Adviento: crear puentes en tiempos difíciles

29 de Noviembre de 2019

[Por: Rosa Ramos]




Cultivo una rosa blanca 

en junio como en enero 

para el amigo sincero 

que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca 

el corazón con que vivo, 

cardo ni ortiga cultivo; 

cultivo una rosa blanca.

José Martí (1853-1895)

 

Quizá resulte edulcorado y arcaico este poema que escribiera el poeta cubano del siglo XIX, pero la imagen de la rosa blanca es poderosa con todo su simbolismo, así como el llamado a no sembrar más odio sino a cultivar un regalo para los demás sin distinción: trabajando, agachándonos (kenosis) para cuidar el rosal. Recuerda aquello de Jesús: que llueve y sale el sol para todos. Y nos recuerda también sus gestos de comensalidad abierta, tan revolucionaria.

 

Ya ardió el amazonas hace poco tiempo, luego siguieron ardiendo las plazas y calles de nuestras ciudades latinoamericanas, a partir de lícitas protestas pacíficas sigue la violencia, que estalla aquí y allá, que nos revela viejas heridas latentes que se reabren. Muchos sociólogos y politólogos comentan y analizan los hechos y causas, mientras tanto, los medios masivos de comunicación abren brechas, no buscan tender puentes  y menos cultivar rosas blancas.

 

Estos son tiempos duros, hasta incomprensibles, en que la Historia parece dar marcha atrás, en que retroceden las conquistas alcanzadas en Derechos Humanos, en que los viejos odios que parecían superados retornan enfurecidos. Recuerdan angustiosamente la película El huevo de la serpiente que mostraba la atmósfera enrarecida previa a la guerra. 

 

Quiero equivocarme, convocarme a mí misma y convocar a otros a revertir esta atmósfera de odio e intransigencia. Por eso traigo la idea de tender puentes en vez de levantar muros, como insiste el Papa Francisco, y este poema de Martí con perfume y color de paz.

 

Adviento es un tiempo propicio. 

Hoy como ayer necesitamos un horizonte de esperanza para construir esos puentes y cultivar rosas blancas. Si miramos el territorio del imperio romano y el lugar donde nace Jesús, en una aldea perdida, sometida y empobrecida, podemos decir que justo allí se necesitaba un Mesías, un ungido de Dios.

 

En estas tierras –y no sólo en ellas- vivimos tiempos de oscuridad, en que no veamos luz en las proximidades, hay que confiar y esperar la luz en plena noche. Y los cristianos tenemos en esto cierta ventaja porque creemos que ya “nos ha nacido un salvador y que está obrando; creemos que Dios acontece y se hace presente a lo largo de la historia. 

 

Aún “los infiernos de la historia son lugares teológicos”, como dice González Buelta. Esta fe nos anima a mirar por las rendijas de los acontecimientos y de las historias mínimas de la gente común y aprender a descubrir ese filón de oro mezclado con materiales menos nobles. 

 

Viviremos este 2019 un Adviento en tiempos violentos, en tiempos oscuros y confusos. 

Viviremos un Adviento allí donde más necesaria es la Luz.

Adviento es confianza: los cielos no están cerrados y nuestro Dios no abandona la obra de sus manos: “El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz brillar sobre ellos” (Is. 9, 2).

 

Adviento es un tiempo que nos invita a confiar en el otro, como José. Y a defender la vida como él, la vida de María y del niño por nacer, la de todos pues son nuestros hermanos. 

 

El Adviento nos mueve a salir y a encontrarnos con otros, como corrió María hacia Isabel, quizá para ayudarla, pero quizá también para confirmar su intuición y afirmar su “sí” de dar a luz la Luz del mundo. 

 

La liturgia de Adviento nos invita a estar preparados, que no sentados ni inmóviles, sino atentos, vigilantes, disponibles, creativos para construir puentes allí donde se abren -u otros abren en función de intereses mezquinos- grietas que dividen personas, grupos, pueblos.

 

Un nuevo Adviento nos invita a convertirnos, a descentrarnos, a atender y estar vigilantes, dispuestos a responder a los clamores de nuestros pueblos, así como a escuchar las nuevas necesidades y expresiones culturales del presente.

 

En tiempos tan conflictivos nuestro aporte como cristianos en una sociedad plural puede ser confiar, y no sólo en las personas concretas sino también confiar en las instituciones y en la política como caminos a transitar democráticamente para resolver los problemas económicos, sociales…

 

Mientras unos se empeñan en amenazar y arrasar, no nos dejemos zarandear por esos vientos de odio; nos toca defender, cuidar la vida más frágil y no dejar que se apague la llama vacilante, nos toca como cristianos salir al encuentro, dejarnos encontrar, pacificar, reconciliar, desde la humildad y la autocrítica. 

 

También Adviento es tiempo de agradecer la fe y la esperanza que nos mueve a más amar y a volver a intentar cultivar rosas blancas para ofrecerlas a todos, y flores de todas clases y colores, para que perfumen y coloreen la vida.

 

Cultivar flores –gestos, actitudes, palabras de aliento- y ofrecerlas para que hagan realmente digna la vida de todos, quizá eso es lo que podamos ofrecer en la próxima fiesta de Navidad, como los pastores sus humildes dones al niño envuelto en pañales. 

 

 

Cultivar en este Adviento la esperanza, esa pequeña niña, la hermanita más frágil al decir de Peguy, pero profundamente humana. Ella nos lleva a caminar y tender puentes.

 

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