Pascua en casa y en el mundo

05 de Abril de 2020

[Por: Marcelo Barros]




En estos días, las comunidades cristianas celebran la Semana Santa. En todos los países, la orientación es celebrar en casa y participar en actos litúrgicos por televisión, o internet. Es una pena no poder celebrar la pascua de Jesús en la comunidad concreta de hermanos y hermanas de fe. Sin embargo, nuestra reflexión tiene que ir más allá de las apariencias.

 

Esa pandemia causada por el coronavirus revela la fragilidad de esta sociedad organizada con fines de lucro. Empresarios y funcionarios de gobiernos discuten si es mejor salvar el mercado y dejar morir a miles de personas, o asumir la crisis económica que vendrá. En nuestros países de inmensas diferencias sociales, mucha gente sobrevive en casitas improvisadas y sin acceso a servicios de higiene adecuados. Serán esos pobres y vulnerables los que más sufrirán. En el mundo, el virus revela que el rey está desnudo, es decir, la fragilidad del sistema está expuesta. 

 

También en las iglesias, el virus revela la crisis del sistema clerical. Para muchos obispos, curas y fieles, la única propuesta para esta Pascua es misa en internet. Y esa misa celebrada minuciosamente en el mismo rito romano, como si fuera con la comunidad. Eso revela una Iglesia que no es aún en salida y no logra unir, de forma profunda, fe y vida real.

 

En la Biblia, según el libro de Éxodo, el mandato de Dios es que las familias celebren la Pascua con una comida familiar, cada familia en su hogar (Ex 12, 3-4). El pueblo de Dios es un reino de sacerdotes (Ex 19, 5-6). No tenía sacerdotes profesionales. Los padres de familia celebraban, cada uno con su familia en su hogar. Hasta hoy, en las casas judías, al anochecer del viernes, son las madres las que encienden velas y cantan la bendición del Shabat. Esta es la raíz de la fe cristiana. 

 

En el cristianismo primitivo, las comunidades se reunían como Iglesias domésticas para escuchar la Palabra y compartir el pan y el vino como Jesús ordenó. Dios quiera que, aún con todo este sufrimiento por el cual pasamos, redescubramos la gracia de un cristianismo menos clerical. El Espíritu nos inspire a celebrar la cena de Jesús en una forma familiar, como hacían los primeros cristianos. Y como la eucaristía es sacramento de vida compartida, toda comida tomada en común sea acto sagrado de alabanza y comunión. Y que, obispos y sacerdotes no retengan para sí el control de los bienes sagrados, como si les pertenecieran, sino que se unan a todos los hermanos y hermanas bautizados para testificar: Cristo resucitado. Eso significa: el amor vence al odio, la maldad y la muerte. Amén.

 

 

Imagen: Cerezo Barredo.

 

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