23 de Abril de 2020
[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]
En estos tiempos dramáticos bajo el ataque del coronavirus a nuestras vidas, a nuestros cuerpos, nada más oportuno que hacer una reflexión más profunda sobre qué es nuestro cuerpo y cómo debemos, ahora más que antes, cuidar de él y del cuerpo de los otros.
Para eso, es importante que enriquezcamos nuestra comprensión de cuerpo, porque la que hemos heredado de los griegos, todavía vigente en la cultura dominante, entiende el cuerpo como una parte del ser humano al lado de otra parte que es el alma. Comúnmente se considera al ser humano como un compuesto de cuerpo y alma. Al morir el cuerpo es devuelto a la Tierra mientras que el alma es trasladada a la eternidad, feliz o infeliz según el tipo de vida que haya vivido. Tratemos de enriquecer nuestra comprensión de cuerpo a la luz de la nueva antropología.
La unidad compleja cuerpo-espíritu
Tanto la antropología bíblica como la antropología contemporánea (y hay mucha afinidad entre ellas) nos presentan una concepción de cuerpo más completa y holística. Según ella, el cuerpo no es algo que tenemos sino algo que somos. Hablamos entonces de hombre-cuerpo, sumergido todo entero en el mundo y relacionado en todas las direcciones.
El ser humano es fundamentalmente cuerpo. Un cuerpo vivo y no un cadáver, una realidad bio-psico-energético-cultural, dotada de un sistema perceptivo, cognitivo, afectivo, valorativo, informacional y espiritual.
Está hecho de los materiales cósmicos que se formaron desde el inicio del proceso de la cosmogénesis hace 13,7 miles de millones de años, de la biogénesis hace 3,8 miles de millones de años y de la antropogénesis, hace 7-8 millones de años, portador de 400 billones de células, continuamente renovadas por un sistema genético que se formó a lo largo de 3,8 miles de millones años (es la edad de la vida), habitado por un trillón de microbios (Collins, El lenguaje de la vida, 2011), provisto de tres niveles de cerebro con 50 a 100 mil millones de neuronas: el más antiguo es el reptil, surgido hace 200 millones de años, que responde de nuestras reacciones instintivas como abrir y cerrar los ojos, el latido del corazón y otras, en torno al cual se formó hace 125 millones de años nuestro cerebro límbico, que explica nuestra afectividad, el amor y el cuidado; completado finalmente por el cerebro neocortical, que irrumpió hace unos 5-7 millones de años, con el cual organizamos el mundo y nos abrimos a la totalidad de lo real.
La corporalidad es una dimensión del sujeto humano concreto. Esto quiere decir que en la realidad nunca encontramos un espíritu puro sino siempre y en todo lugar un espíritu encarnado. Pertenece al espíritu su corporalidad y con ésta su permanente relación con todas las cosas. Como ser humano-cuerpo surgimos como un nudo de relaciones universales a partir de nuestro estar-en-el-mundo-con-los-otros.
Este estar-en-el-mundo no es una dimensión geográfica ni accidental sino esencial. Quiere decir, en cada momento y en su totalidad el ser humano es corporal y simultáneamente en su totalidad es espiritual. Somos un cuerpo espiritualizado como somos también un espíritu corporeizado. Esta unidad compleja del ser humano nunca puede ser olvidada.
De esta forma, los actos espirituales más sublimes o los más altos vuelos de la creación artística o de la mística vienen marcados por la corporalidad. Igual que los más familiares actos corporales, como comer, lavarse, conducir un coche, conversar, vienen penetrados de espíritu. El cuerpo es el espíritu realizándose dentro de la materia. El espíritu es la transfiguración de la materia.
En este sentido podemos decir que el espíritu es visible. Cuando, por ejemplo, miramos una cara, no vemos solo los ojos, la boca, la nariz y el juego muscular. Notamos también alegría o angustia, resignación o confianza, brillo o abatimiento. Lo que se ve es, pues, un cuerpo vivificado y penetrado de espíritu. De forma semejante, el espíritu no se esconde detrás del cuerpo. En la expresión facial, en la mirada, en el hablar, en el modo de estar presente e incluso en el silencio se revela toda la profundidad del espíritu.
Las fuerzas de autoafirmación y de integración
Por otra parte, hay que entender que biológicamente somos seres carentes. No estamos dotados de ningún órgano especializado que nos garantice la supervivencia o nos defienda de los peligros, como ocurre con los animales. Algunos biólogos llegan a decir que somos “un animal enfermo”, un “faux pas” un “paso” (Übergang) hacia algo más alto y complejo, por eso no estamos nunca fijados, estamos enteros pero incompletos, siempre por hacer.
