Elogio de la Ternura (2)

14 de Junio de 2019

[Por: Rosa Ramos]




Algún día el poder será dado a la ternura

Rubem Alves

 

Qué bella y sugerente la afirmación del pedagogo brasileño, pero qué extraña y lejana suena, pues el poder suele dominar, poseer, manipular. En tanto la ternura supone delicadeza, exquisito cuidado y respeto, por eso procura las justas distancias y tiempos, para dejar ser al otro. Como decíamos en el número anterior la ternura supone alegrarse con la existencia del otro, con su pura presencia sin querer poseerlo.

 

Otra cita de Rubem Alves permite situarnos y retomar lo ya planteado sobre la ternura. Dice Una criatura durmiendo pide que seamos sólo ojos, cualquier paso, cualquier palabra, cualquier roce puede despertarla. Pero la sonrisa de los ojos es silenciosa, deja la escena intacta. La ternura no desea nada, sólo quiere contemplar la escena.” 

 

Dicho esto, entonces, afirmar que algún día el poder será dado a la ternura es decir que ese día será la Parusía, el tiempo de Dios, de plenitud de la vida toda y del cosmos. 

 

Pero nos interesa el tema de la ternura aquí en este entretiempo en que el poder lo tienen otros: los medios de comunicación que manipulan e instan a la violencia, la economía que induce al hiperconsumo, la sociedad del rendimiento que nos devora el tiempo, la agenda y el hígado. Esos poderes nos seducen generando “entrañas impacientes” al decir de González Buelta, y, ya sabemos que la ansiedad y la voracidad son contrarias a la ternura.

 

Quizá varios hayan leído un libro que circuló bastante hace ya unos cuantos años: El derecho a la ternura de Luis Carlos Restrepo. A lo largo del ensayo subraya el “analfabetismo afectivo” y la necesidad de superarlo, de aprender la ternura, porque tenemos derecho a ella. Coincide con Carlo Roccheta que invita a hombres y mujeres a “asistir a la escuela de la ternura”.

 

Invito a leer o volver a leer el capítulo Agarrar y acariciar, donde justamente contrapone dos modos de relacionarnos. Es necesario agarrar los objetos, un lápiz para escribir, el pincel o el cincel, una herramienta; la posibilidad de construir instrumentos y manipularlos es un paso en la hominización. El peligro está en llevar esa actitud de agarre a las relaciones humanas. 

 

La actitud de agarrar, manipular, poseer, dominar, violentar, cosifica al otro, lo vuelve un objeto en mis manos. Lo opuesto del agarre es la caricia, tal como Restrepo la define: “La caricia es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta… A diferencia del agarre la caricia es una práctica co-gestiva…” Me recuerda el planteo de Heidegger: los objetos están “a la mano”, en tanto que las personas suponen “cuidado”.

 

Agarrar y acariciar son dos formas de relacionarnos no sólo con las manos, también con la mirada, con la voz y el discurso: podemos ser ásperos y duros con la mirada y con las palabras, o  podemos ser dulces, tiernos, acariciar con la mirada o el tono de voz. Dice también Restrepo “La distancia entre la violencia y la ternura radica en la disposición del ser tierno para aceptar al diferente, para aprender de él y respetar su carácter singular…”

 

Otro peligro en las relaciones humanas radica en que es fácil pasar la línea entre acariciar y agarrar, por ejemplo, una madre está cantando tiernamente a su hijo para dormirlo pero si este no se duerme, la madre puede impacientarse e irritarse; en la pareja, incluso en la amistad, se puede pasar del diálogo -caricia- a imponer la voluntad, no respetando al otro, su autonomía o sus  ritmos. Cuidar al otro, ser pacientes y tiernos exige aprendizaje.

 

La ternura expresa los niveles más altos de desarrollo de la corteza cerebral, de humanidad, en tanto supone libertad,  responsabilidad, autotrascendencia y desinterés. Implica también un modo muy elevado de conciencia, porque es capaz de acoger lo que la realidad tiene de singular y único, en frágiles instantes irrepetibles. 

 

Pero, ¿dónde está la ternura? ¿En aquello que la provoca? Solemos exclamar ante ciertas escenas “¡qué ternura!”. ¿O está en los ojos y los sentimientos de quien contempla? ¿O en ambos, o en ese vínculo entre el objeto contemplado y el sujeto que contempla?

Quizá podríamos decir que la ternura es reflejo de lo más profundo y auténtico de las personas que se gozan en el bien que son capaces de ver fuera de ellas mismas.

 

Les propongo ahora atender a  la imagen (arriba) de esa niña concentrada en la masa que con tanto cuidado moldean sus manos, parece que le habla o canta a la masa, hay otros niños a su lado, pero ella está totalmente concentrada en su labor. La foto, tomada tan a tiempo, pudo distraerla o provocar que ella cambiara de actitud, afortunadamente no se enteró. 

 

Observamos la ternura de la niña expresada en sus manos y en su mirada. Sus manos tratan la masa con delicadeza y extremo cuidado, la sostiene con una mano y mantiene la otra abierta para con un solo dedo tocarla, mientras mira ese misterio de plasticidad asombrada y como dialogando con él. Pero a esa ternura de la niña nosotros respondemos también con suma ternura, con una mirada que nos descontrae y nos abuena. Sí, así es.

 

Es efecto de la ternura liberar lo mejor de nosotros mismos y sentir al menos por un instante que “todo es bueno, bello y justo”, y somos parte de esa armonía, de esa unidad. 

 

Nos embelesamos pero no decimos como Fausto “detente, minuto, eres tan bello”, sino que soltamos con paz, tiernamente. Pues retener sería ya violencia, afán de posesión y dominio. La belleza de una mariposa multicolor se goza siguiéndola en su aleteo, viéndola posarse un instante y volar, si avaros la atrapamos la inmovilizamos y desvestimos de sus colores. 

 

La ternura opera el milagro de mirar un fragmento pequeñísimo del universo y experimentar la totalidad, la unidad, belleza y bondad del cosmos y de lo eterno. Atenta al presente puede intuir  sentidos profundos, y asomarse desde el instante a la eternidad en un “sin saber sabiendo” como San Juan de la Cruz. La ternura es puerta a la experiencia mística.

 

La vida y la historia tienen sentido, la ternura lo descubre y lo celebra con gozo y delicadeza. Algunos pueden ponerla en palabras, los poetas. En otros la ternura misma se convierte en lenguaje rico en actos que alimentan la vida y los sueños de amor de la humanidad hasta saciarla.  Estas mujeres y estos varones con miríadas de ternura son los imprescindibles.

 

Un último paso o salto riesgoso: ¿y si miramos la ternura humana desde Dios? Me atrevo a creer que con cada mirada o gesto de ternura de sus creaturas Dios confirma su valoración primera –“…vio Dios que era muy bueno”, y sigue apostando con ilusión a sus hijos: el hambre de pan y el hambre de abrazos se saciarán cuando la justicia y la paz, más temprano que tarde, se abracen tiernamente. Entonces  Dios mismo regalará lo que falte para que ese día el poder sea dado a la ternura. Amén.

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