La Pascua en un prolongado Viernes Santo

15 de Abril de 2020

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]




¿Cómo celebrar la pascua, la victoria de la vida sobre la muerte, y más aún, la irrupción del hombre nuevo, en el contexto de un viernes santo de pasión, dolor y muerte, que no sabemos cuándo termina, bajo el ataque del coronavirus sin distinción a toda la humanidad?

 

Apesadumbrados, incluso en esta pandemia es apropiado celebrar la pascua con una reservada alegría. No es sólo una fiesta cristiana, responde a una de las más antiguas utopías humanas: la irrupción del hombre nuevo.

 

En todas las culturas conocidas, desde la antigua epopeya mesopotámica de Gilgamés, pasando por el mito griego de Pandora, hasta la utopía de la Tierra sin Males de los Tupí-Guaraní, existe la percepción de que el ser humano tal como lo conocemos debe ser superado. No está listo. Aún no ha acabado de nacer. El verdadero hombre está latente en los dinamismos de la cosmogénesis y la antropogénesis. Aparece como un proyecto infinito, portador de innumerables potencialidades que forcejean por irrumpir. Intuye que sólo será plenamente hombre, el hombre nuevo, entonces, cuando tales potencialidades se realicen plenamente.

 

Todos sus esfuerzos, por grandes que sean, se topan con una barrera insuperable: la muerte. Incluso la persona más vieja llegará un día en que también morirá. Alcanzar una inmortalidad biológica, conservando las actuales condiciones espacio-temporales, como algunos proponen, sería un verdadero infierno: buscar realizar el infinito dentro de sí y encontrar sólo finitos que nunca lo sacian. Siempre está a la espera. Tal vez el espíritu mataría al cuerpo para realizar lo infinito de su deseo.

 

Pero he aquí que un hombre se levanta en Galilea, Jesús de Nazaret, y proclama: “El tiempo de espera ha terminado. Se acerca el nuevo orden que va a ser introducido por Dios. Revolucionad vuestra forma de pensar y de actuar. Creed esta buena noticia” (cf. Mc 1,15; Mt 4,17).

 

Conocemos la trágica saga del profético Predicador: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Él que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,39) fue rechazado y terminó clavado en la cruz.

 

Pero he aquí que tres días después, las mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro y oyeron una voz: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,5; Mc 16,6).

 

Este es el hecho nuevo y siempre esperado: la buena noticia se ha hecho realidad. De un muerto surgió un resucitado, un ser nuevo. Este es el significado de la Pascua, la fiesta central del cristianismo. Sus seguidores pronto entendieron que el Resucitado era la realización del sueño ancestral de la humanidad: la espera ha terminado. Ahora es el tiempo de la vida plena sin muerte. Liberado del espacio y del tiempo y de los condicionamientos humanos, el Resucitado aparece, desaparece, se hace presente con los caminantes de Emaús, se presenta en la playa y come con los apóstoles y se le reconoce al partir el pan.

 

Los Apóstoles no saben cómo definirlo. San Pablo, el mayor genio del pensamiento cristiano, eligió la palabra correcta: “Él es el novísimo Adán” (1Cor 15,45). El Adán no sometido ya a la muerte, el que dejó atrás al viejo Adán mortal.

 

Como si se burlara, provoca San Pablo: “Oh, muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está el aguijón con el que asustabas a los hombres? La muerte ha sido tragada por la victoria de Cristo” (1Cor 15,55). Y lo define como “un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44), es decir, es concreto y reconocible como cuerpo humano, pero de una manera diferente, con las cualidades del espíritu. El espíritu tiene una dimensión cósmica. Está en el cuerpo, pero también en las estrellas más distantes y en el corazón de Dios. Lo espiritual también se entiende como la forma de ser propia del Espíritu Santo. Está en todo, mueve todas las cosas y llena el universo.

 

Un antiguo texto, de los años 50, del Evangelio de Santo Tomás dice bellamente: “Levanta la piedra y estoy debajo de ella; parte la leña y estoy dentro de ella, porque estaré con vosotros todos los días hasta la plenitud de los tiempos”. Levantar una piedra requiere fuerza, cortar leña requiere esfuerzo. Incluso ahí está el Resucitado, en las cosas más cotidianas.

