Coronavirus: autodefensa de la propia Tierra

01 de Abril de 2020

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]




La pandemia del coronavirus nos revela que el modo como habitamos la Casa Común es pernicioso para su naturaleza. La lección que nos transmite suena así: es imperativo reformatear nuestra forma de vivir en ella como planeta vivo. Ella nos avisando de que así como nos estamos comportando no podemos continuar. En caso contrario la propia Tierra se librará de nosotros, seres excesivamente agresivos y maléficos para el sistema-vida.

 

En este momento, ante el hecho de estar en medio de una guerra global, es importante que seamos conscientes de nuestra relación hacia ella y de la responsabilidad que tenemos en el destino común Tierra viva-humanidad.

 

Acompáñenme en este razonamiento: el universo existe desde hace ya 13,7 mil millones de años cuando ocurrió el big bang. La Tierra hace 4,4 mil millones. La vida hace 3,8 mil millones. El ser humano hace 7-8 millones. Nosotros, el homo sapiens/demens actual hace 100 mil años. Todos, el universo, la Tierra y nosotros mismos, estamos formados con los mismos elementos físico-químicos (cerca de 100) que se forjaron, como en un horno, en el interior de las grandes estrellas rojas durante 2-3 mil millones de años (por lo tanto hace 10-12 mil millones años).

 

La vida, probablemente, comenzó a partir de una bacteria originaria, madre de todos los vivientes. La acompañó un número inimaginable de microorganismos. Nos dice Edward O. Wilson, tal vez el mayor biólogo vivo: solo en un gramo de tierra viven cerca de 10 mil millones de bacterias de hasta 6 mil especies diferentes (La creación: cómo salvar la vida en la Tierra, 2008, p. 26). Imaginemos la cantidad incontable de esos microorganismos en toda la Tierra, siendo que solamente el 5% de la vida es visible y el 95%, invisible: el reino de las bacterias, hongos y virus.

 

Sigan acompañándome en mi razonamiento: hoy es considerado un dato científico, desde 2002, cuando James Lovelock y su equipo demostraron ante una comunidad científica de miles de especialistas en Holanda que la Tierra no sólo tiene vida sobre ella, ella misma está viva. Emerge como un Ente vivo, no como un animal, sino como un sistema que regula los elementos físico-químicos y ecológicos, como hacen los demás organismos vivos, de tal forma que se mantiene vivo y continúa produciendo una miríada de formas de vida. La llamaron Gaia.

 

Otro dato que cambia nuestra percepción de la realidad: En la perspectiva de los astronautas, ya sea desde la Luna o desde las naves espaciales, así lo testimoniaron muchos de ellos, no existe distinción entre Tierra y humanidad. Ambas forman una entidad única y compleja. Se consiguió hacer una foto de la Tierra antes de penetrar en el espacio sideral, fuera del sistema solar: en ella aparece, en palabras del cosmólogo Carl Sagan, como “un pálido punto azul”. Nosotros estamos, pues, dentro de ese pálido punto azul, como aquella porción de la Tierra que, en un momento de alta complejidad, empezó a sentir, a pensar, a amar y a percibirse parte de un Todo mayor. Por lo tanto, nosotros, hombres y mujeres, somos Tierra, que se deriva de húmus (tierra fértil), o del Adam bíblico (tierra arable).

 

Sucede que nosotros, olvidando que somos una porción de la propia Tierra, comenzamos a saquear sus riquezas en el suelo, en el subsuelo, en el aire, en el mar y en todas partes. Se buscaba realizar un osado proyecto de acumular lo más posible bienes materiales para el disfrute humano, en realidad para el de la sub-porción poderosa y ya rica de la humanidad. En función de ese propósito se ha orientado la ciencia y la técnica. Atacando a la Tierra, nos atacamos a nosotros mismos que somos Tierra pensante. Tan lejos ha llegado la codicia de este pequeño grupo voraz que ella actualmente se siente agotada hasta el punto de haber sido alcanzados sus límites infranqueables. Es lo que técnicamente llamamos la Sobrecarga de la Tierra (the Earth overshoot). Sacamos de ella más de lo que puede dar. Ahora no consigue reponer lo que le quitamos. Entonces da señales de que está enferma, de que ha perdido su equilibrio dinámico, calentándose de manera creciente, formando huracanes y terremotos, nevadas antes nuca vistas, sequías prolongadas e inundaciones devastadoras. Y más aún: ha liberado microorganismos como el sars, el ébola, el dengue, la chikungunya y ahora el coronavirus. Son formas de vida de las más primitivas, casi al nivel de nanopartículas, sólo detectables bajo potentes microscopios electrónicos. Y pueden diezmar al ser más complejo que ella ha producido y que es parte de sí misma, el ser humano, hombre y mujer, poco importa su nivel social.

