La ciudad y la cotidianidad: lugares teológicos (3)

06 de Setiembre de 2019

[Por: Rosa Ramos]




“…Mi ciudad me abraza suavemente
me retiene su gente
mis amigos y vos…”

Gastón Ciarlo

 

Cerramos esta sobre la ciudad y la cotidianidad como lugares teológicos, afirmando que “la vida cotidiana es una de las cumbres de la santidad, vale decir de vida plena y feliz. Quizá la más accesible a la mayoría de la humanidad, por eso es una muy buena noticia. Aunque como toda cumbre requiere atención a los obstáculos y disposición a caminar. 

 

Para esta cumbre quizá el gran escollo a superar, resignificándolo, es ese hastío que Antonio Machado dejó inmortalizado: “… Del reloj arrinconado/ que en la penumbra clarea,/ el tic-tac acompasado/ odiosamente golpea./ Dice la monotonía/ del agua clara al caer: un día es como otro día;/ hoy es lo mismo que ayer…” Conste que habla de agua clara, no oscura o turbia (como una vida en la miseria, o conviviendo con una persona enferma o violenta), sin embargo el hastío está dado por la repetición y aunque el reloj esté arrinconado, no a la vista, no deja de marcar el tic-tac odioso, dice el poeta.

 

Hace unos cuantos años escribí que la vida cotidiana es la tumba de los cracks”. Me refería a que muchas veces somos capaces de asumir grandes riesgos o responder en situaciones críticas, pero nos agobia la rutina, ese discurrir de días y noches muy semejantes. Entonces nos hundimos, no necesariamente en una tumba o en una depresión severa, sino en una desidia, agobio, o una insatisfacción que raya en la nausea.

 

Esa cumbre de la santidad/felicidad supone la opción de resignificar la cotidianidad cuando tiende a apagar su llama. La vida del adulto suele ser repetitiva… Cansa, a veces embota. 

 

Vivir la vida cotidiana como una de las cumbres de la santidad, es un don, algunas personas lo atestiguan, dando gracias por ese modo de vida sencillo, donde todo es acogido como una maravilla: la familia, el trabajo, la casa, la cocina, los encuentros cotidianos, salpicados de algunas notas diferentes como los nacimientos, los cumpleaños y las enfermedades o pérdidas. Notas que saben insertar con sabiduría en la trama de la cotidianidad.

 

Hace unos años Silvia se mudó de un apartamento a una casa con un pequeño patio trasero. Trabajos, estudio y el desafío -junto a su esposo- de atender a tres hijos pequeños, disfrutaba todo eso al máximo, pero me asombró el día que a conocer su nuevo hogar diciéndome: “me hace tan feliz ver flamear con el viento las sábanas tendidas en el patio.

 

El mismo asombro que me provoca Carlos, con 73 años, trabajando todos los días en su taller de carpintería. Se cansa más, no tiene ganas de pasear y lee menos que antes -leía un libro por día- pero no concibe la vida sin trabajar, leer, o sin la cotidianidad de la familia y la política.

 

Así como el asombro ante la cotidianidad de esas religiosas que eligieron vivir en las periferias, en un asentamiento muy pobre, y allí la capilla y su casa -que no sobresale de las otras en el aspecto exterior, sino acaso por el cuidado interior, por ciertos detalles- están siempre abiertas para pasar, entrar, tomar unos mates o rezar. La vida cotidiana de estas monjas es signo tan discreto  como tangible de un Dios comunidad y de la familia humana que estamos llamados a ser.

 

Otros amigos dedican los fines de semana a cultivar el silencio, no lejos de la ciudad, así como árboles y flores, disfrutando cada poda y cada brote, o de entrar cansados al atardecer a leer junto a la estufa o mirar juntos una película y comentarla. “No todos podemos tener vidas ‘emocionantes’, pero sí buenas y útiles.” Se refieren a que todos dan lo mejor de sí.

 

En tiempos sapienciales descubrimos contemplando la vida cotidiana de tanta gente común, que no cambiarán el mundo las grandes decisiones en eventos y centros de poder, sino que el cambio se gesta ya allí, en esos hogares y comunidades, en nuevas relaciones, entrega y testimonio en servicios a veces muy humildes y silenciosos, pero conscientes y generosos.

La rutina debe ser habitada por una luz que le dé significado, y es necesario cuidar esa luz como un antiguo farolero. Recordarán el relato en que a la pregunta: “¿qué haces?”, a varios obreros realizando la misma tarea, surgen varias respuestas. Recojo dos bien distintas: uno dice “¿Acaso no lo ve? ¡Pico piedras!”, otro: “¿Acaso no lo ve? ¡Construyo una hermosa catedral!”. La misma tediosa y dura tarea para uno suponía sólo trabajo y sufrimiento, para otro tenía un significado que la alivianaba y embellecía. ¡Como ver ondear las sábanas!

 

Los niños corren, juegan, ríen, lloran, se cansan. Los ancianos caminan apoyándose en bastones, o ya no caminan, también se cansan -hasta de vivir-, a veces sonríen, a veces lloran. Otro tanto ocurre en nuestros ambientes cotidianos, trabajos, rentados o no, parroquias, etc. Siempre lo mismo. ¡No!, si estamos atentos veremos que no es siempre igual, que hay brillos o sombras nuevas en las miradas, una palabra o un gesto distinto… Existe novedad en lo diario. 

 

Al Papa Francisco parece que le encanta la santidad de la vida cotidiana, en la exhortación Gaudete et Exsultate, precisamente nos anima a prestar atención a “la santidad del vecino de la puerta de al lado”, con una de sus expresiones tan coloquiales que pueden ser entendidas por todos, aunque también inquieten a algunos.

 

Descubrir que la vida cotidiana es una de las cumbres de la santidad es buena noticia para la gente común, incomprendida, no valorada en la cultura actual del éxito y del espectáculo. Para apreciarla se requiere enlentecer el ritmo y educar la mirada para captar otros valores. 

 

Quizá entonces se pueda decir “la vida es bella”, desde la actitud contemplativa para acoger lo que está ahí, ya sea lo que permanece o lo sutil como el aletear sin ruido de una mariposa.

 

 

Imagen: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSn5VxduwwoqTSbrBmQZwy6uAk-Xgfgu86aquz0aou7ddeIQb5dnQ

 

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.