Tal verificación tiene como consecuencia que necesitamos continuamente garantizar nuestra vida, mediante el trabajo y la inteligente intervención en la naturaleza. De este esfuerzo nace la cultura, que organiza de forma más estable las condiciones infraestructurales y también humano-espirituales para que vivamos humanamente mejor y más cómodos
Todavía hay que añadir otra característica, presente también en todos los seres del universo, pero que a nivel humano adquiere particular relieve, especialmente con referencia al cuidado. Se trata de dos fuerzas que prevalecen en cada ser y en nosotros. La primera es la fuerza de auto-afirmación, la segunda la fuerza de integración. Actúan siempre juntas, en un equilibrio difícil y siempre dinámico.
Por la fuerza de autoafirmación cada ser se centra en sí mismo y su instinto es conservarse, defendiéndose frente a todo tipo de amenazas contra su integridad y su vida. Se defiende al ser amenazado de muerte. Nadie acepta simplemente morir. Lucha para seguir viviendo, evolucionar y expandirse. Esta fuerza explica la persistencia y la subsistencia del individuo.
En este punto necesitamos superar totalmente el darwinismo social según el cual sólo los más fuertes triunfan y permanecen. Esta es una media verdad que va a contracorriente del proceso evolutivo. La ley básica del universo es la relación de todos con todos y la cooperación entre todos para que todos puedan existir y seguir evolucionando. Este proceso no privilegia a los mejor dotados. Si así fuera, los dinosaurios estarían aún entre nosotros. El sentido de la evolución es permitir que todos los seres, también los más vulnerables, expresen dimensiones de la realidad y virtualidades latentes dentro del universo en evolución. Repetimos: este es el valor de la interdependencia de todos con todos y de la solidaridad cósmica. Todos se entreayudan para coexistir y coevolucionar. Los débiles merecen también vivir y tienen algo que decirnos. Observen que en un hueco del asfalto nace una plantita. Es un milagro de la vida y nos da un mensaje de su fuerza.
Por la fuerza de integración, el individuo se descubre integrado en una red de relaciones sin las cuales, como individuo solo, no viviría ni sobreviviría. Todos los seres están interconectados y viven unos por los otros, con los otros, y para los otros. El individuo se integra, pues, naturalmente en un todo mayor, en la familia, la comunidad y la sociedad. Aunque muera, el todo garantiza que la especie continúe permitiendo que otros representantes vengan a sucedernos.
Es sabiduría humana reconocer que llega cierto momento de la vida en el cual la persona debe despedirse agradecida para dejar espacio, hasta físicamente, a los que vendrán.
El universo, los reinos, las especies, y también los seres humanos se equilibran entre estas dos fuerzas, la de auto-afirmación del individuo y la de integración en un todo mayor. Pero este proceso no es lineal y sereno. Es tenso y dinámico. El equilibrio de las fuerzas nunca es algo dado, sino un hecho a alcanzar en todo momento.
Y aquí es donde entra el cuidado. Si no cuidamos, puede prevalecer la autoafirmación del individuo a costa de una insuficiente integración, y entonces predomina la violencia y la autoimposición. O puede triunfar la integración al precio del debilitamiento y hasta de la anulación del yo, del individuo, y entonces gana la partida el colectivismo y el achatamiento de las individualidades. El cuidado se traduce aquí en la justa medida y en la autocontención para no privilegiar a ninguna de estas fuerzas.
Efectivamente, en la historia social humana han surgido sistemas que, o bien privilegian el yo, el individuo, su desempeño y la propiedad privada, como es el caso del sistema capitalista, o bien hacen prevalecer el nosotros, lo colectivo y la propiedad social como es el caso del socialismo real. La intensificación de una de estas fuerzas en detrimento de la otra lleva a desequilibrios, devastaciones y tragedias. El cuidado desaparece para dar paso a la voluntad de poder e incluso a la brutalidad.
Para equilibrar estas dos fuerzas, se proyectó la democracia que busca incluir y articular el yo con el nosotros, donde cada individuo puede participar y con otros crear el nosotros social. De esta coexistencia del “yo” con el “nosotros”, nace la búsqueda del bien común. La democracia es la participación de todos, en la familia, en la comunidad, en las organizaciones y en la forma en que se organiza el Estado. Es un valor universal que debe ser vivido y alimentado siempre.
