¿Qué elegiremos, la adaptación o la profecía?

24 de Abril de 2020

[Por: Rosa Ramos]




“…Nunca te entregues ni te apartes

Junto al camino nunca digas 

‘no puedo más y aquí me quedo’…”

José Agustín Goytisolo

“Elige la vida y vivirás” (Dt 30, 19)

 

Para los cristianos transcurre la segunda semana de Pascua, estamos en estos cincuenta días que la Iglesia nos invita a vivir con alegría, un tiempo largo como oportunidad para creer -de verdad creer- y vivir ya una vida digna y plena como hermanos. Un tiempo necesario para dilatar nuestro corazón, abrir los ojos  y acoger lo nuevo.

 

¿Será posible estar bien lúcidos para “ver” los signos pascuales en este año y concretamente ahora en la declarada “nueva normalidad”, en nuestro país y en esta realidad global?

 

¿A qué se refieren tan ufanos -o tan inconscientes, para no calificar de otro modo- los gobiernos con “nueva normalidad?

 

Pareciera que se refieren a la adaptación, al sometimiento a lo que otros decidan, en suma “a la gran sumisión”, como alguien ha dicho muy bien. Al encierro para algunos, bajo el slogan “quedate en casa”, y a la calle para otros –hay que asegurar los servicios básicos y mover la economía-, cuando no a otros lugares peores, asignados “normalmente” por la desigualdad. 

 

Me inquieta, asusta y angustia, la rápida adaptación a un estado de sitio, a una situación de excepción que se impone -sin plazos y sin contrapeso posible de movilización social- bajo ese eufemismo del otro slogan: “nos cuidamos entre todos”. ¡Yo no quiero adaptarme!

 

Los que han conservado el trabajo están agradecidos, y vaya que sí es una gracia, y dedican gran parte del día y casi toda su energía al tele trabajo, la nueva forma de explotación, que si viviera Marx lo tendría muy ocupado escribiendo un nuevo gran volumen. 

 

Docentes y alumnos están abocados a mantener los cursos on line. Para muchos ha sido un aprendizaje exigente e interesante, un nuevo desafío. Muchas personas además aprenden de los más variados temas y actividades con tutoriales en internet, desde cocina internacional o cursos de fotografía, hasta hacer funcionar una vieja máquina de coser para hacer tapabocas.

 

Abuelos aprenden a usar la plataforma zoom, para estar un rato con la familia, separada por la “distancia social”, después de haber empezado explorando video llamadas con los nietos. Llegamos a “celebrar” cumpleaños de seres queridos mediados por estas pantallas, también a “decir Misas” on line, que llegan diariamente a muchos “usuarios” que no se conocen entre sí, a veces de diócesis y países lejanos.1 

 

Las grandes reuniones de Consejos Directivos, reuniones de carácter nacional o internacional, también se llevan a cabo por estas u otras plataformas de encuentros virtuales. El mundo y las relaciones todas han cambiado.

 

Claro que estamos hablando de algunos países y de algunas clases sociales dentro de un país, si bien se extienden rápidamente a todos cuantos tengan conexión de internet. 

 

Confieso que esta rápida adaptación a la nueva normalidad me provoca un profundo rechazo que resumo diciendo “la nueva normalidad es una anormalidad–a nivel coloquial la he calificado más duramente-. Detrás de ella -o al amparo de ella- los gobiernos toman rápidas decisiones, algunas buenas y necesarias, urgentes -diría- y otras oportunistas, inconsultas, movidas por intereses espurios, sin habilitar el debate, incluso ni sopesar las consecuencias. 

 

“La nueva normalidad” (desde la propia expresión) llama a la aceptación, aún más, parece dispuesta a bloquear la mirada crítica, exigiendo la parálisis mental: “esto es así y así será”. El análisis político -tan necesario- lo dejo a otros, yo escribo desde otro lugar.

 

Escribo desde una mirada contemplativa y de fe, desde ella digo que esta “normalidad” no es un avance humano, sino un retroceso en los Derechos Humanos que -como cristiana- repudio. 

 

Estamos, una vez más, ante una gran elección: la adaptación o la profecía. Como le sucedió a tantos a lo largo de la historia, pero en este tiempo pascual hace pocos días leíamos en Hch. 5, 29, la respuesta de Pedro y los apóstoles: “Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 

Aunque la compulsión sea grande, y a veces también la tentación, lo que hemos visto y oído y hasta lo que se ha dicho en secreto debemos gritarlo en las azoteas. Es tiempo de denuncia y de anuncio profético, no de quedarnos junto al camino: “no puedo más y aquí me quedo”.

 

Los apóstoles tuvieron la valentía de decir a quienes los amenazaban y exigían silencio: “el Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, el que ustedes crucificaron colgándolo en un madero.” En el mismo versículo (30) están ambos gritos proféticos. Nosotros en esta situación tan peculiar y dolorosa estamos llamados a recordar y ejercer la misión profética recibida en el bautismo

 

El profeta -o la profeta- no es quien tiene visiones raras, es quien mira la realidad y no aparta la mirada aunque duela, quien sospecha y busca más verdad, sin quedarse con lo que los medios de comunicación le ponen delante de los ojos. Los profetas de todos los tiempos aguzan la mirada hasta ver también un pequeño movimiento o brote de vida. Por eso alguien ha dicho que debemos que “mirar porfiadamente hasta ver la transparencia del barro”.

 

Denunciamos en primer lugar la insensibilidad de declarar una “nueva normalidad” bajo la cual se ocultan tantas injusticias, tanta impotencia y dolor de tanta gente. Animamos a no caer en la adaptación, “salir” a mirar con valentía profética lo que está sucediendo y no callar.

 

Empezamos diciendo que tenemos cincuenta días de Pascua: un tiempo necesario para dilatar nuestro corazón, abrir los ojos y acoger lo nuevo. Dios siempre está gestando algo nuevo, se trata de “ayudar a Dios”, como decía Etty Hillesum en otros tiempos difíciles. Ella era capaz de ayudarlo en los barracones escuchando a los prisioneros y de alabarlo a ver florecer el jazmín. 

 

Anunciamos la porfiada vida que sigue floreciendo en este raro otoño tan cálido del sur, en nuevos embarazos y nacimientos, en la lucha por justicia y dignidad, en la creatividad de muchas familias para reorganizarse, así como en tantas iniciativas a favor de la vida de “gente común” movida por el único interés de ayudar a los demás, en la dignidad reconocida del otro. En todo esto y mucho más “va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. 

Cita

 

 Analizar las Misas on line y la eclesiología que promueven, voluntariamente o no, queda para otro momento

 

 

Imagen: https://ladiaria.com.uy//media/photologue/photos/cache/202003125am_039_1200w.jpg 

 

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