Volver a la “normalidad” es autocondenarse

07 de Mayo de 2020

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]




Cuando pase la pandemia del coronavirus no nos estará permitido volver a la “normalidad” anterior. Sería, en primer lugar, un desprecio a los miles de personas que han muerto asfixiadas por el virus y una falta de solidaridad con sus familiares y amigos. En segundo lugar, sería la demostración de que no hemos aprendido nada de lo que, más que una crisis, es una llamada urgente a cambiar nuestra forma de vivir en nuestra única Casa Común. Se trata de un llamamiento de la propia Tierra viva, ese superorganismo autorregulado del que somos su parte inteligente y consciente.

 

El sistema actual pone en peligro las bases de la vida

 

Volver a la anterior configuración del mundo, hegemonizado por el capitalismo neoliberal, incapaz de resolver sus contradicciones internas y cuyo ADN es su voracidad por un crecimiento ilimitado a costa de la sobreexplotación de la naturaleza y la indiferencia ante la pobreza y la miseria de la gran mayoría de la humanidad producida por ella, es olvidar que dicha configuración está sacudiendo los cimientos ecológicos que sostienen toda la vida en el planeta. Volver a la “normalidad” anterior (business as usual) es prolongar una situación que podría significar nuestra propia autodestrucción.

 

Si no hacemos una “conversión ecológica radical”, en palabras del Papa Francisco, la Tierra viva podrá reaccionar y contraatacar con virus aún más violentos capaces de hacer desaparecer a la especie humana. Esta no es una opinión meramente personal, sino la opinión de muchos biólogos, cosmólogos y ecologistas que están siguiendo sistemáticamente la creciente degradación de los sistemas-vida y del sistema-Tierra. Hace diez años (2010), como resultado de mis investigaciones en cosmología y en el nuevo paradigma ecológico, escribí el libro Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo evitar el fin del mundo (Record). Los pronósticos que adelantaba han sido confirmados plenamente por la situación actual.

 

El proyecto capitalista y neoliberal ha sido rechazado

 

Una de las lecciones que hemos aprendido de la pandemia es la siguiente: si se hubieran seguido los ideales del capitalismo neoliberal –competencia, acumulación privada, individualismo, primacía del mercado sobre la vida y minimización del Estado– la mayoría de la humanidad estaría perdida. Lo que nos ha salvado ha sido la cooperación, la interdependencia de todos con todos, la solidaridad y un Estado suficientemente equipado para ofrecer la posibilidad universal de tratamiento del coronavirus, en el caso del Brasil, el Sistema Único de Salud (SUS).

 

Hemos hecho algunos descubrimientos: necesitamos un contrato social mundial, porque seguimos siendo rehenes del obsoleto soberanismo de cada país. Los problemas mundiales requieren una solución mundial, acordada entre todos los países. Hemos visto el desastre en la Comunidad Europea, en la que cada país tenía su plan sin considerar la necesaria cooperación con otros países. Fue una devastación generalizada en Italia, en España y últimamente en Estados Unidos, donde la medicina está totalmente privatizada.

 

Otro descubrimiento ha sido la urgencia de un centro plural de gobierno mundial para asegurar a toda la comunidad de vida (no sólo la humana sino la de todos los seres vivos) lo suficiente y decente para vivir. Los bienes y servicios naturales son escasos y muchos de ellos no son renovables. Con ellos debemos satisfacer las demandas básicas del sistema-vida, pensando también en las generaciones futuras. Es el momento oportuno para crear una renta mínima universal para todos, la persistente prédica del valiente y digno político Eduardo Suplicy.

 

Una comunidad de destino compartido

 

Los chinos han visto claramente esta exigencia al promover “una comunidad de destino compartido para toda la humanidad”, texto incorporado en el renovado artículo 35 de la Constitución china. Esta vez, o nos salvamos todos, o engrosaremos la procesión de los que se dirigen a la tumba colectiva. Por eso debemos cambiar urgentemente nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza y con la Tierra, no como señores, montados sobre ella, dilapidándola, sino como partes conscientes y responsables, poniéndonos junto a ella y a sus pies, cuidadores de toda la vida.

