09 de Abril de 2020
[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]
La pandemia del coronavirus nos obliga a todos a pensar: ¿qué es lo que cuenta verdaderamente, la vida o los bienes materiales? ¿El individualismo de cada uno para sí, de espaldas a los demás, o la solidaridad de los unos con los otros? ¿Podemos seguir explotando, sin ninguna otra consideración, los bienes y servicios naturales para vivir cada vez mejor o podemos cuidar la naturaleza, la vitalidad de la Madre Tierra y el vivir bien, que es la armonía entre todos y con los seres de la naturaleza? ¿Ha servido para algo que los países amantes de la guerra acumulasen cada vez más armas de destrucción masiva, y ahora tienen que ponerse de rodillas ante un virus invisible evidenciando lo ineficaz que es todo ese aparato de muerte? ¿Podemos continuar con nuestro estilo de vida consumista, acumulando riqueza ilimitada en pocas manos a costa de millones de pobres y miserables? ¿Todavía tiene sentido que cada país afirme su soberanía, oponiéndose a la de los otros, cuando deberíamos tener una gobernanza global para resolver un problema global? ¿Por qué no hemos descubierto todavía la única Casa Común, la Madre Tierra, y nuestro deber de cuidarla para que todos podamos caber en ella, naturaleza incluida?
Son preguntas que no pueden ser evitadas. Nadie tiene la respuesta. Una cosa sin embargo, atribuida a Einstein, es cierta: “la visión de mundo que creó la crisis no puede ser la misma que nos saque de la crisis”. Tenemos forzosamente que cambiar. Lo peor sería que todo volviese a ser como antes, con la misma lógica consumista y especulativa, tal vez con más furia aún. Ahí sí, por no haber aprendido nada, la Tierra podría enviarnos otro virus que tal vez pudiera poner fin al desastrado proyecto humano.
Pero podemos mirar la guerra que el coronavirus está produciendo en todo el planeta, bajo otro ángulo, este positivo. El virus nos hace descubrir cuál es nuestra más profunda y auténtica naturaleza humana. Ella es ambigua, buena y mala. Aquí veremos la dimensión buena.
En primer lugar, somos seres de relación. Somos, como he repetido innumerables veces, un nudo de relaciones totales en todas las direcciones. Por lo tanto, nadie es una isla. Tendemos puentes hacia todos los lados.
En segundo lugar, como consecuencia, todos dependemos unos de otros. La comprensión africana “Ubuntu” lo expresa bien: “yo soy yo a través de ti”. Por tanto, todo individualismo, alma de la cultura del capital, es falso y antihumano. El coronavirus lo comprueba. La salud de uno depende de la salud del otro. Esta mutua dependencia asumida conscientemente, se llama solidaridad. En otro tiempo la solidaridad hizo que dejásemos el mundo de los antropoides y nos permitió ser humanos, conviviendo y ayudándonos. En estas semanas hemos visto gestos conmovedores de verdadera solidaridad, no dando solo lo que les sobra sino compartiendo lo que tienen.
En tercer lugar, somos seres esencialmente de cuidado. Sin el cuidado, desde nuestra concepción y a lo largo de la vida, nadie podría subsistir. Tenemos que cuidar de todo: de nosotros mismos, de lo contrario podemos enfermar y morir; de los otros, que pueden salvarme o salvarles yo a ellos; de la naturaleza, si no, se vuelve contra nosotros con virus dañinos, con sequías desastrosas, con inundaciones devastadoras, con eventos climáticos extremos; cuidado con la Madre Tierra para que continúe dándonos todo lo que necesitamos para vivir y para que todavía nos quiera sobre su suelo, siendo que, durante siglos, la hemos agredido sin piedad. Especialmente ahora bajo el ataque del coronavirus, todos debemos cuidarnos, cuidar a los más vulnerables, recluirnos en casa, mantener la distancia social y cuidar la infraestructura sanitaria sin la cual presenciaremos una catástrofe humanitaria de proporciones bíblicas.
En cuarto lugar, descubrimos que todos debemos ser corresponsables, es decir, ser conscientes de las consecuencias benéficas o maléficas de nuestros actos. La vida y la muerte están en nuestras manos, vidas humanas, vida social, económica y cultural. No basta la responsabilidad del Estado o de algunos, debe ser de todos, porque todos estamos afectados y todos podemos afectar. Todos debemos aceptar el confinamiento.
Finalmente, somos seres con espiritualidad. Descubrimos la fuerza del mundo espiritual que constituye nuestro Profundo, donde se elaboran los grandes sueños, se hacen las preguntas últimas sobre el significado de nuestra vida y donde sentimos que debe existir una Energía amorosa y poderosa que impregna todo, sostiene el cielo estrellado y nuestra propia vida, sobre la cual no tenemos todo el control. Podemos abrirnos a Ella, acogerla, como en una apuesta, confiar en que Ella nos sostiene en la palma de su mano y que, a pesar de todas las contradicciones, garantiza un buen final para todo el universo, para nuestra historia sapiente y demente. y para cada uno de nosotros. Cultivando este mundo espiritual nos sentimos más fuertes, más cuidadores, más amorosos, en fin, más humanos.
Sobre estos valores nos es concedido soñar y construir otro tipo de mundo, biocentrado, en el cual la economía, con otra racionalidad, sustenta una sociedad globalmente integrada, fortalecida más por alianzas afectivas que por pactos jurídicos. Será la sociedad del cuidado, de la gentileza y de la alegría de vivir.
