Elogio de la Ternura (3)

27 de Junio de 2019

[Por: Rosa Ramos]




Vivo en lado pequeñamente humano de la vida. 

Vivo en el lado sagradamente humano de la vida

Vivo en el lado manso de la vida, 

le creo solamente a los pacíficos, 

por eso me avergüenzan mis violencias, 

quiero a mi corazón quieto en su nido. 

Eduardo Meana

 

Este ciclo llega a su fin con esta tercera entrega, aunque el tema de la ternura seguirá siempre pendiente hasta el fin de los tiempos en que la ternura de Dios sea todo en todos. Una utopía a no abandonar para que ella, la ternura, sea el horizonte que nos oriente y anime a caminar.

 

Camino largo que tiene mucho de interior, de desaprender, de desandar y de desarmar. Un camino de conciencia de las propias estructuras psicológicas de defensa y violencia: “por eso me avergüenzan mis violencias”, dice la canción de Meana, y suscribo. 

 

Camino largo que no es sólo interior, sino que implica desaprender y desarmar las estructuras sociales de pecado. El sistema en que vivimos es violento y genera ataques a los otros, pero también a nosotros mismos, que nos explotamos y enfermamos. 

 

La violencia es sistémica, inherente al sistema mundo que hemos construido y que conduce a la destrucción de la vida en todas sus formas, también humana y del planeta. Hay tantas formas de esa violencia sistémica: el hambre, la falta de oportunidades, la esclavitud encubierta -o ya ni siquiera-, la desigualdad vergonzante… Sólo que estas violencias se niegan, en tanto los noticieros venden, ganan y se regodean en otras, con lo cual estimulan el odio, la división, la intolerancia, reforzando el bucle de violencia.

 

El sistema hegemónico construye subjetividades competitivas, acaparadoras, consumistas, devoradoras, en suma construye subjetividades bajo el signo de la violencia, no de la ternura.

 

Es necesario salir del pensamiento único, como dice Bruno Forte en A la escucha del otro: “el pensamiento que se mantenga dentro de un horizonte de identidad, está condenado a repetirse a sí mismo; tan sólo un pensamiento abierto al asombro, a la maravilla, al a sorpresa de las confrontaciones de la alteridad es fecundo especulativamente y en la praxis.”  

 

Paciente trabajo interior y arduo trabajo con otros para desarmar violencias. Pero solos no podemos, creemos en la promesa: “Yo les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo, quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez.36, 26). Nos anima también la afirmación confiada de Silvio Rodríguez en El reparador de sueños: “Siempre llega el enanito con sus herramientas de aflojar odios y apretar amores”

 

Habrá que disponerse al don, acogerlo, remangarse y ponerse el delantal. En esta única historia –la de salvación no es paralela y ajena– la obra es de Dios y nuestra, somos albañiles y mecánicos del Reino. Ese Reino de ternuras inaugurado por Jesús en Galilea.

 

Carlo Rocchetta en su Teología de la ternura, un “evangelio” por descubrir, evidencia esa unidad de labor humano-divina: 

 

“La ternura es  un valor que asume la densidad concreta de nuestro ser, pero que se realiza por completo sólo como experiencia espiritual y acontecimiento de gracia: el contenido humano, la dimensión espiritual y la gracia son efectivamente un único conjunto dentro del contexto de una comprensión integral del sentimiento de la ternura en clave cristiana…”

 

La ternura asume la densidad concreta de nuestro ser, o no sería humana. Eso supone asumir las gravedades –pesos e hipotecas- de nuestro pasado personal y colectivo, hasta de nuestro inconsciente, que fácilmente inclinan la balanza hacia la violencia, a causa de las heridas recibidas y nunca bien curadas. Atentos a la gravedad, procuramos conscientemente elevarnos livianos o dejarnos elevar, por las ataduras del amor, abriéndonos a la inefable Ternura de Dios que se hizo carne en Jesús: “mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 30). 

 

Afirma el teólogo italiano: La ternura es fuerza, señal de madurez y vigor interior y brota en un corazón libre, capaz de ofrecer y recibir amor… La ternura se realiza como opción y estilo de vida en orden a una plena madurez humano-cristiana y como su signo manifestativo”.

 

Subrayo que es opción y estilo de vida que conduce a la plenitud. Pero que psicológicamente es una opción muy difícil y contracultural. Hacerla estilo de vida cotidiano es un gran desafío. Necesitamos “tiernizar” en mutuo y paciente ejercicio el corazón de carne; nos lleva la vida.

 

Quizá la plenitud humana -felicidad auténtica, santidad- consista en ejercitar y mantener las ternuras conquistadas contra tantas crispaciones y rispideces que son secuelas de muchas batallas propias e históricas. La mayoría de esas batallas crispan por perdidas, pero a veces también las pocas batallas ganadas endurecen de ego el corazón y lo petrifican.

 

¡Cuidar las ternuras conquistadas! Algunos lo han logrado y son referentes claves: Gandhi y Luther King en el siglo pasado, quizá sean las figuras paradigmáticas en este sentido. 

 

Pero invito a mirar y encontrar más cerca mujeres y varones que anónimamente alumbran sin encandilar con sus ternuras acrisoladas. Están allí, aquí, en cada barrio, cuidad o poblado. Muchas veces tienen rostros arrugados y sin maquillar; dedos y manos torcidos por la artrosis, pero prontas a curar y acariciar; pasos lentos, pero no faltan a las citas de la vida; ojos dulces que remansan a los que andamos agitados y nos zarandean aún muchas violencias.

 

Vuelvo a citar a Roccheta, dice de la ternura que es  

 

“Un valor capaz de renovar la humanidad y el mundo, no con el poder de los medios económicos o de los instrumentos de la propaganda y del dominio, sino con la fuerza del amor humilde en la misma medida en que se convierte en decisión consciente, activa y creativa del amor y de no-violencia y se transforma en una vivencia histórica de solidaridad amigable y de servicio gratuito…”

 

La ternura tiene la fuerza del amor humilde, vaya afirmación que parece contradictoria. Sin embargo es ni más ni menos que lo que revela Jesús: el poder de Dios es del amor humilde, que no se impone, no avasalla, pero que es activo y creativo, tan sobreabundante que descoloca y desarma a quienes se dejan tocar por ese amor… Revela Jesús en su kenosis de cada día “la humildad de Dios”, que elige el lado pequeñamente humano de la vida, y desde allí se hace solidario y amigo, hermano mayor en este proceso de humanización.

 

Es difícil poner punto al tema de la ternura, hay tanto para decir y decirme... Meditemos esta canción de Eduardo Meana, que da para un retiro sobre opciones de vida desde la ternura.

 

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