 

A la famosa TINA (There Is No Alternative), “no hay (otra) alternativa” de la cultura del capital, debemos confrontar otra TINA (There Is a New Alternative), “hay una nueva alternativa”. Si en la primera alternativa la centralidad estaba ocupada por el beneficio, el mercado y la dominación de la naturaleza y de los otros (imperialismo), en esta segunda será la vida en su gran diversidad, también la humana con sus muchas culturas y tradiciones la que organizará la nueva forma de habitar la Casa Común. Eso es imperativo y está dentro de las posibilidades humanas: tenemos la ciencia y la tecnología, tenemos una acumulación fantástica de riqueza monetaria, pero falta a la gran mayoría de la humanidad y, lo que es peor, a los Jefes de Estado la conciencia de esta necesidad y la voluntad política de implementarla. Tal vez, ante el riesgo real de nuestra desaparición como especie, por haber llegado a los límites insoportables para la Tierra, el instinto de supervivencia nos haga sociables, fraternos y todos colaboradores y solidarios unos con otros. El tiempo de la competencia ha pasado. Ahora es el tiempo de la cooperación. 

 

La inauguración de una civilización biocentrada

 

Creo que inauguraremos una civilización biocentrada, cuidadosa y amiga de la vida, como algunos dicen, “la tierra de la buena esperanza”. Se podrá realizar el “bien vivir y convivir” de los pueblos andinos: la armonía de todos con todos, en la familia, en la sociedad, con los demás seres de la naturaleza, con las aguas, con las montañas y hasta con las estrellas del firmamento.

 

Como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz ha dicho con razón: “tendremos una ciencia no al servicio del mercado, sino el mercado al servicio de la ciencia”, y yo añadiría, y la ciencia al servicio de la vida.

No saldremos de la pandemia de coronavirus como entramos. Seguramente habrá cambios significativos, tal vez incluso estructurales. El conocido líder indígena, Ailton Krenak, del valle del Río Doce, ha dicho acertadamente: “No sé si saldremos de esta experiencia de la misma manera que entramos. Es como una sacudida para ver lo que realmente importa; el futuro es aquí y ahora, puede que mañana no estemos vivos; ojalá que no volvamos a la normalidad” (O Globo, 01/05/2020, B 6).

 

Lógicamente, no podemos imaginar que las transformaciones se produzcan de un día a otro. Es comprensible que las fábricas y las cadenas de producción quieran volver a la lógica anterior. Pero ya no serán aceptables. Deberán someterse a un proceso de reconversión en el que todo el aparato de producción industrial y agroindustrial deberá incorporar el factor ecológico como elemento esencial. La responsabilidad social de las empresas no es suficiente. Se impondrá la responsabilidad socio-ecológica.

 

Se buscarán energías alternativas a las fósiles, menos impactantes para los ecosistemas. Se tendrá más cuidado con la atmósfera, las aguas y los bosques. La protección de la biodiversidad será fundamental para el futuro de la vida y de la alimentación, humana y de toda la comunidad de la vida.

 

¿Qué tipo de Tierra queremos para el futuro?

 

Seguramente habrá una gran discusión de ideas sobre qué futuro queremos y qué tipo de Tierra queremos habitar. Cuál será la configuración más adecuada a la fase actual de la Tierra y de la propia humanidad, la fase de planetización y de la percepción cada vez más clara de que no tenemos otra casa común para habitar que ésta. Y que tenemos un destino común, feliz o trágico. Para que sea feliz, debemos cuidarla para que todos podamos caber dentro, incluida la naturaleza.

Existe el riesgo real de polarización de modelos binarios: por un lado los movimientos de integración, de cooperación general y, por otro, la reafirmación de las soberanías nacionales con su proteccionismo. Por un lado el capitalismo “natural” y verde y por otro lado el comunismo reinventado de tercera generación como pronostican Alain Badiou y Slavoy Zizek.