 

En sus epístolas, especialmente a los Efesios y a los Colosenses, San Pablo desarrolla una verdadera cristología cósmica. Él “es todo en todas las cosas” (Col 3,12); “la cabeza de todas las cosas” (Ef 1,10). En el lenguaje de la cosmología moderna, el paleontólogo y pensador Pierre Teilhard de Chardin dirá lo mismo en el siglo XX.

 

Tenemos que entender la resurrección correctamente. No es la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro que volvió a ser lo que era antes y terminó muriendo. La resurrección es la plena realización de todas las potencialidades escondidas dentro de la realidad humana. La muerte ya no ejerce dominio sobre él. Es efectivamente el nacimiento terminal del ser humano, como si hubiera llegado a la culminación del proceso evolutivo o lo hubiera anticipado. En la fuerte expresión de Teilhard de Chardin, el Resucitado explosionó e implosionó en Dios.

La pascua es la inauguración del hombre nuevo, plenamente realizado. Es aplicable para todos los seres humanos. Por lo tanto, tal bendito evento no es exclusivo de Jesús. San Pablo nos asegura que participamos de esta resurrección: “Él es la primicia (la anticipación) de los que mueren” (1Cor 5,20), “el primero entre muchos hermanos y hermanas” (Rm 8,29).

 

A la luz de esta fiesta pascual podemos decir que la alternativa cristiana es ésta: la vida o la resurrección. Afirmamos y reafirmamos con alegría: no vivimos para morir, sino para resucitar.

 

Leonardo Boff es teólogo y ha escrito: La resurrección de Cristo y nuestra resurrección en la muerte, Vozes, muchas ediciones, 2012.

Traducción de Mª José Gavito Milano          

 

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A páscoa numa sexta-feira santa prolongada

                                   

Como celebrar a páscoa, a vitória da vida sobre a morte, mais ainda, a irrupção do homem novo, no contexto de uma sexta-feira santa de paixão, dor e morte, que não sabemos quando acaba, sob o ataque do coronavírus à toda a humanidade?

 

Pesarosos, mesmo dentro desta pandemia, cabe celebrar a páscoa com reservada alegria. Ela não é apenas uma festa cristã mas responde a uma das mais ancestrais utopias humanas: o irromper do homem novo.

 

Sempre houve em todas as culturas conhecidas, desde a antiga epopeia mesopotâmica de Gilgamés, passando pelo mito grego de Pandora e chegando à utopia da Terra sem Males dos tupi-guarani a percepção de que o ser humano assim como o conhecemos deve ser ser superado. Ele não está pronto. Ainda não acabou de nascer. O verdadeiro homem está latente dentro dos dinamismos da cosmogênese e da antropogênese. Comparece como um projeto infinito, portador de potencialidades incontáveis que forcejam por irromper. Intui que só será plenamente homem, então, o homem novo, quando tais potencialidades se realizarem em plenitude.

 

Todos os seus esforços, por maiores que sejam esbarraram numa barreira intransponível: a morte. Mesmo o mais velho, chega o dia em que vai também morrer. Alcançar uma imortalidade biológica, conservadas as atuais condições espacios-temporais, como alguns propõem, seria um verdadeiro inferno: buscar realizar o infinito dentro de si e encontrar apenas finitos que nunca o saciam. Sempre está na espera. Talvez o espírito mataria o corpo para poder realizar o infinito de seu desejo.

 

Mas eis que um homem se levanta na Galiléia, Jesus de Nazaré e proclama: “O tempo da espera se esgotou. Aproximou-se a nova ordem a se introduzida por Deus. Revolucionai-vos em vosso modo de pensar e de agir. Crede nessa alvissareira notícia”(cf. Mc 1,15: Mt 4,17).

 

Conhecemos a saga trágica do profético Pregador:”veio para o que era seu e os seus não o receberam”(Jo 1.11). Ele que “passou pelo mundo fazendo o bem”(At 10,39) foi rejeitado e acabou pregado na cruz.

