“Cartas a Dios…”: reseña e invitación a la lectura

24 de Enero de 2020

[Por: Rosa Ramos]




“Las cartas de amor no son escritas para dar noticias, ni para contar nada. Son escritas para que manos separadas se toquen al tocar la misma hoja de papel” Rubem Alves

 

Esta afirmación del pedagogo brasileño es muy adecuada para aquellas cartas que hace muchos años se escribían a mano… cartas que hacían crecer amores y amistades a través del tiempo y la distancia. Cartas que se guardaban cual tesoros y se pasaban a los hijos como herencia, o que luego de muchos años, se quemaban en una especie de ritual sagrado.

 

Hace unos días me tropecé en internet con una joya: Cartas a Dios desde América Latina, se puede acceder desde Servicios Koinonia. 

 

Fue Pilar Torres quien se propuso y coordinó desde PPC esta joya de libro que contiene sesenta cartas, casi 300 páginas. Este proyecto lo realizó hace algunos años ya, pues algunas cartas están fechadas en 2013, 2014, o 2015, y algunos autores ya han fallecido, pero el libro lo descubrí en PDF en internet recientemente. Y merece ser divulgado.

 

¿Ese propósito que dice Rubem Alves es el que se busca al escribirle una carta a Dios?

 

¿Qué podría contársele en una carta dirigida a Dios, Divinidad, Trinidad, Diosa, Misterio…?  ¿A quien conoce y lleva tatuados en las palmas de su mano cada nombre, cada hijo, como dice la Biblia? Si bien algunos escriben desde otro credo, desde la duda o desde la búsqueda. 

 

¿Acaso se busca ese contacto profundo y a la vez palpable, sensible? 

 

En algunas cartas, en varias, parece que sí, se busca plena intimidad, retomar el contacto perdido o se hace memoria de la relación de quien la escribe con Dios -o más bien con diversas imágenes de Dios a lo largo de su vida-. 

 

Se trata en muchos casos de cartas conmovedoras, por lo íntimas, por lo sinceras. Revelan, a través de las inquietudes o situaciones que le plantean a Dios, a la persona que escribe, su sensibilidad, sus opciones, sus compromisos. 

 

Fragilidades, angustias y gratitud se expresan a corazón abierto en estas cartas. Algunas plantean pedidos, otros, ofrenda y compromiso; la mayoría al sentarse a escribir a Dios lo que destaca es un sentimiento de inmensa gratitud por esa “Presencia” que reconoce constante, aún variando de imágenes o de comprensión a través del tiempo.

 

Cada carta es única, tiene un estilo, un lenguaje, un sello personal incluso. Son muy diversos los modos de dirigirse a Dios y encabezar la carta. El título a veces es como la muletilla del autor, a lo largo del texto, otras aparece al final como síntesis y corolario de la carta. Para el lector, ese título y ese modo de encabezar la carta,  ya es  un indicio del original camino por el que discurrirá y por el que le hará transitar descalzo como a Moisés.

 

Cada carta permite al lector mayor o menor grado de identificación, supongo que a todos les sucederá: meterse en la piel de quien escribe, mucho más si se conoce al autor. En cualquier caso es siempre una gran aventura adentrarse por la rendija de la carta a ese misterio único.

 

¿Desde dónde se escriben estas cartas y quiénes las escriben?

 

Pilar Torres sin duda quiso y procuró una amplia muestra de profesiones, responsabilidades, situaciones y experiencias vitales. Escriben laicos viviendo realidades diferentes (cárcel, identidad sexual, enfermedad, alegría, soledad…) así como desde diversas profesiones, incluso hay cartas escritas por niños y jóvenes. Escriben religiosos/as, sacerdotes y obispos –varios eméritos- que desempeñan o han desempeñado responsabilidades diferentes, muchos con largas vidas de entrega a la Iglesia y sobre todo al “Reino de Dios”, como lo señalan.

 

Las cartas aparecen en el libro distribuidas por los países de origen, alfabéticamente: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay, Venezuela.

 

La presentación la hace José María Arnaiz, y también cierra con un breve comentario a la última carta que es de una niña chilena (no aparece en el capítulo de Chile) que escribe, no a demanda de la editorial sino por iniciativa propia, pocas semanas antes de morir.

 

Algunos de los autores de estas cartas son teólogos y referentes de espiritualidad muy destacados en nuestro continente, Mamerto Menapace; Víctor Manuel Fernández; Roberto Tomichá; Sofía Chipana; Demetrio Valentín; María Clara Bingemer; Yung Mo Sung; Sergio Torres; Carmiña Navia Velazco; Elsa Támez; Silvia Regina de Lima Silva; Benjamín González Buelta; José María Vigil; Socorro Martínez; José Sánchez; Carmen Margarita Fagot; Ángel Darío Carrero; Baltazar Porras; Pedro Trigo…. También le escribieron a Dios tres uruguayos, representantes de diferentes ambientes y estados: Susana Nuin, Cristina Robaina y Pablo Bonavía.

 

No obstante los autores y autoras nombradas, subrayo que hay muchas bellísimas cartas a Dios de mujeres y hombres desconocidos para mí por no ser teólogos, o por proceder de países que no frecuento. Cartas que impresionan, despiertan diversos sentimientos ante el misterio humano, movilizan. Cada carta invita a la reflexión, a la oración, al diálogo… 

 

Cada una es una provocación a escribir nuestra propia carta a Dios hoy. En mi caso no sería la primera vez; soy mujer que aún escribe muchas cartas en el siglo XXI  -ya no de puño y letra, claro-. Escribo largas cartas, cuasi ensayos, a muchos destinatarios, por supuesto también a Dios, en la fe y en la duda, en la búsqueda constante de “luz, más luz”.

 

Este artículo resultó ser sólo una reseña e invitación a la lectura, quizá en la próxima entrega haga comentarios o extraiga fragmentos de algunas cartas.

 

Los dejo con algunas líneas de la contratapa: “Un libro que es un verdadero mosaico de expresiones originales de trato y relación personalizada con Dios. El repertorio y la variedad son grandes. Pone en contacto, pensando en un público plural, las diferentes percepciones, experiencias, anhelos, dudas y expectativas que suscita el hecho religioso.”

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