentirle a su padre, después de andar en la oscuridad mucho tiempo, llegaron -según el pedagógico relato bíblico- a reconocer a su hermano como tal y a volverse hermanos ellos. Judas no soportó su traición y se quitó la vida, Pedro “vio” sobre él los ojos de Jesús y fue capaz de perdonarse y confesar “tú lo sabes todo, sabes que te quiero”. ¿Qué pasará en este caso? No se sabe aún.

 

Damos gracias a Dios por no abandonar la historia y acontecer aquí en su difícil devenir entre barros y violencias, desde su densidad y gravedad (peso, entropía, pecado). Ante cada caída nos ayuda entrever un haz de luz que alimente la esperanza,  nos convoca y anima a levantarnos y a ser una humanidad no fratricida sino reconciliada, hermanada. 

 

* Para entender mejor este artículo breve, que no puede ser una exposición teológica, ayudaría leer “Dios, misterio de fidelidad y presencia” (  ) y los tres artículos anteriores a ese sobre Imágenes de Dios.

 

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