¿Cuál es el reto que se le presenta al ser humano?
El reto para el cuidado consiste en buscar el equilibrio construido conscientemente y el hacer de esta búsqueda un propósito y una actitud de base. Portador de conciencia y de libertad, el ser humano tiene esta misión que lo distingue de los demás seres. Sólo él puede ser un ser ético, un ser que cuida y se responsabiliza de sí mismo (yo) y del destino de los otros (nosotros). El ser humano puede ser hostil a la vida, oprimir y devastar, pero puede ser también el ángel bueno, defensor y protector de todo lo creado. Depende de si se empeña en cuidar o deja que fuerzas oscuras e incontrolables asuman el rumbo de la vida.
Gracias a su libertad el ser humano no está sometido a la fatalidad del dinamismo de las cosas. Él puede intervenir y salvar lo más débil, impedir que una especie desaparezca o crear condiciones que disminuyan el sufrimiento, como es el caso en el momento actual.
Frente a la ley del más dotado y fuerte, él hace valer la ley del cuidado del menos dotado y más débil. Sólo el ser humano puede hacer esto. Por eso fue constituido guardián de todos los seres y jardinero que cuida y guarda del jardín del Edén. Él surge como el cuidador de los seres que necesitan condiciones de vida y de inserción en el todo. De esta forma asegura un futuro para el mayor número de personas y de representantes de otras especies. Este es el reto para nuestro país y para toda la Tierra asolada por el Covid-19.
Los desafíos del cuidado del propio cuerpo
Después de esta larga introducción, surge la pregunta: ¿cómo cuidar de nuestro propio cuerpo? Este punto es fundamental en este momento en que debemos practicar el aislamiento social para protegernos del coronavirus.
Ante todo, se impone el esfuerzo de mantener nuestra integridad y unidad compleja. Debemos asumir nuestro enraizamiento en el mundo, con sus relaciones de trabajo y de empeño por la supervivencia. Y hay que hacerlo con entereza, sabiendo que somos la parte consciente e inteligente del todo, capaz de valorar cada iniciativa, desde la que se refiere a la higiene del cuerpo, hasta el trabajo más sofisticado de la inteligencia.
En este momento es nuestro deber protegernos con la mascarilla cuando salimos de casa y lavarnos frecuentemente las manos con jabón o con un gel de alcohol. El ser humano-cuerpo es esa unidad compleja y exige todos estos cuidados, especialmente en este momento dramático de nuestra vida.
Es menester oponerse conscientemente a los dualismos que la cultura insiste en mantener, por un lado el “cuerpo” desvinculado del espíritu y por otro lado el “espíritu” desmaterializado de su cuerpo. La propaganda comercial explota esta dualidad, presentando el cuerpo no como la totalidad de lo humano, sino parcializándolo, sus rostros, sus senos, sus músculos, sus manos, sus pies, en fin, sus distintas partes.
Las principales víctimas, aunque no sean las únicas, de esta fragmentación son las mujeres, pues la visión machista se refugió en el mundo mediático del marketing usando partes de la mujer: su rostro, sus ojos, sus pechos, su sexo y otras partes, para seguir haciendo de la mujer un «objeto de cama y mesa». Debemos oponernos firmemente a esta deformación cultural.
También es importante rechazar el “culto al cuerpo” promovido por la infinidad de gimnasios y otras formas de trabajo sobre la dimensión física, como si el hombre/mujer-cuerpo fuese una máquina desposeída de espíritu que busca desarrollos musculares que no conocen límites. Con esto no queremos de ninguna manera desmerecer los beneficios que representan los gimnasios.
Afirmando positivamente esto, hay que resaltar una alimentación equilibrada y sana, las ventajas innegables de los ejercicios de gimnasia, los masajes que renuevan el vigor del cuerpo y hacen fluir las energías vitales, en particular las disciplinas orientales entre ellas la capacidad del yoga de fortalecer la armonía cuerpo-mente.
El vestuario merece una consideración especial. No solo tiene una función utilitaria para protegernos de las intemperies y de cubrir lo que en nuestra cultura (diferente de la de los indígenas) son las partes sexuales. Tiene que ver con el cuidado del cuerpo, pues el vestuario representa un lenguaje, una forma de revelarse en el teatro de la vida. Es importante cuidar de que el vestuario sea expresión de un modo de ser y que muestre el perfil humano y estético de la persona.
