¿Y la cotidianidad y la santidad en la Amazonía?

20 de Setiembre de 2019

[Por: Rosa Ramos]




“Al principio pensé que luchaba por salvar los árboles del caucho. 

Más tarde pensé que lo hacía por salvar la selva amazónica. 

Ahora sé que estoy luchando para salvar la humanidad”

Chico Méndes (1944-1988)

 

Amerindia ha sido fiel desde sus orígenes a los signos de los tiempos, y ahora también quiere serlo a “los signos de los territorios”, una nueva expresión que aparece, 50 años después del Concilio Vaticano II, en el Instrumentum Laboris para el Sínodo Panamazónico y que tal vez tardemos en comprender y actuar en consecuencia otros tantos años. Pero esta Asamblea sinodal especial con foco en la Amazonía nos convoca a renovar esa fidelidad atendiendo a la realidad.

 

Es así que nos venimos preparando e involucrando desde hace tiempo, con encuentros de Teólogos, con la publicación de un libro y muchos artículos en la página web, con reuniones en los grupos nacionales, etc.  También Amerindia estará en Roma durante la Asamblea con un grupo de apoyo al para hacer de nexo con los obispos, auditores y peritos allí presentes. 

 

En este blog en entregas anteriores hemos atendido a la ciudad y la cotidianidad, de pronto surgió la pregunta por una cotidianidad y santidad de las comunidades de la Amazonía, a las que apenas conocemos de oídas, de lecturas y de algún pasaje furtivo. 

 

Quizá lo primero a plantear es que la cotidianidad de los pueblos de la Amazonía no es homogénea, de los 35 millones de habitantes (distribuidos en 9 países del continente), 3 millones son indígenas, de distintas etnias o pueblos, con sus propias lenguas, historias y culturas, muchas de ellas en sincretismo con las occidentales, otras voluntariamente aisladas. 

 

Quienes no formamos parte de ese bioma, riquísimo y en peligro, vemos a esos pueblos originarios como detrás de una bruma, de ahí que no llegamos distinguir las singularidades de cada uno. Percibimos desde esa especie de bruma que es nuestro pobre imaginario -ingenuo algunas veces, prejuicioso otras-. 

 

A sabiendas de los grandes límites, me arriesgo a balbucear. Algo sí sabemos de estos pueblos originarios: su filosofía de vida o cosmovisión es el buen vivir. 

 

Implica una espiritualidad de conexión, todo está ligado, interconectado en la casa común, como dice una bella canción: la tierra, el agua, la selva, la vida de todos los seres vivos y entre ellos la especie humana, sabiéndose parte y deudora de todos los demás, corresponsable del equilibrio con la naturaleza y las relaciones entre ese todo.

 

Dice uno de los líderes indígenas “…todos somos ‘uywas’, criados de la naturaleza y del cosmos, donde todos somos parte de la naturaleza y no hay nada separado, donde el viento, las estrellas, las plantas, la piedra, el rocío, los cerros, las aves, el puma, son nuestros hermanos, donde la tierra es la vida misma y el hogar de todos los seres vivos”.

 

Parten de la observación de la naturaleza, allí es claro que el árbol no vive para sí mismo, ni el insecto, ni la abeja, ni la hormiga, ni las montañas... sino todo vive en relación y donación a otro, en complementariedad, en reciprocidad permanente, a eso llaman “ayni”.

 

Para la sabiduría indígena cada ser es valioso, pero siempre en relación, nunca separado, el mismo concepto de persona incluye la relación, la comunidad. De esta concepción se desprende la ética y la economía de la solidaridad, donde no se comprende el acumular, el guardar, el retener para sí, ni es admisible la carencia. Se trata de una economía-ética de la reciprocidad y el equilibrio donde se comparten los bienes generosa y austeramente a la vez. 

 

Gratuidad y reciprocidad, diversidad y complemetareidad son aspectos claves del buen vivir. Viven agradecidos por los dones de la tierra, tomando de ella lo necesario, el trabajo y el descanso son armónicos, respetando ciclos naturales, de ahí que sus tiempos sean más sosegados que los occidentales y mayor la paciencia. 

 

Se trata de otra cotidianidad, dentro de la pluralidad en este planeta. Quizá culturalmente, no topográficamente, más parecida a la de Jesús en Nazaret. Sea por la forma de relacionarse, por el modo de trabajar y la mutua dependencia, pero también porque son pueblos muy religiosos, como lo era el de Israel de tiempos de Jesús.

 

Trabajo, culto y fiesta son inseparables en las culturas indígenas, lo sagrado está siempre presente, la vida toda es sagrada, la tierra, el agua, la selva, por eso todo acto implica culto, rito, bailes, cantos, fiestas. Al igual que nacer y morir, alimentarse… 

 

La vida cotidiana tendrá sus rutinas, como la tiene la nuestra, a la que apuntamos en la entrega anterior. Desde nuestra cultura sus rutinas nos parecen más duras y más monótonas que las nuestras, pero seguramente es sólo la distancia cultural la que nos hace pensar eso. Ellos y ellas también buscarán el modo de significar o resignificar las rutinas, aunque quizá las vivan como algo más “natural”. 

 

Por lo que decíamos antes, quizá la significación esté a la mano en un mundo donde todo es sagrado, donde son importantes las narraciones que pasan de generación en generación, a diferencia de nuestro mundo desacralizado y desnarrativizado, al decir de Chul Han.

 

En esa su cotidianidad y en la procura del buen vivir, es que viven lo que podemos llamar santidad. Entregándose al presente, fieles en lo posible al pasado e intentando un futuro, que, desde la ambición de otros, está amenazado. Hemos visto arder, cruelmente, impunemente, ese tesoro de vida y diversidad. Realmente es un pecado que clama al cielo!

 

Proféticamente el Concilio Vaticano II planteó hace tantos años: “Nuestra época, mucho más que los siglos pasados, tiene necesidad de la sabiduría para humanizar todos los descubrimientos que el hombre va haciendo. Está en peligro el destino futuro del mundo si no se logra preparar hombres dotados de mayor sabiduría. Y nótese a este propósito que muchas naciones, más pobres, ciertamente, que otras en recursos económicos, pero más ricas en esta sabiduría, pueden ofrecer a las demás un servicio incalculable.” (GS 15)

 

No podemos idealizar ni desprestigiar la cotidianidad y los saberes de los pueblos originarios. Además es probable que pocas culturas vivan al margen de otras culturas, predominando entonces el sincretismo cultural, al que se suma que el mundo digital está presente en la Amazonía y muchos están conectados, para bien y para mal.

 

Chico Méndes y tantos otros empezaron luchando por algo pequeño, fueron comprendiendo luego que su lucha era por la humanidad. Hoy sus voces suenan en otras voces y serán escuchadas en Roma.

 

Porque estamos en esta difícil encrucijada y porque tenemos en este tiempo el kairós del Sínodo Panamazónico, es que la escucha y el diálogo de culturas y espiritualidades es imprescindible

 

 

Foto: https://www.alainet.org/es/articulo/201938 

 

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