17 de Abril de 2019
[Por: Juan José Tamayo]
De Jesús de Nazaret nadie habla mal. Las religiones han sido siempre objeto de crítica, y muy especialmente a partir de la modernidad. De ellas se ha dicho que fomentan la superstición, el fanatismo y la intolerancia. A Dios o a los dioses y las diosas también les han llovido críticas por doquier. Unas veces se les ha negado su existencia por entender que carece de base empírica. Otras se ha atribuido su origen en miedo, en la necesidad de consuelo y de protección frente a la naturaleza o a las amenazas de nuestros congéneres.
La crítica toca de lleno en la línea de flotación de las instituciones religiosas que dicen defender los derechos de la divinidad cuando se olvidan con frecuencia de defender los derechos humanos, y muy especialmente los de las personas y los colectivos empobrecidos. A ellas se les ha acusado de pervertir el mensaje auténtico de los fundadores, alienar psicológicamente a sus fieles, generar sentimientos de culpa, imponer sumisión e inferiorizar a las mujeres.
Jesús de Nazaret, sin embargo, se salva de todas las críticas, o de casi todas. Sobre él hay una especie de consenso. Todo el mundo habla bien de él y coincide en reconocer sus valores y cualidades: filósof@s, teólog@s, artistas, personalidades religiosas, poetas, novelistas, científic@os, santos, santas, directores de cine, mártires, etc. Son personas de diferentes religiones, e incluso no creyentes, agnósticos, ateos…
Escribe Gandhi: "El espíritu del Sermón de la Montaña ejerce en mí casi la misma fascinación que la Bhagavad Gita. Ese sermón es el origen de mi afecto por Jesús". Afirma el escritor Albert Camus: "Yo no creo en su resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. Ante Él y ante su historia no experimento más que respeto y veneración". Observa la filósofa Simone Weil: "Antes de ser Cristo, es la verdad. Si nos desviamos de él para ir hacia la verdad, no andaremos un gran trecho sin caer en sus brazos". J.-J. Rousseau confesaba: "Si la vida y la muerte de Sócrates son las de un sabio, la vida y la muerte de Jesús son las de un Dios".
Nietzsche, que definió a Dios como “nuestra más larga mentira” y proclamó su muerte, define a Jesús como el “gran simbolista” y “buen mensajero”, que “murió tal como vivió, tal como enseñó, no para ‘redimir a los hombres’, sino para mostrar cómo se ha de vivir. Lo que él legó a la humanidad es la práctica: su comportamiento ante los jueces, ante los sayones, ante los acusadores y ante toda especie de calumnia y burla, su comportamiento en la cruz”.
Yo también me cuento, modestamente, entre los admiradores de Jesús de Nazaret y coincido con el testimonio de Laín Entralgo quien, en la presentación de su libro El problema de ser cristiano aseveraba: "El nervio central de la conducta cristiana no es la imitación de Cristo, entre otras razones porque Cristo es inimitable. Lo propio del cristianismo es el seguimiento de Cristo desde y con la propia vida". Testimonio en plena sintonía con la teología del seguimiento de Dietrich Bonhoeffer, Johan Baptist Metz, Jürgen Moltmann y la teología de la liberación.
El lugar de convergencia de los diferentes testimonios laudatorios hacia Jesús es su actitud ética, su praxis liberadora, su compromiso con las personas y los grupos más desprotegidos, su defensa de las causas perdidas, su ser-para-los-demás, su estilo de vida desprendido, su mensaje humanitario, su actitud solidaria con el prójimo necesitado. Todo el mundo coincide en que Jesús fue una persona éticamente intachable. Es esta dimensión ética, preterida por las cristologías dogmáticas, la que he querido explicitar en mi libro Por eso lo mataron. El horizonte ético de Jesús de Nazaret (Trotta, Madrid, 2003, 2ª ed.), analizando con el mayor rigor posible las causas que provocaron su muerte.
Juan José Tamayo es Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Por eso lo mataron. El horizonte ético de Jesús de Nazaret (Editorial Trotta).
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