Nada más artificial y demostrativo de anemia de espíritu que las bellezas construidas por mil medios para ser aquello que la vida no quiso que las personas fuesen. Hay una belleza propia de cada edad, un encanto que nace del trabajo de la vida y del espíritu en la expresión “corporal” del ser humano. No hay photoshop que sustituya la ruda belleza del rostro de un trabajador tallado por la dureza de la vida, los rasgos faciales modelados por el sufrimiento y por la lucha de tantas mujeres trabajadoras del campo, rasgos muchas veces de otro tipo de belleza y personalidad. Ellas adquieren una expresión de gran fuerza y energía. Hablan de la vida real y no de la vida artificialmente construida. Por el contrario, las fotos trabajadas de los iconos de la belleza convencional son todos parecidos y mal disfrazan la artificialidad de la figura construida por el marketing.
Todas estas artificialidades de nuestra cultura, más ligada al mercado que a las necesidades reales de la vida, llevan a no cultivar el cuidado propio de cada fase de la vida, con su belleza y luminosidad, y también con las marcas de una vida vivida que dejó estampada en el rostro y en el cuerpo las luchas, los sufrimientos, las superaciones. Tales marcas son condecoraciones y crean una belleza inigualable y una irradiación específica, en vez de estancarse en un tipo de perfil de un pasado ya vivido.
Cuidamos positivamente del cuerpo regresando a la naturaleza y a la Tierra, de las cuales nos habíamos exiliado hace siglos, con una actitud de sinergia y de comunión con todas las cosas. Esto significa establecer una relación de biofilia, de amor y de sensibilización hacia los animales, las flores, las plantas, los climas, los paisajes y la Tierra. Cuando nos la muestran desde el espacio exterior –esas preciosas imágenes trasmitidas por los telescopios o por las naves espaciales–, irrumpe en nosotros un sentido de reverencia, de respeto y de amor por nuestra Casa Común y nuestra Gran Madre, de cuyo útero venimos todos. Nos volvemos humildes cuando contemplamos la Tierra como un pálido punto azul en la última foto de ella sacada antes de dejar el sistema solar y penetrar en el espacio sideral infinito.
Tal vez el mayor desafío para el ser humano-cuerpo consiste en lograr un equilibrio entre la autoafirmación, sin caer en la arrogancia y el menosprecio de los otros, y la integración en un todo mayor, la familia, la comunidad, el grupo de trabajo y la sociedad, sin dejarse masificar y caer en una adhesión acrítica.
La búsqueda de este equilibrio no se resuelve de una vez por todas, debe de ser trabajada diariamente, pues se nos pide en cada momento. Y cada situación, por extraña que parezca, es suficientemente buena para encontrar el balance adecuado entre las dos fuerzas que pueden desgarrarnos o pueden unificarnos y hacer más leve nuestra existencia.
El cuidado de nuestro estar-en-el-mundo incluye nuestra dieta, lo que comemos y bebemos. Hacer del comer más que un acto de nutrición un rito de comunión con los frutos de la generosidad de la Tierra. Así cada comida es una celebración de la vida. Saber escoger los productos, los producidos orgánicamente o los menos quimicalizados. Aquí entra el cuidado como amorosidad para consigo mismo, que se traduce en una vida sana, y como precaución contra eventuales enfermedades que nos pueden sobrevenir por el aire contaminado, por las aguas mal tratadas y por la intoxicación general del ambiente
El ser humano-cuerpo debe dejar que se transparente la armonía interior y exterior, como miembro de la gran comunidad terrenal y biótica.
El cuidado del cuerpo de los otros, de los pobres y de la Tierra
La mayoría de los cuerpos humanos están enfermos, delgados y deformados por demasiadas carencias. Hay una humanidad-cuerpo hambrienta, sedienta, desesperada por el exceso de trabajo con que es explotada y por la humillación de ser tratados como carbón para ser consumido en el proceso productivo.
Cuidar de los cuerpos de los empobrecidos y condenados de la Tierra y no negarlos ni despreciarlos, como ocurre en nuestra tradición esclavista, sino considerarlos como iguales con la misma dignidad y derechos. Socialmente es luchar por políticas públicas, como las realizadas por los proyectos sociales “Hambre Cero”, “Luz para todos”, “Mi casa mi vida”, con la agricultura ecológica y familiar y otros, como las cocinas comunitarias, como las UPAS y otras iniciativas organizadas por la solidaridad social para que todos puedan ver realizado su derecho a la comensalidad y puedan comer lo suficiente y decente diariamente.
