28 de Julio de 2019
[Por: Pablo Richard]
Nota: esta entrada en el blog no pretende ser la última palabra, sino solo para abrir una reflexión.
La ordenación ministerial de la mujer como presbítera y su definición de género como mujer, tienen un mismo fundamento. Toda elección para presbítero, hombre o mujer, debe tener el apoyo de una Iglesia que está en sintonía con la reforma de la Iglesia, la tradición del Concilio Vaticano II y la reforma de la Iglesia propuesta por el papa Francisco. No tiene sentido ordenar presbíteras y presbíteros a quiénes están en contra de la reforma actual de la Iglesia católica.
Nos dice Pablo Apóstol: “Los que se han sido bautizados en Cristo se han revestidos de Cristo, de modo que no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo” (Gálatas 3,27-29). “Han roto con Cristo todos los que no buscan la justicia en el cumplimiento de la ley. Han caído en desgracia. Nosotros, esperamos la justicia por medio del Espíritu y de la fe” (Gálatas 5, 4-5). Una Iglesia que busca la perfección en la ley nunca aceptará la ordenación de la mujer como presbítera.
Un nuevo modelo de Iglesia que integra a la mujer en sus estructuras, será siempre crítica de la ley y de las estructuras que excluyen a la mujer. Esta búsqueda se hizo inicialmente efectiva en una nueva manera de hacer teología (laTeología de la Liberación), una nueva manera de ser Iglesia (las Comunidades Eclesiales de Base) y una nueva manera de interpretar la Biblia (la Lectura comunitaria de la Biblia) y una nueva manera de celebrar la liturgia al margen de las rúbricas que impone la ley. La integración de la mujer en la estructura sacramental de la Iglesia católica tendrá que superar la ley de la Iglesia del pasado, que perdura todavía y que incluye solo a hombres en su jerarquía.
La Iglesia católica es la institución religiosa más antigua y poderosa, donde toda su estructura jerárquica son exclusivamente varones. Es la estructura masculina más exitosa e indestructible en toda la historia. El Papa en Roma, el Obispo en su diócesis y el Párroco en su parroquia, como exclusivo de varones, es el poder sagrado masculino más poderoso en la Iglesia. Hubo cánones, estructuras y dogmas que dio vida a esta perversión masculina. Si no se integra a la mujer como presbitera en la Iglesia, nunca será posible una reforma de la Iglesia.
La ordenación de la mujer como presbítera tiene su fundamento en un nuevo modelo de Iglesia y en el derecho de la mujer, como mujer, de ser parte de la estructura ministerial de la Iglesia. Esto no será fácil, por eso la renovación tendrá que tener un acompañamiento teológico, bíblico y pastoral de toda la Iglesia, y también de la sociedad civil.
Una realidad histórica, como ejemplo, es la Iglesia de Pablo Apóstol en Roma:
“Les recomiendo a Febe Diaconisa de la Iglesia de Cencreas.
Saluden a Prisca y Aquila, colabores míos en Cristo Jesús,
y a la iglesia que se reúne su casa. Saluden a María que se ha afanado por ustedes.
Saluden a Andrónico y Junia, ilustres entre los apóstoles.
Saluden a Trifena y Trifosa que se han fatigado en el servicio al Señor.
Saluden a la amada Pérside que trabajó mucho en el servicio de Señor.
Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana”
Pablo escribe su carta a los romanos desde Corintios (invierno 55 – 56), rumbo a Roma pasando por Jerusalén. Pablo escribe a los que han trabajado con él y que posiblemente ya están en Roma. También recomienda a la Diaconisa Febe que es la que lleva la carta Roma. Entre los colabores de Pablo hay seis mujeres, todas con una carisma ministerial. Pablo se refiere a ellas como “colaboras”, “ilustres entre los apóstoles”, todas que se han “afanado y fatigado sirviendo al Señor” (Rom 16,1-16).
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