14 de Junio de 2019
[Por: Víctor Codina, SJ]
Francisco ha convocado para octubre de 2019 un sínodo sobre la Amazonía, sínodo que está lleno de riesgos y oportunidades.
1. Riesgos
La primera dificultad consiste en que mucha gente, tanto de fuera como de dentro de la Iglesia, no sabe qué significa un sínodo, ni sabe qué es la Amazonía, ni ha oído hablar que haya un sínodo sobre la Amazonía.
Sínodo es una reunión de obispos, convocada por el Papa en Roma para tratar algún tema de interés. Ahora el sínodo es: “Amazonía: Nuevos caminos para la Iglesia y la ecología integral”.
La Amazonía: es un amplio territorio de 7 millones y medio de km2,, unos 33 millones de habitantes, de los cuales unos 3 millones son indígenas y afrodescendientes que viven en la selva, a orillas del río Amazonas o en ciudades como Manaos y Leticia. La Amazonía pertenece a 9 países: Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam, Guyana francesa y sobre todo Brasil. Existen más de 380 pueblos o nacionalidades diferentes, además de unos 140 pueblos indígenas en aislamiento voluntario (PIAV); se hablan en territorio amazónico unas 240 lenguas.
Otro riesgo es pensar que se trata de un problema puramente territorial y local que no interesa al resto de la humanidad, cuando la Amazonía es una de las mayores reservas de biodiversidad (de 30 a 50% de la flora y fauna del mundo), de agua dulce y de bosques (30%) del planeta. Es el gran pulmón americano y mundial.
Otro riesgo es desconocer que muchos pueblos de la Amazonía viven bajo la explotación de la minería (ilegal y legal), de multinacionales de la industria petrolera, extracción de madera, monocultivos, megaproyectos hidráulicos, agrotóxicos, etc. que provocan destrucción del hábitat y cambio climático, destruyen la biodiversidad; hay narcotráfico, presencia de grupos armados, agresiones a la cultura e identidad indígena: muchos indígenas han sido expulsados de sus territorios, viven marginados en las periferias de las ciudades, sufren persecuciones y muchos han sido asesinados.
Otro gran riesgo que afronta el Sínodo consiste en que los gobiernos que conceden estos territorios a las multinacionales para grandes ganancias económicas, se sientan amenazados por el sínodo y lancen campañas en contra: “no hay que exagerar lo del cambio climático, hay que fomentar el desarrollo y el progreso, no hay que ser utópicos, ni pretender volver al mundo de la selva y las cavernas, la Iglesia no entiende de ciencia ni de economía”, etc.
Otro riesgo es que con ocasión del sínodo se intensifiquen campañas contra Francisco: comunista y hereje, ingenuo, tercermundista, que antes de aconsejar a otros, comience por reformar la Iglesia manchada por los abusos sexuales.
Otro riesgo es considerar a los pueblos amazónicos únicamente como pobres social y económicamente, sin tener en cuenta la inmensa riqueza de sus lenguas, culturas y espiritualidad, poseedores de una sabiduría milenaria anterior al cristianismo. Son una alternativa al mundo moderno que destruye la tierra y amenaza el futuro de nuestra casa común. No son simplemente pobres, son otros, son diferentes.
Otro riesgo es no reconocer la presencia de la Iglesia en la Amazonía desde hace 500 años que, con sus luces y sus sombras, con el gran trabajo de misioneros, de religiosas y de las mujeres, ha evangelizado y mantiene viva la fe de estos pueblos. Ahora estos pueblos reclaman una superación de toda mentalidad colonial, el surgimiento de una Iglesia con rostro amazónico y un aumento de los ministerios ordenados para poder así atender pastoralmente a poblaciones muy dispersas.
Como el sínodo sin duda tratará de no dejar a las comunidades católicas de la Amazonía perpetuamente sin eucaristía y propondrá nuevas formas de ministros ordenados, hay riesgo de que se provoque una tensión eclesial entre los grupos más tradicionales y los más abiertos a estas nuevas necesidades que buscan, con audacia, nuevos caminos para la Iglesia.
Y existe también el riesgo de que los medios de comunicación desvíen su foco de atención de los temas ecológicos, siempre conflictivos, para concentrarse en la problemática intra-eclesial de la ordenación de varones casados y de los ministerios de las mujeres. (Algo semejante ya sucedió en el sínodo de la familia, cuando los medios se concentraron en la posibilidad de la comunión de los divorciados vueltos a casar, dejando de lado toda la restante problemática familiar).