Me permito dar un ejemplo: En nuestro Centro de Defensa de los Derechos Humanos de Petrópolis, Rio de Janeiro, desarrollamos un proyecto “Pan y Belleza”, dando a la población de la calle una comida buena diaria (cerca de 300 personas: el momento del Pan). Luego viene el momento de la Belleza que es la conquista de su dignidad, comenzando por el nombre (pues la mayoría tiene apodos), haciendo círculos de discusión sobre sus problemas, acompañándolos, si están enfermos, a la consulta médica o psicológica y viendo cómo reintegrarlos en la sociedad mediante algún trabajo. La perspectiva continúa siendo cuidar del ser humano integral, cuerpo-espíritu, a través del Pan necesario y del Espíritu cultivado.
En términos de una pedagogía liberadora es importante contribuir para que los propios carentes, como sujetos, se organicen y con su presión garanticen las bases que sostienen la vida. Pero no sólo para satisfacer el hambre de Pan, siempre necesaria y saciable, sino también su hambre de Belleza, insaciable, de reconocimiento, de respeto, de comunión, de Trascendencia, siempre abierta al desarrollo ilimitado.
El cuidado del cuerpo social es una misión política que exige una crítica severa a un sistema de relaciones que trata a las personas como cosas y les niega el acceso a los bienes comunes a los que todos los seres humanos tienen derecho, como la comida, el agua, un trozo de tierra, el tratamiento de las aguas residuales y la basura, la salud, la vivienda, la cultura y la seguridad.
Aquí, a decir verdad, debería imponerse una verdadera revolución humanitaria. Pero no basta quererla. Se necesitan condiciones histórico-sociales que la hagan viable y victoriosa. Es la utopía mínima a ser realizada hasta por un mínimo sentido ético.
Cuidar del cuerpo de la Madre Tierra
Hoy más que en otras épocas, urge cuidar del cuerpo de la Madre Tierra, marcado por heridas que no se cierran. Hay devastaciones inimaginables en el reino animal, en el vegetal, en los suelos, en los subsuelos y en los mares. Ya expuse la opinión de que posiblemente el coronavirus sea una reacción de la Madre Tierra, un contraataque a la violencia sistemática que sufre.
O cuidamos del cuerpo de la Madre Tierra o corremos el riesgo de que no haya más lugar para nosotros o que ella no nos quiera más sobre su suelo. Cuidar del cuerpo de la Tierra es cuidar de los residuos, de la limpieza general de las calles, de las plazas, de las aguas, del aire, de los transportes, interesarse por todo lo que tiene que ver con el estado del planeta, siguiendo por los medios de comunicación cómo está siendo tratado, agredido o curado.
Por último, permítanme recordar el mensaje cristiano que por la encarnación del Hijo de Dios santificó la materia y también la eternizó. La resurrección del hombre de los dolores, llagado y crucificado, Jesús, viene a confirmar que el fin de los caminos de Dios no es un “espíritu” sin la materia, sino el ser humano-cuerpo transfigurado, que realizó todas las potencialidades escondidas en él y fue elevado al más alto grado de su evolución humana y divina.
Es el supremo cuidado que Dios mostró hacia el ser humano-cuerpo, resucitándolo como el hombre nuevo, el novísimo Adán, como lo llama san Pablo (1Cor 14,45), y asumiéndolo dentro de su propia realidad infinita y eterna.
*Leonardo Boff es ecoteólogo y ha escrito El destino del hombre y del mundo, Vozes, muchas ediciones 2012.
Traducción de Mª José Gavito Milano
* * *
Cuidar do próprio corpo e dos corpos dos outros em tempo do coronavírus
Nesses tempos dramáticos sob o ataque do coronavírus sobre nossas vidas, sobre nossos corpos, nada mais oportuno que fazer uma reflexão mais aprofundada sobre o que é o nosso corpo e como devemos, agora mais do antes, cuidar dele e dos corpos dos outros.
Para isso, importa, enriquecermos nossa compreensão de corpo, porque aquela herdada dos gregos e ainda vigente na cultura dominante, entende o corpo como uma parte do ser humano ao lado da outra que é a alma. Comprende-se comumente o ser humano como um composto de corpo e alma. Ao morrer, o corpo é devolvido à Terra enquanto a alma é translada para a eternidade, feliz ou infeliz conforme a qualidade de vida que tenha vivido. Tentemos enriquecer nossa compreensão de corpo à luz da nova antropologia.