 

Otros temen un proceso de brutalización radical por parte de los “dueños del poder económico y militar” para asegurar sus privilegios y sus capitales. Sería un despotismo de forma diferente porque se basaría en los medios cibernéticos y en la inteligencia artificial con sus complejos algoritmos, un sistema de vigilancia sobre todas las personas del planeta. La vida social y las libertades estarían permanentemente amenazadas. Pero a todo poder le surgirá siempre un contrapoder. Habría grandes enfrentamientos y conflictos a causa de la exclusión y la miseria de millones de personas que, a pesar de la vigilancia, no se conformarán con las migajas que caen de las mesas de los ricos epulones.

 

No pocos proponen una glocalización, es decir que el acento se ponga en lo local, en la región con su especificidad geológica, física, ecológica y cultural pero abierta a lo global que involucra a todos. En este biorregionalismo se podría lograr un verdadero desarrollo sostenible, aprovechando los bienes y servicios locales. Prácticamente todo se realizará en la región, con empresas más pequeñas, con una producción agroecológica, sin necesidad de largos transportes que consumen energía y contaminan. La cultura, las artes y las tradiciones serán revividas como una parte importante de la vida social. La gobernanza será participativa, reduciendo las desigualdades y haciendo que la pobreza sea menor, siempre posible, en las sociedades complejas. Es la tesis que el cosmólogo Mark Hathaway y yo defendemos en nuestro libro común El Tao de la Liberación (2010) que fue bien acogida en el ambiente científico y entre los ecologistas hasta el punto de que Fritjof Capra se ofreció a hacer un interesante prefacio.

Otros ven la posibilidad de un ecosocialismo planetario, capaz de lograr lo que el capitalismo, por su esencia competitiva y excluyente, es incapaz de hacer: un contrato social mundial, igualitario e inclusivo, respetuoso de la naturaleza en el que el nosotros (lo comunitario y societario) y no el yo (individualismo) será el eje estructurador de las sociedades y de la comunidad mundial. El ecosocialismo planetario encontró en el franco-brasileño Michael Löwy su más brillante formulador. Tendremos, como reafirma la Carta de la Tierra así como la encíclica del Papa Francisco “sobre el cuidado de la Casa Común”, un modo de vida verdaderamente sostenible y no sólo un desarrollo sostenible.

 

Al final, pasaremos de una sociedad industrial/consumista a una sociedad de sustentación de toda la vida con un consumo sobrio y solidario; de una cultura de acumulación de bienes materiales a una cultura humanístico-espiritual en la que los bienes intangibles como la solidaridad, la justicia social, la cooperación, los lazos afectivos y no en última instancia la amorosidad y la logique du coeur estarán en sus cimientos.

 

No sabemos qué tendencia predominará. El ser humano es complejo e indescifrable, se mueve por la benevolencia pero también por la brutalidad. Está completo pero aún no está totalmente (terminado). Aprenderá, a través de errores y aciertos, que la mejor configuración para la coexistencia humana con todos los demás seres de la Madre Tierra debe estar guiada por la lógica del propio universo: este está estructurado, como nos dicen notables cosmólogos y físicos cuánticos, según complejas redes de inter-retro-relaciones. Todo es relación. No existe nada fuera de la relación. Todos se ayudan mutuamente para seguir existiendo y poder co-evolucionar. El propio ser humano es un rizoma (bulbo de raíces) de relaciones en todas las direcciones. 

 

Si se me permite decirlo en términos teológicos: es la imagen y semejanza de la Divinidad que surge como la relación íntima de tres Infinitos, cada uno singular (las singularidades no se suman), Padre, Hijo y Espíritu Santo, que existen eternamente el uno para el otro, con el otro, en el otro y a través del otro, constituyendo un Dios-comunión de amor, de bondad y de belleza infinita.

 

Tiempos de crisis como el nuestro, de paso de un tipo de mundo a otro, son también tiempos de grandes sueños y utopías. Ellas son las que nos mueven hacia el futuro, incorporando el pasado pero dejando nuestra propia huella en el suelo de la vida. Es fácil pisar la huella dejada por otros, pero ella no nos lleva a ningún camino esperanzador. Debemos hacer nuestra propia huella, marcada por la inagotable esperanza de la victoria de la vida, porque el camino se hace caminando y soñando.  Así pues, caminemos.

 

*Leonardo Boff es ecoteólogo, filósofo y ha escrito: Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Record, Rio 2010.