*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y ha escrito: La Tierra en la palma de nuestra mano, una nueva visión del planeta y de la humanidad, Vozes 2016.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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O coronavírus desperta o humano em nós
A pandemia do coronavírus nos obriga a todos a pensar: o que conta, verdadeiramente, a vida ou os bens materiais? O individualismo de cada um para si, de costas para os outros, ou a solidariedade de uns para com os outros? Podemos continuar explorando, sem qulquer consideração, os bens e serviços naturais para vivermos cada vez melhor ou cuidar da natureza, da vitalidade da Mãe Terra e do bem-viver que é a harmonia entre todos e com os seres da natureza? Adiantou alguma coisa as potências amantes da guerra, acumularem cada vez mais armas de destruição em massa que agora têm que se pôr de joelhos diante de um vírus invisível evidenciando como é ineficaz todo esse aparato de morte? Podemos continuar com nosso estilo de vida consumista, depredador da natureza, produzindo ilimitada riqueza em poucas mãos à custa de milhões de pobres e miseráveis? Faz ainda sentido afirmar cada país afirmr a sua soberania, opondo-se a dos outros, quando deveríamos ter uma governança global para resolver um problema global? Por que não descobrimos ainda a única Casa Comum, a Mãe Terra e o nosso dever de cuidar dela para que todos possam caber nela, a natureza incluída?
São perguntas que não podem ser obviadas. Ninguém tem a resposta. Uma coisa, entretanto, é certa, atribuída Einstein: “a visão de mundo que criou a crise não pode ser a mesma que nos vai tirar da crise”. Temos que, forçosamente, mudar. O pior seria se tudo voltasse como antes, com a mesma lógica consumista e especulativa, talvez, com mais fúria ainda. Aí sim, por não termos aprendido a lição, a Terra nos poderia enviar um outro vírus, talvez aquele que pode pôr um fim ao desastrado projeto humano.
Mas podemos olhar a guerra que o coronavírus está movendo em todo o planeta, sob um outro ângulo e este positivo. O vírus nos faz descobrir qual é a nossa mais profunda e autêntica natureza humana. Ela é ambigua, boa e má. Aqui veremos a dimensão boa.
Em primeiro lugar, somos seres de relação. Somos, como tenho repetido inúmeras vezes, um nó de relações totais voltadas em todas as direções. Portanto, ninguém é uma ilha.Lançamos pontes para todos os lados.
Em segundo lugar, como consequência, todos dependemos uns dos outros. A compreensão africana “Ubuntu” bem o expressa:”eu só sou eu através de você”. Portanto, todo individualismo, alma da cultura do capital, é falso e anti-humano. O coronavírus o comprova. A saúde de um depende da saúde do outro. Esta mútua dependência assumida conscientemente se chama solidariedade. Foi a solidariedade que outrora, nos fez deixar o mundo dos antropoides e nos permitiu sermos humanos, convivendo cooperativamente. Assistimos nestas semanas gestos comoventes de verdadeira solidariedade uns ajudando a outros, não apenas dando o que lhes sobra mas compartilhando o que têm.
Em terceiro lugar, somos seres essencialmente de cuidado. Sem o cuidado,desde de a nossa concepção e durante toda a vida, ninguém subsistiria. Precisamos cuidar de tudo: de nós mesmos, caso contrário podemos adoecer e morrer, dos outros que nos podem salvar ou eu que os podemos salvar, da natureza senão ela se volta contra nós com vírus deletérios, com estiagens desastrosas, com enchentes devastadoras, com eventos climáticos extremos, cuidado para com a Mãe Terra para que continue a nos dar tudo aquilo que precisamos para viver e que ainda nos queira sobre seu solo, já que, durante séculos, a agredimos de forma impiedosa. Especialmente agora sob o ataque do coronavírus todos devemos nos cuidar, cuidar dos outros mais vulneráveis, nos recolher em casa, manter o distanciamento social e cuidar da infra-estrutura sanitária sem a qual assistiremos a uma catástrofe humanitária de proporções bíblicas.
Em quinto lugar, descobrimos que devemos ser todos corresponsáveis, vale dizer, ser conscientes das consequências benéficas ou maléficas de nossos atos. A vida e a morte estão em nossas mãos. Não basta a responsabilidade do Estado ou de alguns, mas deve ser de todos, pois todos são afetados e todos podem afetar. Todos devem aceitar o confinamento.
Por fim, descobrimos a força do mundo espiritual que constitui o nosso Profundo, lá onde se elaboram os grandes sonhos, se colocam as questões derradeiras sobre o sentido de nossa vida e onde sentimos que deve existir uma Energia amorosa e poderosa que tudo perpassa, sustenta o céu estrelado e nossa própria vida sobre qual não temos todo o controle. Podemos nos abrir a ela, acolhê-la e, como numa aposta, confiar que Ela nos segura na palma de sua mão e que, apesar de todas as contradições, garante um fim bom para todo o universo, para nossa história sapiente e demente e para cada um de nós. Se cultivarmos esse mundo espiritual nos sentiremos mais fortes, mais cuidadores, mais amorosos, em fim, mais humanos.
Estes valores nos permitem sonhar e construir outro tipo de mundo, biocentrado, no qual a economia,com outra racionalidade, sustenta uma sociedade globalmente integrada, fortalecida mais por alianças afetivas do que por pactos políticos. Será a sociedade do cuidado, da gentileza e da alegria de viver.
Leonardo Boff é teólogo, filósofo e escreveu: A Terra na palma de nossa mão uma nova visão do planeta e da humanidade, Vozes 2016.
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