A unidade complexa corpo-espírito
Tanto a antropologia bíblica quanto a antropologia contemporânea (e há muita afinidade entre elas) nos apresentam uma concepção de corpo mais complexa e holística. Segundo ela, o corpo não é algo que temos mas algo que somos. Falamos então de homem-corpo, todo inteiro mergulhado no mundo e relacionado em todas as direções.
O ser humano apresenta-se primeiramente como corpo. Corpo vivo e não um cadáver, uma realidade bio-psico-energético-cultural, dotada de um sistema perceptivo, cognitivo, afetivo, valorativo, informacional e espiritual.
Ele é feito dos materiais cósmicos que se formaram desde o início do processo da cosmogênese há 13,7 bilhões de anos, da biogênese, há 3,8 bilhões de anos e da antropogênese há 7-8 milhões de anos, portador de 400 trilhões de células, continuamente renovadas por um sistema genético que se formou ao largo de 3,8 bilhões de anos(é a idade da vida), habitado por um quatrilhão de micróbios (Collins, A linguagem da vida, p.200), munido de três níveis do único cérebro com 50 a 100 bilhões de neurônios. O mais ancestral é o reptiliano, surgido há 250 milhões de anos, responde por nossas reações instintivas, como o abrir e fechar os olhos, as batidas do coração e outras, ao redor do qual se formou o cérebro límbico, há 125 milhões de anos, que explica nossa afetividade, o amor e cuidado e, por fim, completado pelo cérebro neo-cortical que irrompeu há cerca de 5-8 milhões de anos, com o qual organizamos conceptualmente o mundo e nos abrimos à totalidade do real.
A corporalidade é uma dimensão da sujeito humano concreto. Isto quer dizer: na realidade, nunca encontramos um espírito puro mas sempre em todo o lugar um espírito encarnado. Pertence ao espírito sua corporalidade e com isso sua permanente relação com todas as coisas. Como homem-corpo emergimos qual nó de relações universais, a partir de nosso estar-no-mundo-com-os-outros.
Este estar-no-mundo-com-os-outros não é uma dimensão geográfica, nem acidental mas essencial. Quer dizer, em cada momento e em sua totalidade o ser humano é corporal e simultaneamente em sua totalidade é espiritual. Somos um corpo espiritualizado como somos também um espírito corporizado. Esta unidade complexa do ser humano não pode ser nunca olvidada.
Desta forma os atos espirituais mais sublimes ou os voos mais altos da criação artística ou da mística vem marcados pela corporalidade. Como os mais comezinhos atos corporais como comer, lavar-se, dirigir um carro, vem penetrados de espírito.. O corpo é o espírito se realizando dentro da matéria. E o espírito é a transfiguração da matéria.
Neste sentido, podemos dizer que o espírito é visível. Quando olhamos, por exemplo, um rosto não vemos apenas os olhos, a boca, o nariz e o jogo dos músculos. Surpreedemos também alegria ou angústia, resignação ou confiança, brilho ou abatimento. O que se vê, pois, é um corpo vivificado e penetrado de espírito. De forma semelhante, o espírito não se esconde atrás do corpo. Na expressão facial, no olhar, no falar, no modo de estar presente e mesmo no silêncio se revela toda a profunidade do espírito.
As forças de autoafirmação e de integração
Por outro lado, importa entender que, biologicamente, somos seres carentes. Não somos dotados de nenhum órgão especializado que nos garantisse a sobrevivência ou nos defendesse dos riscos, como ocorre com os animais. Um patinho nasce e já sai nadando. O ser humano, não, ele precisa aprender. Alguns biólogos chegam a dizer que somos “um animal doente” um “faux pas”, uma “passagem” (Übergang) para outra coisa mais alta ou complexa, por isso nunca somos fixados, somos inteiros mas ainda não completos, sempre por fazer.
Tal verificação tem como consequência que precisamos continuamente garantir a nossa existência, mediante o trabalho e a inteligente intervenção na natureza. Deste esforço, nasce a cultura que organiza de forma mais estável as condições infra-estruturais e também humano-espirituais para vivermos humanamente melhor e mais cômodos.
Acresce ainda outro dado, presente também em todos os seres do universo, mas que no nível humano ganha especial relevância, especialmente com referência ao cuidado. Vigoram duas forças em cada ser e em nós. A primeira é a força da auto-afirmação, a segunda a força da integração. Elas atuam sempre juntas num equilíbrio difícil e sempre dinâmico.