 

Traducción de Mª José Gavito Milano

 

*     *     *

 

Voltar à “normalidade” é auto-condenar-se

                                               

Quando passar a pandemia do coronavírus não nos é permitido voltar à “normalidade” anterior. Seria, em primeiro lugar,um desprezo pelos milhares que morreram sufocados pelo vírus e uma falta de solidariedade para com os parentes e amigos. Em segundo lugar, seria uma demonstração de que não aprendemos nada daquilo que é ou foi mais que uma crise, mas um chamado urgente para mudarmos a nossa forma de habitar a única Casa Comum. Temos a ver com um  apelo da própria Terra viva, esse super-organismo que se autoregula do qual somos sua porção inteligente e consciente.

 

O atual sistema põe em risco as bases da vida

 

Voltar à conformação anterior do mundo, hegemonizado pelo capitalismo neoliberal, incapaz de resolver suas contradições internas e cujo DNA é sua voracidade por um crescimento ilimitado à custa da super-exploração da natureza e da indiferença face à pobreza e miséria da grande maioria da humanidade produzida por ele,  é esquecer que tal conformação está abalando os fundamentos ecológicos que sustentam toda a vida no planeta. Voltar à “normalidade”anterior (bisness as usual) é prolongar uma situação que poderá significar a nossa própria auto-destruição.

 

Se não fizermos uma “conversão ecológica radical”, nas palavras do Papa Francisco, a Terra viva  poderá reagir e contra-atacar com vírus ainda mais violentos, capazes de fazer desaparecer a espécie humana. Essa não é uma opinião meramente pessoal, mas de muitos biólogos, cosmólogos e ecologistas que sistematicamente acompanham a crescente degradação dos sitema-vida e do sistema-Terra. Dez anos atrás (2010), como fruto de minhas  pesquisas em cosmologia e novo paradigma ecológico, escrevi o livro:Cuidar da Terra-proteger a vida: como evitar o fim do mundo”(Record). Os prognósticos que avançava, se viram plenamente confirmados pela atual situação.

   

O projeto capitalista e neoliberal foi refutado

 

Uma lição que eruimos da pandemia é esta: se tivésses seguido os ideais do capitalismo neoliberal, -competição, acumulação privada, individualismo, primazia do mercado sobre a vida e a minimilização do Estado - a maioria da humanidade estaria perdida. O que nos tem salvado foi a cooperação, a interdependência de todos com todos, a solidariedade e um Estado suficientemente apetrechado para ofecer a chance universal de tratamento do coranovírus, no caso do Brasil, o SUS  (Sistema Único de Saúde).

 

Fizemos algumas descobertas: precisamos de um contrato social mundial, pois somos ainda reféns do ultrapassado soberanismo de cada país. Problemas globais exigem uma solução global, concertada entre todos os países. Vimos o desastre na Comunidade Europeia, na qual cada país tinha seu plano, sem considerar a cooperação necessária de outros países. Foi uma devastação generalizada na Itália,Espanha e  ultimamente nos USA onde a medicina é toda privatizada.

 

Outra descoberta foi a urgência de um centro plural de governança global para garantir à toda a comunidade de vida (não só a humana mas de todos os seres vivos) o suficiente e decente para viver. Os bens e serviços naturais são escassos e muitos não renováveis. Com eles devemos atender as demandas básicas do sistema-vida, pensando ainda nas futuras gerações. Aqui é o lugar de se criar uma  renda universal mínima para todos, pregação persistente do valoroso e digno político Eduardo Suplicy.

 

Uma comunidade de destino compartilhado

 

Os chineses viram com clareza esta exigência ao impulsionar “uma comunidade de destino compartilhado para toda a humanidade”,texto incorporado no renovado artigo 35 da Constituição Chinesa. Desta vez, ou nos salvamos todos ou todos engrossaremos o cortejo dos que rumam em direção da sepultura coletiva. Por isso temos que mudar urgentemente o nosso modo de nos relacionar com a natureza e a Terra, não como senhores, montados sobre ela, delapidando-a mas como partes conscientes e responsáveis, colocando-nos junto e ao pé dela, cuidadores de toda a vida.

