El reinado de Dios y los dolores de parto de la historia

01 de Noviembre de 2019

[Por: Rosa Ramos]




Luz… 

Cuando mis lágrimas te alcancen 

la función de mis ojos… 

ya no será llorar… 

sino ver…

León Felipe

 

En El poeta prometeico, León Felipe soñaba con la luz y con dejar de llorar. Cambiaría entonces la función de sus ojos. Y lo escribía así, entrecortado, con puntos suspensivos, como dando tiempo a las lágrimas y también al sueño de la luz. Eso, querido poeta, seguimos hoy soñando los pueblos, tanta gente de buena voluntad que navega entre lágrimas.

 

Al igual que en la entrega anterior nos encontramos como atontados por tantos golpes. Hace quince días nos dolía Ecuador, luego siguió Chile, aún siguen los enfrentamientos y quedan sin duda las lágrimas anegando los ojos de los que perdieron en esos países violentamente a sus hijos, hermanos, compañeros… pero también los noticieros dan cuenta de semejantes dolores que ojalá sean de parto en otras geografías en Oriente y Occidente.

 

Estamos en una encrucijada, o damos un salto cualitativo como civilización o estamos alimentando “El huevo de la serpiente”, título de aquella dura película que revelaba el clima previo a la segunda guerra mundial.

 

Se hace necesario sentipensar esta encrucijada difícil, buscar luces para salir de ella creciendo, aquí me refiero a luces de la inteligencia, de la sensatez, así como a ampliar la mirada y el corazón para que el egoísmo no nos devore y pensemos en soluciones para las inmensas mayorías y no con las miras estrechas, mezquinas, de los propios intereses inmediatos.

 

Por otra parte, creo que también es tiempo de “letra pequeña”, al decir de González Buelta, de cercanías, de cultivo de relaciones cara a cara, de otros estilos de vida que nos exijan “hilar y tejer” como decía Walter Benjamin, “perder el tiempo” en un abrazo, recrear la mirada en lo bello y gratuito, de entrega generosa a actividades sin rédito.

 

¿Es tiempo de bilocación entonces? Sí, creo que sí.

Por una parte no podemos tardar en buscar salidas políticas, sociales, globales, ecológicas, que sean evolutivas, para arriba, eso que llamo salto cualitativo como especie. Es un deber ético salvar la especie humana: no podemos destrozarnos unos a otros en enfrentamientos “de limpieza” que recuerdan las pestes o las cruzadas medievales. 

 

Necesitamos comprender las diferencias y abrirnos a la alteridad, como dice Bruno Forte en A la escucha del otro:

 

“… el pensamiento que se mantenga dentro de un horizonte de identidad, está condenado a repetirse a sí mismo; tan solo un pensamiento abierto al asombro, a la maravilla, a la sorpresa de las confrontaciones de la alteridad  es fecundo especulativamente  y en la praxis.”

 

Por otra parte, considero que es tiempo también de cultivar “la letra pequeña”, o si prefieren la escuela de Nazaret que le permitió encarnarse a Dios en Jesús a lo largo de treinta años. 

 

Volver a prestar atención a lo que hacemos, cómo lo hacemos, con quién y para quién. De hecho eso ocurre a diario multiplicado por miles, millones, en cada hora en todas partes… una madre o a un padre perdiéndose en la mirada y la sonrisa de su bebé; tíos y abuelos inclinándose para sostener ese dedito del que pende para caminar un pequeño o pequeña y así recorrer patios o veredas… descubriendo tanto con sus ojos nuevos. 

 

Eso ocurre cuando un profesional prepara responsablemente y puntualmente su trabajo, cuando muchos jóvenes caminan kilómetros para ir a estudiar… Cuando los artistas y bailarines hacen horas de ejercicio invisible para estar luego una hora en escena y brindar un excelente espectáculo. Cuando alguien dedica tiempo a cocinar para otros, o a bordar o a tejer en vez de pasar horas ávidas y estériles espiando vidas ajenas en las redes o diversas pantallas. 

 

Es necesario cambiar el ritmo de nuestros movimientos. Reaprender el aroma del tiempo, remansar la mirada…

 

Eso ocurre hoy jueves cuando en Salvador de Bahía están 50 o 100 personas celebrando juntas y compartiendo la sopa que unos cuantos y a lo largo de varias horas prepararon. Allí un puñado de hombres y mujeres salvados cantan, cuentan sus historias, plantan su huerta, rezan y se dan la paz no en forma automática, sino como sabedores de lo que es su ausencia y su presencia.

 

Sin duda hay quienes cultivan lo macro y otros lo micro. El desafío quizá está en la bilocación, o el cuidado de ambos locus.

 

Se trata de poder pensar lo macro, poder delinear grandes estrategias para el planeta y para los pueblos, y, a la vez, poder permanecer en lo cotidiano encontrando allí también sentido en lo nimio, en lo gratuito. 

 

“Es el tiempo que dedicas a tu rosa, lo que hace que tu rosa sea importante”, como le enseñó el Zorro al Principito. Una vieja canción decía “en cinco minutos la vida es eterna”, sí, se hace necesario reaprender la eternidad del instante, de ese que no es intercambiable por otro porque es vacío, sino porque es único y valiosísimo. 

 

Aprender la urgencia de la encrucijada de esta hora y aprender el valor de lo pequeño. Algo de eso ocurrió en el Sínodo Panamazónico, era un tiempo de urgencia, de inteligencia, de coordinación, entre los que estaban en la Asamblea y también los teólogos que aportaban. Y simultáneamente fue un tiempo de símbolos, de cantos, de colores, de celebraciones en que los pueblos mostraban al Papa, a los obispos, y al mundo su existencia y sus valores.

 

Podemos aprenderlo, intentar aprenderlo, para que la hora del llanto pase y la función de los ojos ya no sea llorar sino ver, como soñaba León Felipe y muchos seguimos soñando con él. 

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