07 de Febrero de 2020
[Por: Rosa Ramos]
Se fueron los aplausos y algunos recuerdos
y el eco de la gloria duerme en un placard.
Yo seguiré adelante atravesando miedos,
sabe Dios que nunca es tarde
para volver a empezar…
Alejandro Lerner
Luego de leer Cartas a Dios desde América Latina -y animar a la lectura- me quedaron varias resonancias. Una de ellas la interpelación a Dios de varios autores y en especial de obispos, su clamor, sus preguntas ante tanto sufrimiento humano y revés histórico.
Recordé asimismo otro hermoso libro de otro testigo, Juan Hernández Pico, “Piquito”, que hace unos años me cautivó. También allí estaba narrada su vida “Al vuelo del Espíritu”, con sus clamores, angustias por fracasos personales y colectivos de una época que parecía preñada de esperanza.
Entonces recordé que cuando los discípulos parecían ir comprendiendo, cuando la comunidad parecía afianzarse, cuando el mal parecía retroceder ante la presencia de ese grupo itinerante de hombres y mujeres seguidores de “el Maestro”, una y otra vez surgían las crisis, las amenazas y confabulaciones… la comunidad disminuía, había entre ellos dudas y hasta rivalidades. En tanto, el “afuera” se tornaba cada vez más amenazante y voraz.
Era tiempo de detenerse, de volver a elegir lo esencial y de volver a empezar.
¿También ustedes quieren irse? (Jn. 6, 67) Jesús a veces perdía la paciencia, los sacudía con preguntas difíciles, otras volvía a tejer la red pacientemente de ese ser y hacer presente el Reino de Dios comunitariamente.
Una y otra vez había que volver a empezar, recordando e interpretando las Escrituras, orando porque ciertos demonios sólo ceden ante un corazón puro, aprendiendo a compartir de verdad. Otro tanto sucedió después de la Pascua, ¡cuántas tentaciones y divisiones, además de las persecuciones de los poderosos que siempre estaban al acecho de ese germen de buena noticia!
Hay siempre un misterio de iniquidad –en términos de Pablo– que una y otra vez amenaza lo que creemos ya conquistado, resultando frágiles logros que pueden perderse en un abrir y cerrar de ojos.
Hoy percibimos turbados ese misterio de iniquidad que se cierne sobre los derechos conquistados. A nivel mundial, político, socioeconómico estamos bajo estruendosas amenazas, entre el casos y la incertidumbre, zarandeados por noticias que no auguran buenos tiempos. Estamos en un momento de crisis, de retroceso -aunque duela decirlo-: pareciera que lo aprendido con esfuerzo lo desaprendemos rápidamente o nos es arrebatado por olas de odio, tan viscerales como suicidas.
A propósito José Neivaldo de Souza, a quien sigo en esta web de Amerindia, me dejó sentí-pensando con su “Saudade de Dios”, ese lamento por su ausencia. No era para menos, la descripción de lo que ocurre en su país, Brasil, es de lamentar, pero no es una realidad aislada sino bastante generalizada. Los impostores y los ídolos quieren destronar al Dios de Jesús.
Sin embargo no nos puede invadir el desánimo y la falta de esperanza. “No se turbe su corazón ni tengan miedo”, dice Jesús al despedirse de sus amigos.
No son tiempos de triunfalismo, más bien de desmoronamiento, de fracaso, y no obstante, a la vez, de resistencia y de porfiada esperanza activa. Quizá son tiempos sapienciales, para volver a lo esencial, al corazón de la fe, a poner la confianza en el Dios que “no se muda” al decir de Santa Teresa. No significa creer en verdades inamovibles, sino en la fidelidad del Dios de la Vida, del Dios revelado por Jesús.
Se trata de afirmar la fe y la esperanza volviendo allí, al proyecto de Jesús, a beber de la fuente, de ese movimiento iniciado por él –retomando la tradición profética anterior- con la peculiaridad de no gritar solo en el desierto, sino de generar encuentro y comunidad.
Además se trata de aguzar los sentidos y escuchar el latido de la vida gestándose en el silencio, ese del crecimiento del bosque. Sí, el bosque crece en silencio, en la discreta lucha cotidiana por el agua, el sol, los nutrientes de la tierra.
Algunas veces hace falta una literatura épica para levantarse y caminar cada día. En otros tiempos para ponernos en pie, necesitamos la paciente mirada a esa rutina habitada de sentido que tantas personas anónimas viven con soles o con lluvias…
Esas fidelidades cotidianas, esas personas resilientes o comunidades de resistencia, son las que pueden animarnos a atravesar las tormentas contemporáneas iluminados por las luces discretas y amigables de sus fidelidades cotidianas.
Los autores de las Cartas a Dios, expresan sus preguntas y clamores, lo mismo que Piquito, Neivaldo, y tantos otros y otras, a lo largo de la historia, pero de algún modo continúan respondiendo dispuestos a seguir al Maestro como Pedro y los discípulos:
“A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de Vida” (Jn. 6, 68)
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