 

Ao famoso TINA (There Is No Alternative), “não há outra alternativa” da cultura do capital, devemos contrapor outra TINA (There Is a New Alternative) “há uma nova alternativa”. Se na primeira alternativa a centralidade era ocupada pelo lucro, pelo mercado  e pela dominação da natureza e dos outros (imperialismo), nesta segunda será a vida em sua vasta diversidade, também humana com suas muitas culturas e tradições que organizará a nova forma de habitar a Casa Comum. Isso é possível e está dentro das possibilidades humanas: temos ciência e tecnologia, temos uma acumulação fantática de riqueza monetária, mas falta à grande maioria da humanide e, pior, dos chefes de Estado a consciência desta necessidade e a vontade política de implementá-la. Talvez, face a um risco real de nosso desaparecimento como espécie, porque atingimos os limites insuportáveis da Terra, o instinto de sobrevivência nos fará sociáveis, fraternos e todos colaboradores e solidários uns para com  os outros. O tempo da competição passou. Agora é o tempo da cooperação.

     

A inauguração de uma civilização biocentrada

 

Creio que iremos inaugurar uma civilização biocentrada, cuidadosa, amiga da vida e como dizem alguns, “a Terra da boa esperança”. O “bien vivir e convivir” dos andinos terá condições de  realizar-se: a harmonia de todos com todos, na família, na sociedade, com os demais seres da natureza, com as águas, com  montanhas e até com as estrelas do firmamento.

 

Como bem disse o Nobel de economia Joseph Stiglitz: “teremos uma ciência não a serviço do mercado, mas o mercado à serviço da ciência”e eu acrescentaria, e a ciência à serviço da vida.

 

Não sairemos da pandemia do roconavírus como entramos. Seguramente far-se-ão mudanças significativas, quem sabe, até estruturais. Acertadamente disse a liderança indígena muito conhecida, Ailton Krenak, da etnia krenak, do vale do Rio Doce:”Não sei se vamos sair dessa experiêndcia da mesma maneira que entramos. É como um tranco para olharmos o que realmente importa; o futuro é aqui e agora, podemos não estar vivos amanha; tomara que não voltemos à normalidade”(O Globo,01/05/2020, B 6).

 

Logicamente, não podemos imaginar que as transformações se farão de um dia para o outro. É comprensível que as fábricas e as cadeias produtivas vão querer retomar a lógica anterior. Mas não serão mais aceitáveis. Deverão submeter-se a um processo de reconversão no qual todo o aparato produtivo industial e agroindustiral deverá incorporar como elemento essencial o fator ecológico. Não basta a responsabilidade social das empresas. Impor-se-á uma responsabilidade sócio-ecológica.

 

Buscar-se-ão energias alternativas às fósseis, menos impactantes sobre os ecossitemas. Cuidar-se-á mais da atmosfera, das águas e das florestas. A salvaguarda da biodiversidade será fundamental para o futuro da vida e da alimentação humana e de toda a comunidade de vida.

 

Que tipo de Terra queremos para o futuro?

 

Seguramente haverá uma grande discussão de ideias sobre que futuro queremos e que tipo de Terra na qual queremos habitar. Qual será a conformação mais adequada à atual fase da Terra e da própria humanidade, a fase da planetização e da percepção cada vez mais clara que não temos outra Casa Comum para habitar senão esta. E que temos um destino comum, feliz ou trágico. Para que seja feliz, importa cuidar dela para que todos possam caber dentro, a natureza incluida.

 

Há o risco real de uma polarização de modelos binários: por um lado movimentos de integração de cooperação geral e por outro, a reafirmação das soberanias nacionais com seu proteccionismo. Por um lado o capitalismo “natural” e verde e por outro o comunismo reinventado e de terceira geração como prognosticam Alain Badiou e Slavoy Zizek.

 

Outros temem um processo de radical brutalização por parte dos “donos do poder econômco e militar” para garantir seus privilégios e seus capitais. Seria um despotismo de forma diferente pois contaria com os meios cibernéticos e a inteligência artificial com seus complexos algoritmos, um sistema de vigilância sobre todas as pessoas do planeta. A vida social e as liberdades estariam permanentemente ameaçadas. A todo poder sempre emerge um anti-poder. Surgeriram grandes confrontos e conflitos por causa da exclusão e da miséria de milhões que, apesar da vigilância,  não se contentarão com as migalhas que cairem  das mesas dos ricos epulões.