Pela força da auto-afirmação cada ser, no caso, o ser humano, se centra em si mesmo e seu instinto é conservar-se, defendendo-se contra todo tipo de ameaça contra sua integridade e sua vida. Defende-se ao ser ameaçado de morte. Ninguém aceita simplesmente morrer. Luta para continuar a viver, a desenvolver-se e a se expandir. Essa força explica a persistência e a subsistência de cada indivíduo.
Precisamos neste ponto superar totalmente o darwinismo social segundo o qual somente os mais bem dotados triunfam e permanecem. Essa é uma meia verdade que está na contramão do processo evolucionário. A lei básica da universo é a relação de todos com todos e a cooperação entre todos para que possam existir e continuar a evoluir. Este processo não privilegia só os mais bem dotados. Se assim fora, os dinossauros estariam ainda entre nós. O sentido da evolução é permitir que todos os seres, também os mais vulneráveis, expressem dimensões da realidade e virtualidades latentes dentro do universo em evolução. Repetimos: esse é o valor da interdependência de todos com todos e da solidariedade cósmica. Todos se entre-ajudam para coexistir e co-evoluir. Os fracos também merecem viver e tem algo a nos dizer. Observem que num pequeno buraco do asfalto nasce uma plantinha. É um milagre da vida e nos dá uma mensagem da força da vida.
Pela força da integração o indivíduo se descobre integrado numa rede de relações, sem as quais, sozinho como indivíduo não viveria nem sobreviveria. Todos os seres são interconectados e vivem uns pelos outros, com os outros e para os outros. O indivíduo se integra, pois, naturalmente, num todo maior, na família, na comunidade e na sociedade. Mesmo que o indivíduo morra, o todo garante que a espécie continue, permitindo que outros representantes venham nos suceder.
Sabedoria humana é reconhecer que chega certo momento na vida no qual a pessoa deve se despedir, agradecida, para deixar o lugar, até fisicamente, a outros que virão.
O universo, os reinos, as espécies e também os seres humanos se equilibram entre estas duas forças, a da auto-afirmação do indivíduo e a da integração num todo maior. Mas esse processo não é linear e sereno. Ele é tenso e dinâmico. O equilíbrio das forças nunca é um dado, mas um feito a ser alcançado a todo o momento.
É aqui que entra o cuidado. Se não cuidarmos pode prevalecer ou a auto-afirmação do indivíduo à custa de uma insuficiente integração no todo e então predomina o eu, o individualismo, o autoritarismo e a violência ou pode prevalecer a integração, o nós a preço do enfraquecimento e até anulação do eu, do indivíduo e então ganha a partida o coletivismo e o achatamento das individualidades. O cuidado aqui se traduz na justa medida e na autocontenção para não privilegiar nenhuma destas forças.
Efetivamente, na história social humana, surgiram sistemas que ora privilegiam o eu, o indivíduo, seu desempenho e a propriedade privada como é o caso do sistema capitalista ou ora prevalece o nós, o coletivo e a propriedade social como é o caso do socialismo real. A exacerbação de uma destas forças em detrimento da outra leva a desequilíbrios, a devastações e a tragédias. O cuidado desaparece para dar lugar à vontade de poder e até da brutalidade.
Para equilibrar estas duas forças se projetou a democracia que procura incluir e articular e eu com o nós, onde cada indivíduo pode participar e com outros criar o nós social. Dessa convivência do eu com o nós nem sempre fácil, nasce a busca do bem comum. Democracia é participação de todos, na família, na comunidade, nas organizações e na forma de organizar o Estado. É um valor universal a ser sempre vivido e alimentado.
Qual é o desafio que se dirige ao ser humano? É o cuidado de buscar o equilíbrio construido conscientemente e fazer desta busca um um propósito e uma atitude de base. Portador de consciência e de liberdade, o ser humano possui esta missão que o distingue dos demais seres. Só ele pode ser um ser ético, um ser que cuida se responsabiliza por si (eu) e pelo destino dos outros (nós). Ele pode ser hostil à vida, oprimir e devastar. Pode ser também o anjo bom, guardador e protetor de todo o criado. Depende de seu empenho em cuidar ou deixar que forças obscuras e incontroláveis assumam o curso da vida.
Por causa da liberdade, ele não está submetido à fatalidade do dinamismo das coisas. Ele pode intervir e salvar o mais fraco, impedir que uma espécie desapareça ou criar condições que diminuam o sofrimento, como é o caso no momento atual.