 

Hasta ahora el coronavirus no puede ser destruido, solo le impedimos propagarse. Pero ahí está produciendo una desestabilización general en la sociedad, en la economía, en la política, en la salud, en las costumbres, en la escala de valores establecidos.

 

De repente hemos despertado asustados y perplejos: esta porción de la Tierra que somos nosotros puede desaparecer. En otras palabras, la propia Tierra se defiende contra la parte rebelada y enferma de ella misma. Puede sentirse obligada a hacer una amputación como hacemos con una pierna necrosada. Sólo que esta vez es toda esa porción tenida por inteligente y amante, que la Tierra no quiere como suya y acabe eliminándola.

 

Y así será el fin de esta especie de vida que, con su singularidad de autoconciencia, es una entre millones de otras existentes, también partes de la Tierra. Esta continuará girando alrededor del sol, empobrecida, hasta que haga surgir otro ser que sea también expresión de ella, capaz de sensibilidad, de inteligencia y de amor. De nuevo recorrerá un largo camino para modelar la Casa Común, con otras formas de convivencia, esperamos, mejores que la que nosotros hemos modelado.

 

¿Seremos capaces de captar la señal que el coronavirus nos está enviando o seguiremos haciendo más de lo mismo, hiriendo a la Tierra autohiriéndonos en el afán de enriquecer? 

 

*Leonardo Boff ha escrito: Cuidar la Tierra – proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Record 2010.

Traducción de Mª José Gavito Milano

 

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O coronavírus: a auto-defesa da própria Terra

 

[Por: Leonardo Boff]

 

A pandemia do coronavírus nos revela que o modo como habitamos a Casa Comum é nocivo à sua natureza. A lição que nos transmite soa: é imperioso reformatar a nossa forma de viver sobre ela, enquanto planeta vivo. Ela nos está alertando que assim como estamos nos comportando não podemos continuar. Caso contrário a própria Terra irá se livrar de nós, seres excessivamente agressivos e  maléficos ao sistema-vida.

 

Nesse momento, face ao fato de estarmos no meio da primeira guerra global, é importante conscientizar nossa relação para com ela e a responsabilidade que temos pelo destino comum Terra viva-Humanidade.

 

Acompanhem-me neste raciocínio: o universo existe já há 13,7 bilhões de anos quando ocorreu o big bang. A Terra há 4,4 bilhões. A vida há 3,8 bilhões. O ser humano há 7-8 milhões. Nós, o homo sapiens/demens atual há 100 mil anos. Todos somos formados com os mesmos elementos físico-químicos (cerca de 100) que se forjaram, como numa fornalha, no interior das grandes estrelas vermelhas, por 2-3 bilhões de anos (portanto há 10-12 bilhões de anos): o universo, a Terra e nós mesmos.

 

A vida, provavelmente, começou a partir de uma bactéria originária, mãe de todos os viventes. Acompanhou-a um número inimaginável de micro-organismos. Diz-nos Edward O.Wilson, talvez o maior biólogo vivo: só num grama de terra vivem cerca de 10 bilhões de bactérias de até 6 mil espécies diferentes (A criação: como salvar a vida na Terra, 2008, p. 26). Imaginemos a quantidade incontável desses micro-organismos, em toda a Terra, sendo que somente 5% da vida é visível e 95%, invisível: o reino das bactérias, fungos e vírus.