 

Não são poucos que propõem uma glocalização vale dizer, o acento será colocado no local, na região com suas especificidades geológicas, físicas, ecológicas e culturais mas aberta ao global que a todos  envolve. Nesse bioregionalismo poder-se-ia realizar de fato um real desenvolvimento sustentável, aproveitando os bens e serviços locais. Praticamente tudo se realizará na região, com empresas menores, com uma produção agroecológica, sem precisar de  longos transportes que consomem energias e poluem. A cultura, as artes e as tradições serão reanimadas como parte importante da vida social. A governança será participativa, diminuindo as desigualdades e tornando menor a pobreza, sempre possível, nas sociedades complexas. É a tese que o cosmólogo Mark Hathaway e eu defendemos em nosso livro comum O Tao da Libertação (2010) que teve boa acolhida no meio científico e entre os ecologistas a ponto de Fritjob Capra ter se oferecido a fazer um instigante prefácio.

 

Outros veem a possibilidade de um ecosocialismo planetário, capaz de realizar aquilo que o capitalismo, por sua essência competitivo e excludente se mostra incapaz de fazer: um contrato social mundial, igualitário e inclusivo, respeitador da natureza no qual o nós (o comunitário e societário) e não o eu (individualismo) será o eixo estruturador das sociedades e da comunidade mundial. Ele encontrou no franco-brasileiro Michael Löwy o seu mais brilhante formulador. Teremos em fim  como  reafirma a Carta da Terra bem como a encíclica do Papa Francisco “sobre o cuidado da Casa Comum” um modo realmente sustentável de vida e não apenas um desenvolvimento sustentável.

 

Em fim, passaremos de uma sociedade industrialista/consumista para uma sociedade de sustentação de toda a vida com um consumo sóbrio e solidário; de um cultura de acumulação de bens materias para uma cultura humanístico-espiritual na qual os bens intangíveis como a solidariedada, a justiça social, a cooperação, os laços afetivos e não em último lugar a amorosidade e a logique du coeur  estarão em seus fundamentos.

 

Não sabemos qual tendência predominará. O ser humano é complexo e indecifrável, é movido por benevolência mas também por boçalidade. É completo mas não está ainda totalmente pronto. Irá aprender, por erros e acertos, que a melhor conformação para a convivência humana junto com todos os demais seres da Mãe Terra deve se orientar pela lógica do próprio universo: este está estruturado, como nos dizem notáveis cosmólogos e físicos quânticos, por redes complexas de inter-retro-relações. Tudo é relação. Na existe fora a da relação. Todos se entreajudam para continuar existindo e podendo co-evoluir. O próprio ser humano é um rizoma (bulbo de raízes) de relações em todas as direções.

 

Se me é permitido dizer em termos teológicos: é a imagem e semelhança da Divindade que emerge como a íntima relação de três Infinitos, cada um sigular (as singularidades não se somam) de Pai, Filho e Espírito Santo que eternamente existem um para o outro, com o outro, no outro e através do outro, constituindo um Deus-comunhão de amor, de bondade e de infinita beleza.

 

Tempos de crise como o nosso, de passagem de um tipo de mundo para outro, são também tempos de grande sonhos e utopias. São elas que nos movem na direção do futuro, incorporando o passado, mas fazendo a própria pegada no chão da vida. É fácil pisar na pegada deixada por outros. Mas ela não nos leva mais a nenhum caminho esperançador. Devemos fazer a nossa pegada, marcada pela inarredável esperança da vitória da vida, pois o caminho se faz caminhando e sonhando. Então caminhemos.

 

Leonardo Boff é ecoteólogo, filósofo e escreveu:Cuidar da Terra-proteger a vida: como escapar do fim do mundo,  Record, Rio 2010.

 

 

Imagem: https://esteladeamor.com/blog/sentimiento/esperanza 

 

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.