 

Mas eis que três dias após, mulheres foram, bem de madrugada, ao sepulcro e ouviram uma voz:”Por que procurais entre os mortos, quem está vivo? Jesus não está aqui. Ressuscitou”(Lc 24,5;Mc 16,6).

 

Eis o fato novo e sempre esperado:a alvissareira notícia se realizou. De um morto emergiu um ressuscitado, um ser novo. É o sentido da páscoa a festa central do Cristianismo. Seus seguidores logo entenderam que o Ressuscitado era a realização do sonho ancestral da humanidade: acabou a espera. Agora é o tempo da vida plena sem a morte. Liberto do espaço e do tempo e dos condicionamentos humanos, o Ressuscitado aparece, desaparece, está presente com os andantes de Emaús, se mostra na praia e come com os apóstolos e é reconhecido ao partir o pão.

 

Os Apóstolos não sabem como defini-lo. São Paulo, o maior gênio do pensamento cristão, escolheu a palavra certa: “Ele é o Adão novíssimo”(1 Cor 15,45). O Adão não mais submetido à morte mas aquele que deixou para trás o velho Adão mortal.

 

Como que zombando, provoca São Paulo: ”Ó morte, onde está a tua vitória? Onde está o espantalho com o qual amedrontavas os homens? A morte foi tragada pela vitória de Cristo (1Cor 15m55). Define-o como sendo “um corpo espiritual” (1 Cor 15,44), vale dizer, é concreto e reconhecível como o corpo humano, mas de forma diferente, com as qualidades do espírito. O espírito possui uma dimensão cósmica. Está no corpo,mas também nas estrelas mais distantes e no coração de Deus. O espiritual é entendido também como a maneira de ser própria do Espírito Santo. Ele está em tudo, move todas as coisas e enche o universo.

 

Um texto antigo, dos anos 50, do evangelho de São Tomé, diz belamente:”levante a pedra e eu estou debaixo dela, rache a lenha e e eu estou dentro dela, pois estarei convosco todos os dias até a plenitude dos tempos”. Levantar uma pedra exige força, cortar lenha demanda esforço. Mesmo ai, está o Ressuscitado, nas coisas mais comezinhas de nosso cotidiano.

 

Em suas epístolas, especialmente aos Efésios e aos Colossenses, São Paulo desenvolve uma verdadeira cristologia cósmica. Ele “é tudo em todas as coisas”(Col 3,12); “a cabeça de todas as coisas”(Ef 1,10). O mesmo  dirá no século XX, na linguagem da moderna cosmologia, o palentólogo e pensador Pierre Teilhard de Chardin.

 

Devemos compreender corretamente a ressurreição. Não se trata da reanimação de um cadáver, como aquele de Lázaro que voltou ao que era antes e acabou morrendo. Ressurreição é a realização plena de todas as potencialidades abscoditas dentro da realidade humana. A morte não possui nenhum domínio mais sobre ele. Efetivamente é o nascimento terminal do ser humano, como se ele tivesse chegado na culminância do processo evolutivo ou o tivesse antecipado. Na forte expressão de Teilhard de Chardin, o Ressuscitado explodiu e implodiu para dentro de Deus.

 

A páscoa é a inauguração do homem novo, plenamente realizado. Vale para todos os humanos. Portanto, tal evento bem-aventurado não é exclusivo de Jesus. São Paulo nos assegura que nós participamos desta ressurreição:”ele é as primícias (a antecipação) dos que morrem” (1Cor 5,20), “o primeiro entre muitos irmãos e irmãs”(Rom 8,29).

 

À luz desta festa pascal podemos dizer que a alternativa cristã é esta: ou a vida ou a ressurreição. Alegremente afirmamos e reafirmamos: não vivemos para morrer; morremos para ressuscitar

 

 

Leonardo Boff é teólogo e escreveu A ressurreição de Cristo e a nossa ressurreição na morte, Vozes, muitas edições 2012.

 

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