Existe el riesgo de que en el sínodo no se llegue a integrar lo ecológico con lo eclesial, como si fuesen dos cosas separadas, siendo así que todo está íntimamente conectado y la Iglesia desea la vida integral de las comunidades amazónicas, tanto en su dimensión humana, social, cultural y ambiental como espiritual y eclesial.
Existe el riesgo de no abordar suficientemente el tema de la misión y evangelización, de no profundizar el diálogo intercultural e inter-religioso, de no insistir suficientemente en el anuncio del Reino que Jesús promulgó.
2. Oportunidades
Pero este sínodo es un tiempo propicio para muchas oportunidades no solo eclesiales, sino mundiales. Aunque se celebre en Roma, la amplísima encuesta que se ha hecho a los pueblos amazónicos para escuchar su voz, la presencia de obispos, teólogos y teólogas de la Amazonía, así como también de grupos de hombres y mujeres amazónicos aseguran que la voz de la Amazonía tendrá amplia resonancia.
Este sínodo es una oportunidad para aterrizar la doctrina de Francisco de la encíclica Laudato Si’ en un lugar emblemático y simbólico que manifiesta lo que ocurre en muchos otros territorios del planeta (Congo, Mesoamérica, Paraguay, Asia meridional, etc.), evitando así que la ecología se convierta en una ideología abstracta. La realidad es más importante que la idea.
Es una oportunidad para alertar una vez más a toda la humanidad sobre la gravedad del actual sistema económico y político que genera marginación y muerte de los pueblos pobres y destruye la naturaleza. Y todo esto, a partir de escuchar el clamor de las víctimas de la periferia.
Es una oportunidad para que la Iglesia haga sentir su voz profética y denuncie ante todo el mundo la necesidad de una conversión ecológica, si no queremos dejar un planeta desértico a las nuevas generaciones.
Es una oportunidad para revalorizar la eclesiología de la Iglesia local de un territorio, con ministros autóctonos y una teología india, con audacia para buscar nuevos caminos para una Iglesia con rostro amazónico, con comunidades maduras que tengan los ministros necesarios para una vida cristiana auténtica, con Palabra, Eucaristía y Diaconía o servicio fraterno, siempre en comunión con la Iglesia universal.
Es una oportunidad para reflexionar la estrecha relación entre Iglesia y eucaristía, pues sin eucaristía no hay Iglesia, y no se puede condenar perpetuamente sin eucaristía a las numerosísimas comunidades dispersas y alejadas.
Es una oportunidad para integrar lo ecológico y lo pastoral, como dos dimensiones de la vida del pueblo; la primera tarea del pastor es salvar las ovejas de las amenazas del lobo.
Es una oportunidad para dar a conocer la riqueza de la sabiduría de los pueblos indígenas y su armonía con la creación como alternativa al paradigma tecnocrático de nuestra sociedad de consumo y descarte.
Es una oportunidad para profundizar el tema de la ecología integral que incluye lo económico, social, mental, ambiental y espiritual, con un estilo de vida diferente, “el buen vivir”, “vivir con menos para ser más feliz”, en armonía con toda la creación.
Es una oportunidad para responder al pedido de las nuevas generaciones que ven cuestionado su futuro por el actual estilo de vida y critican la ineficacia real de las cumbres políticas sobre ecología.
Una oportunidad para profundizar y vivir la dimensión del Espíritu del Señor Jesús, que es el que dinamiza la vida en todas sus dimensiones y que sorprende con la riqueza de sus dones y hace de la Iglesia una comunidad poliédrica que camina en salida hacia el Reino con gozo y esperanza pascual.
Una oportunidad para reconocer que todo esto sucede desde la periferia y la pobreza de pueblos amenazados y víctimas, que constituyen un signo de los tiempos para la renovación y reforma de la Iglesia universal y de la sociedad.
Conclusión
Acabemos con un testimonio de indígenas de la diócesis de Guaviare, Colombia frontera Brasil y Perú: “La tierra tiene sangre y se está desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra madre tierra. Queremos que nuestro clamor indígena sea escuchado por todo el mundo”.
Confiamos que este sínodo, aunque posiblemente conflictivo dentro y fuera de la Iglesia, será un momento de gracia y de esperanza para la Iglesia y para la sociedad. Por esto pedimos la luz y fuerza del Espíritu Santo creador.
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