José Antonio: Su caminar por la senda de la esperanza hacia la utopía

02 de Enero de 2020

[Por: Juan José Tamayo]




(Semblanza de José Antonio Gimbernat, leída el 30 de diciembre de 2019 en el funeral por el aniversario de su muerte)

 

Hace ahora un año, el 29 de diciembre, nos dejó José Antonio Gimbernat repentinamente, sin poder despedirse de cuantas personas, familiares y amigos, compartimos con él experiencias, ideas y proyectos de liberación y de solidaridad con los sectores más vulnerables de nuestra sociedad y del mundo entero. Aquel día murió un compañero entrañable, amigo de sus amigos e incluso de sus adversarios, porque enemigos no tenía ninguno, tras una vida dedicada a la defensa de los derechos humanos, la práctica de un cristianismo liberador y la elaboración de una teoría critica de la sociedad y de la religión, aplicada a la situación española en el tránsito de la dictadura a la democracia y del nacional-catolicismo al Estado no confesional.  

 

José Antonio y yo nos conocimos hace 40 años en Asturias en un Congreso Internacional de Teología sobre la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en la ciudad mexicana de Puebla de los Ángeles. Desde entonces nos unió una estrecha e ininterrumpida amistad y una larga e intensa colaboración. La última vez que nos vimos fue en la presentación de la novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, en torno al asesinato de Ignacio Ellacuría, cinco compañeros jesuitas de la UCA y dos mujeres trabajadoras domésticas. Terminada la presentación nos invitó a cenar a Margarita y a mí. En ella lamentamos no vernos con más frecuencia, rememoramos momentos inolvidables de nuestra amistad y nos comprometimos a repetir tan grato encuentro con su esposa Mechthild. Tristemente ese programado encuentro no se produjo y bien que lo lamento.

 

José Antonio fue una persona creyente, que supo armonizar la experiencia religiosa y el compromiso político, la fe, la ética y la política; fue un ejemplo de coherencia entre pensar y vivir, biografía y filosofía: vivía como pensaba, pensaba como vivía. Su vida fue la mejor ejemplificación de su pensamiento; su pensamiento, la más nítida explicación de su vida. Vivió el cristianismo humanísticamente. Siempre me impresionó su serenidad, característica de los espíritus libres. La causa de la liberación, y por ende, de la libertad, fue consustancial a su persona, marcó su vida y su reflexión y fue su punto de partida y de llegada.   

 

Tenía una sólida formación interdisciplinar, que inició en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid y continuó en la Compañía de Jesús con los estudios de filosofía y teología, primero en Granada y después en Fránkfort (Alemania). La formación frankfortiana le marcó de por vida hasta el punto de que el alemán fue su segundo idioma, e incluso el primero en sus investigaciones. A ello contribuyó su matrimonio con la psicoanalista alemana Mechthild Zeul. 

 

Su prioridad fue la defensa de los derechos humanos, sobre todo de los colectivos inmigrantes, refugiados y desplazados, la lucha en favor de la independencia de los pueblos saharaui y palestino y la denuncia de los dirigentes políticos de países dictatoriales donde no se respetan dichos humanos. Llevó a cabo dicha actividad en la Asociación Pro Derechos Humanos de España, en la Comisión Española de Ayuda a los Refugiados y en la Federación de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos de España. 

 

En el terreno teológico destacó por sus trabajos en torno a las relaciones entre cristianismo y secularización, cristianismo y marxismo, religión y política, el diálogo entre la fe y la increencia y las implicaciones sociales y políticas de la teología de la liberación, primero en el Instituto Fe y Secularidad y después en el instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 

 

José Antonio fue uno de los intelectuales españoles más madrugadores en el conocimiento del filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977) y uno de los mejores especialistas mundiales en su filosofía de la esperanza y de la utopía, a la que dedicó su tesis doctoral. 

 

Caminó por la senda de la esperanza, no como confianza ciega, sino en-acción; una esperanza, como dijera su maestro Bloch, teñida de luto y con crespones negros. Nada, por tanto, de optimismo ingenuo, porque en la misma tierra donde brota la esperanza surge también el afecto contrario: el temor, que es igualmente anticipatorio.

 

Quince días después de su muerte apareció en Trotta una nueva edición de la traducción que hiciera José Antonio de Ateísmo en el cristianismo. Su muerte repentina le impidió disfrutar de este magnífico trabajo. Pero a nosotros, amigos, amigas, colegas, familiares, presentes en este memorial-funeral nos queda el recuerdo o –por mejor decir, en el lenguaje de Walter Benjamin- la memoria subversiva de una persona buena, de un cristiano auténtico, de un pensador crítico como fue José Antonio que vivió, pensó, creyó y actuó en el horizonte de la utopía desde un optimismo no ingenuo, sino siempre militante y desde la docta esperanza. Descanse en paz. 

 

 

Imagen: https://elpais.com/sociedad/2018/12/30/actualidad/1546192293_347846.html  

 

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