La ciudad y la cotidianidad: lugares teológicos (1)

09 de Agosto de 2019

[Por: Rosa Ramos]




Gente común, maravillosamente común. 
Distinta a todos, igual, a todos los demás

Gente común… 

Hay una historia escondida, perdida en la esquina, 

que el viento me trajo a la orilla de la función.

Murga Agarrate Catalina

 

Admiro a la gente común, me maravillan sus historias; la peripecia humana que se juega en cada esquina, cada cuadra, cada barrio… multiplicada por millones en las ciudades y países que conozco y en los más remotos que jamás verán mis ojos.

 

Para muchos el mar o la montaña son lugares que invitan a la contemplación, y lo son también para mí, pero sobre todo lo es la ciudad. 

 

Encuentro en esa contemplación de la ciudad y su gente común, el paso y la Presencia de Dios, por eso las calles habitadas y la cotidianidad que vivo, acompaño, o apenas vislumbro, son para mí lugares teológicos privilegiadosLos otros y sus historias mínimas son para mí la zarza que arde y no se consume, que me atrae siempre más.

 

Me gusta contemplar el movimiento de la ciudad cuando aún está oscuro, el trajín de mujeres y varones que se bajan rápido de una unidad del transporte colectivo y corren para tomar otra y llegar así a sus trabajos, sigo con la vista a los que se desplazan en bicicleta y a la fila de luces de los coches por las avenidas. 

 

Esa muchedumbre anónima no es de sombras, sino de personas iguales y distintas a mí, iguales y distintas a mis seres más entrañables -anónimos para ellas-.

 

Me pregunto por sus historias, por sus hogares, calculo a qué hora se levantaron y salieron de sus casas, a qué hora volverán y cuán cansados, si regresan a jugar con sus hijos o a pegarles con la violencia de sus frustraciones, o a seguir trabajando en otras actividades. Me pregunto por su salud o enfermedad, por su sueldo y necesidades.

 

Las vidas humanas son frágiles y efímeras. ¿Qué temores y qué sueños habitan, hacen nido en cada vida?,  ¿qué huella, qué memoria dejan poco o mucho tiempo en otros? 

 

Cuando estoy en un lugar público miro los rostros de todos los que me cruzo, rostros de distintas edades, colores, grupos sociales; me ejercito en escudriñar en sus arrugas, risas, gestos y miradas, las huellas de lo que viven, sufren, aman y sueñan. 

 

¿Tendrán tiempo de contemplar su propia vida, agradecerla o cuestionarse por el sentido de sus corridas diarias? Si se cruzan nuestras miradas sonrío a esos rostros anónimos, como queriéndolos animar diciendo: “no sé quién eres, no sé cuál es tu historia, pero me importa, tu vida es única y vale, le importas a Otro…

La mirada, la sonrisa o el ceño fruncido de los otros me dice mucho, es portadora de una Palabra de Dios que me conmueve y anima, o me interpela y provoca. 

 

A través de las miradas, las palabras y gestos, sea mínimos, o máximos de cuidado y generosidad, somos los unos para los otros mensajeros de Dios, de su voluntad buena, de su bendición.

 

La vida cotidiana, esos ires y venires un día y otro día a los mismos sitios, esos afanes tantas veces rutinarios, constituyen al decir de Edgard Morin “la prosa de la vida”por ser parejos como un texto de libro o una página de PC justificada. La prosa es a veces salpicada por el aire de la poesía, por días diferentes y esperados, como una boda o un nacimiento, pero mirada en su conjunto la vida humana es prosa o letra pequeña–título de un libro de González Buelta justamente sobre la cotidianidad-.

 

La vida de Jesús fue 30 años de prosa casi ininterrumpida, por eso casi nada sabemos de ella. La tradición habla de “vida oculta”, que no fue oculta como tan bien desarrolla en su tesis de Licenciatura Margarita Saldaña, recogida en el libro Rutina habitada. La vida de Jesús en Nazaret no fue para nada oculta, todos conocían y veían a diario  al carpintero de Nazaret y conocían a su familia. Lo suyo fue cotidianidad, trabajo, prosa.

 

Dios se tomó en serio el tiempo humano, habitó en Jesús toda circunstancia y todos los tiempos, también esos inaparentes, grisesmonótonos, de estaciones que se repiten, de un día y otro día con su aridez, con las mismas dificultades a enfrentar, el mismo paisaje y las mismas familias de vecinos… así durante treinta años!


En Nazaret se encarnó Dios, asumiendo la humanidad en su cotidianidad, de ahí que, como dice Margarita, desde esa rutina Dios salva a todos los insignificantes, a los perdedores, porque en Jesús se identifica y asume también a los últimos, a aquellos que ayer y hoy jamás salen de un pueblo o de condiciones de vida pobres, limitadas… 

 

Comparto esta teología, intuitivamente la conocía antes de leer la tesis de Margarita Saldaña hace 5 años, y por eso mi empeño de contemplar y escudriñar el paso de Dios por la historia (como señalé en mi presentación al iniciar con este blog hace 2 años); en ese vuelo libre del Espíritu, ya sea en las calles, rostros o historias de resiliencia de tantas personas, como en las poesías de los escritores agnósticos o ateos.

 

Margarita, una mujer llena de luz y entusiasmo ha vuelto a Montevideo, aquí vivió 5 años, a presentar dos libros muy accesibles para todos fruto de su experiencia de Dios en la historia, en la cuidad, ahora París: Cuidar yTierra de Dios

 

En Tierra de Dios, dice Margarita Saldaña“Creer en la encarnación significa ponerse en marcha cada mañana para escrutar las huellas de Dios en nuestra tierra… No se trata, pues, de reducir nuestra búsqueda a tiempos privados o a espacios sagrados, sino de lanzarnos a descubrirlo en los pliegues de este mundo complejo y ambiguo que habitamos, y que Dios ha amado de tal manera que le ha dado a su Hijo único para comunicarle la vida en plenitud.”

 

Es hermoso y confirmador saber que otros también son contemplativos de la acción de Dios en la letra pequeña, en la prosa o en la rutina habitada.

 

Imagen: https://m.eldiario.es/clm/Gente-calle_EDIIMA20160504_0123_18.jpg

 

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