10 de Enero de 2020
[Por: Consuelo Vélez]
El último capítulo del libro del Apocalipsis se refiere a la “Jerusalén Celestial”. Es decir, después de todos los sufrimientos y persecuciones que ha sufrido el pueblo escogido, la promesa de Dios se cumplirá y “con creces”. “Dios enjugará toda lágrima de los ojos y no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21,4). “Descenderá del cielo, ataviada como una novia, la Jerusalén celestial, morada de Dios entre los hombres donde ellos serán su pueblo y Él, -Dios con ellos- será su Dios” (Ap 21, 2-3). Es este, por tanto, un libro profundamente esperanzador (aunque una mala interpretación o una interpretación literal lo haya hecho ver como libro de castigos anunciando el fin del mundo), en el que la esperanza está puesta absolutamente en Dios y nada ni nadie hace que decaiga la esperanza firme en la vida buena y abundante que viene de Dios, más aún, que es Él mismo: “Ven, Señor Jesús” (Ap 21,20)…
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