 

Acompanhem-me ainda o raciocínio: hoje é tido como um dado científico, depois de 2002, quando James Lovelock e sua equipe demonstraram perante uma comunidade científica de milhares de cientistas na Holanda, que a Terra não só possui vida sobre ela. Ela mesma é viva. Emerge como um Ente vivo, não como um animal, senão como um sistema que regula os elementos físico-químicos e ecológicos, como fazem os demais organismos vivos, de tal forma que se mantém vivo e continua a produzir uma miríade de formas de vida. Chamaram-na de Gaia.

 

Outro dado que muda nossa percepção da realidade. Na perspectiva dos astronautas seja da Lua seja das naves espaciais, assim testemunharam muitos deles, não vigora uma distinção entre Terra e Humanidade. Ambos formam uma única e complexa entidade. Conseguiu-se fazer uma foto da Terra, antes de ela penetrar no espaço sideral, fora do sistema solar: aí ela aparece, no dizer do cosmólogo Carl Sagan, apenas como ”um pálido ponto azul”. Pois, nós estamos dentro deste pálido ponto azul, como aquela porção da Terra que num momento de alta complexidade, começou a sentir, a pensar, a amar e a perceber-se parte de um Todo maior. Portanto, nós, homens e mulheres, somos Terra, que se deriva de húmus (terra fértil), ou do Adam bíblico (terra arável).

 

Ocorre que nós, esquecendo que somos uma porção da própria Terra, começamos a saquear suas riquezas no solo, no subsolo, no ar, no mar e em todas as partes. Buscava-se realizar um projeto ousado de acumular o mais possível bens materiais para o desfrute humano, na verdade, para a sub-porção poderosa e já rica da humanidade. Em função desse propósito se criou a ciência e a técnica. Atacando a Terra, atacamos a nós mesmos que somos Terra pensante. Levou-se tão longe a cobiça deste grupo pequeno voraz, que ela atualmente se sente exaurida a ponto de terem sido tocados seus limites intransponíveis. É o que chamamos tecnicamente de a Sobrecarga da Terra (the Earth overshoot). Tiramos mais do que  ela pode dar. Agora não consegue repor o que lhe subtraímos. Então dá sinais de que adoeceu, perdeu seu equilíbrio dinâmico, aquecendo-se de forma crescente, formando tufões e terremotos, nevascas nunca dantes vistas, estiagens prolongadas e inundações devastadoras. Mais ainda: liberou micro-organismos como o sars, o ebola, o dengue, a chikungunya e agora o coronavírus. São formas das mais primitivas de vida, quase no nível de nanopartículas, só detectáveis sob potentes microscópios eletrônicos. E podem dizimar o ser mais complexo que ela produziu e que é parte de si mesma, o ser humano, homem e mulher, pouco importa seu nível social.

 

Até agora o coronavírus não pôde ser destruído, apenas impedido de se propagar. Mas está ai produzindo uma desestabilização geral na sociedade, na economia, na política, na saúde, nos costumes, na escala de valores estabelecidos.

 

De repente, acordamos, assustados e perplexos: esta porção da Terra que somos nós pode desaparecer. Em outras palavras, a própria Terra se defende contra a parte rebelada e doentia dela mesma. Pode sentir-se obrigada a fazer uma amputação como fazemos de uma perna necrosada. Só que desta vez, é toda esta porção tida por inteligente e amante, que a Terra não quer mais que lhe pertença e acabe eliminando-a.

 

E assim será o fim desta espécie de vida que, com sua singularidade de auto-consciência, é uma entre milhões de outras existentes, também partes da Terra. Esta continuará girando ao redor do sol, empobrecida, até que ela faça surgir um outro ser que também é expressão dela, capaz de sensibilidade, de inteligência e de amor. Novamente se irá percorrer um longo caminho de moldagem da Casa Comum, com outras formas de convivência, esperamos, melhores que aquela que nós moldamos.

 

Seremos capazes de captar o sinal que o coronavírus nos está passando ou continuaremos fazendo mais do mesmo, ferindo a Terra e nos autoferindo no afã de enriquecer? 

 

Leonardo Boff escreveu: Cuidar da Terra – proteger a vida: como escapar do fim do mundo, Record 2010.

 

 

Imagem: https://www.elespectador.com/coronavirus/el-coronavirus-en-tierra-caliente-igual-peor-o-menos-grave-articulo-909335 

 

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