No lugar da lei do mais bem dotado e forte, propõe-se a lei do cuidado do menos dotado e mais fraco. Só o ser humano pode fazer isso. Por isso ele foi constituído como guardião dos seres, o jardineiro que cuida e guarda o Jardim do Éden (Terra). Ele emerge como o cuidador das criaturas que mais precisam de condições de vida e de inserção no todo. Desta forma assegura um futuro para o maior número de pessoas e de representantes de outras espécies. Esse é o desafio para o nosso país e para toda a Terra assolada pelo Covid-19.
Os desafios do cuidado pelo próprio corpo
Depois desta longa introdução surge a pergunta: como cuidar de nosso próprio corpo? Esse ponto é fundamental neste momento em que devemos acolher o isolamento social para nos proteger do coronavírus.
Antes de mais nada, impõe-se um esforço de manter nossa integridade e unidade complexa. Devemos assumir nosso enraizamento no mundo, com suas relações de família, de trabalho, de profissão e de empenho pela sobrevivência. E fazê-lo com inteireza, sabendo que somos a parte consciente e inteligente do todo, capaz de valorizar cada iniciativa, desde aquela que diz respeito à higiene do corpo, até o trabalho mais sofisticado da inteligência.
Nesse momento é dever proteger-se com a máscara quando saímos de casa e lavar continuamente as mãos com sabão ou com álcoo-gel. O homem-corpo é essa unidade complexa e exige todos estes cuidados, especialmente nesse momento dramático de nossa vida.
Faz-se mister de opor-se conscientemente aos dualismos que a cultura persiste em manter, por um lado o “corpo”, desvinculado do espírito e por outro do “espírito” desmaterializado de seu corpo. O marketing explora esta dualidade, apresentando o corpo não como a totalidade do humano, mas sua parcialização, seus rostos, seus seios, seus músculos, suas mãos, seus pés, enfim, suas partes.
Principais vítimas desta retaliação são as mulheres, embora não sejam as únicas, pois a visão machista se refugiou no mundo mediatico da propaganda usando partes da mulher: o rosto, seus olhos, seus seios, seu sexo e outras partes, continuando perversamente a fazer da mulher um “objeto de cama e mesa”. Devemos nos opor a esta deformação cultural.
Importa também recusar o mero “culto do corpo” pelo sem número de academias e outras formas de trabalho sobre a dimensão física como se o homem-corpo fosse uma máquina destituída de espírito, buscando performances musculares que não conhecem limites. Com isso não queremos desmerecer os benefícios que representam as academias. Afirmando positivamente isso, cabe enfatizar a alimentação equilibrada e sadia, as vantagens inegáveis dos exercícios de ginástica, as massagens que revigoram o corpo e fazem fluir as energias vitais, particularmente, as ginásticas orientais, entre elas a capacidade de o yoga de fortalecer a harmonia corpo-mente.
O vestuário merece uma consideração especial. Ele não possui apenas uma função utilitária ao nos proteger das intempéries e de encobrir o que na nossa cultura (diferente da dos indígenas) são as partes sexuais. Ele pertence ao cuidado do corpo, pois o vestuário representa uma linguagem, uma forma de revelar-se no cenário da vida. É importante cuidar que o vestuário seja expressão de um modo de ser e mostre o perfil humano e estético da pessoa.
Constitui uma demonstração de anemia de espírito as belezas construidas por mil meios para ser aquilo que a vida não quis que as pessoas fossem. Há uma beleza própria de cada idade, um charme que nasce do trabalho que a vida e o espírito fizeram na expressão “corporal” do ser humano. Não há fotoshops que substituam a beleza rude de um rosto de um trabalhador, talhado pela dureza da vida, pelos traços faciais moldados pelo sofrimento e pela luta. Elas ganham uma expressão de grande força e energia. Falam da vida real e não artificial e construida. As fotos trabalhadas dos ícones da beleza convencional são todos parecidos, e mal disfarçam a artificialidade da figura construída pelo marketing.
Todos estes artificialismos de nossa cultura mais ligada ao mercado que às necessidades reais da vida, levam a não cultivar o cuidado próprio de cada fase da vida, com sua beleza e irradiação singular mas também com as marcas de uma vida vivida que deixou estampada no rosto e no corpo as lutas, os sofrimentos, as superações. Tais marcas são condecorações e criam uma beleza iniqualável e uma irradiação específica, ao invés de enge
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.