23 de Mayo de 2019
[Por: Francisco José Bosch]
He ejecutado un acto irreparable,
he establecido un vínculo.
El tercer hombre, Borges, 1981
Llega a mis oídos que un canadiense ha muerto. Ha muerto en Europa, rodeado de personas con discapacidades visibles: hombres y mujeres débiles, llenos de límites que nadie podría dejar de ver. Yo no conozco Europa y tampoco conocí al finado Juan, pero algo de su vida ha cambiado la mía. Algo nos ha unido en vocación y destino, a los que siendo rotos, abrazamos los límites que nos hermanan.
Caminar de vuelta a casa
En Mar del Plata, a más de seis mil kilómetros de Usulután, vive Alfredo. Es de estatura mediana, camina muy pero muy despacio. A veces tiene fiaca y no camina, lo ayudan dos ruedas empotradas en una silla, que alguien acarrea. Alfredo ama estudiar, escuchar música, tomar mate y charlar de sus cosas.
En el año de mi vuelta a Argentina, la vida de Alfredo me conmovió. Él llegaba a diario de un centro de día. Bajaba sus delgadas piernas de la combi, le acercábamos el andador que lo lleva por la vida, y en vez de entrar en la casa, el caminaba un par de metros, volvía y entraba. Tuve la suerte de ser su compañero de caminatas, de anotar en una hoja los metros y luego kilómetros que él fue acumulando en ese desafío-juego, de andar.
Comenzaron siendo diez metros por día. Había un desnivel de la vereda, un límite invisible para cualquier persona, pero que Alfredo respetaba. Un día se le animó, y con una gran fuerza en sus brazos, caminamos unos 20 metros. Así fue aumentando, hasta superar cada desnivel y llegar a la esquina, haciendo, a veces, doscientos metros.
Yo lo recuerdo, orgulloso, preparando el mate luego de entrar, contando la hazaña cotidiana de seguir de pie y de animarse a andar. Cada día lo compartía en la mesa, a su hermano de la vida, Rauli, del que también podríamos contar sus aplausos, sus risas, sus preguntas y su mirada infinita.
Alfredo es para mí el caminante. Tengo que hablar de él, tengo que hablar de Milto, para agradecer la vida de Juan Vanier. Allá lejos y hace más de cincuenta años, ese viejito que ahora habita el cielo fue salvador por Rafael y Felipe, dos personas con discapacidad. Los supuestos maestros del límite, le enseñaron que todos tenemos discapacidades y que hay en los vínculos una llave que puede salvarnos.
Gracias Juan, un abrazo hasta allí, donde nadie puede ocultar que ‘cada persona es una historia sagrada’.
Pie de foto: Alfredo y Raul, dos personas con discapacidad que viven en lo más parecido al Arca que hay en la ciudad de Mar del Plata, Argentina.
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