El patriarcado “extremoduro” de las religiones

10 de Abril de 2019

[Por: Juan José Tamayo]




El patriarcado es un sistema de dominación estructural y permanente de las mujeres, las niñas, los niños y los sectores más vulnerables de la sociedad, basado en la masculinidad hegemónica, que constituye el fundamento del poder de los varones, de la sumisión de las mujeres, de la legitimación de la discriminación e incluso de la violencia de género. Considera al varón como referente de lo humano y de los valores morales. Utiliza el concepto “hombre” para referirse a los varones y a las mujeres con expresa exclusión de estas en el lenguaje y niega que dicho uso sea excluyente porque se entiende que es genérico. 

 

La Real Academia Española (RAE) apoya este uso avalando así el sistema patriarcal, al menos lingüísticamente. Afirma que el uso del masculino y del femenino para referirse a dos grupos distintos es incorrecto, y que el uso del lenguaje inclusivo es “artificioso desde el punto de vista lingüístico”, ya que el masculino es universal y el uso inclusivo responde a “razones extralingüísticas”. En contra del uso inclusivo alega dos razones más: la “economía del lenguaje” y las dificultades sintácticas y de concordancia. Con estos planteamientos la RAE legitima la desigualdad y la injusticia de género. 

 

El sistema de dominación patriarcal no actúa en solitario y aisladamente, sino que lo hace en complicidad y alianza con otros modelos de dominación: el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el imperialismo, el fundamentalismo, la depredación de la naturaleza, la homofobia, la xenofobia y el racismo, que refuerzan y generan múltiples formas de desigualdad y discriminación dando lugar a la interseccionalidad de género, etnia, cultura, clase, sexualidad, religión, etc.  

 

El patriarcado no se reduce a la esfera personal o al ámbito familiar, sino  que es estructural: es toda la estructura social, económica, política, laboral, etc. la que se rige por dicho sistema. Nada escapa a él. A su vez es un sistema de dominación permanente, que dura ya miles años. Es verdad que posee una gran capacidad de adaptación y de metamorfosis, pero mantiene siempre y de manera indefinida el núcleo duro de la discriminación de las mujeres. 

 

La profesora Alicia Puleo distingue dos tipos de patriarcado: el duro o de coerción y el blando o de consentimiento. El primero parte de la idea o mejor de la ideología de que las mujeres son inferiores; las leyes defienden la desigualdad sexual y el proceso de socialización establece diferentes roles en función del sexo. Este patriarcado está muy lejos de haber desaparecido. Sigue vivo y activo a todos los niveles, laboral, institucional, familiar. Un ejemplo de su pervivencia son las declaraciones de un eurodiputado polaco que ha llegado a afirmar en sede parlamentaria sin sonrojarse que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles y menos inteligentes.

 

El patriarcado de consentimiento defiende la igualdad entre hombres y mujeres que tiene su reflejo en las leyes y en la socialización, pero en la práctica las mujeres hacen lo mismo que en el patriarcado de coacción, si  bien, se dice, libremente.  Estamos ante lo que Ana de Miguel llama “el mito de la libre elección”, porque continúan la desigualdad y la discriminación en la representación política, la distribución de los recursos económicos, los salarios, la conciliación, el reparto de las tareas domésticas, la división sexual del trabajo, etc.

 

Las religiones son hoy uno de los últimos, más resistentes e influyentes bastiones en el mantenimiento de un tercer tipo de patriarcado, que yo defino con el nombre de un grupo musical español de rock: Extremoduro. Se trata de un sistema de dominación múltiplemente discriminatorio de las mujeres, las niñas y los niños, homófobo, basado en la masculinidad sagrada como fundamento de la inferioridad de las mujeres y de su dominio por parte de los hombres. Y ello por voluntad divina y conforme al orden natural. Se produce así una divinización y una naturalización de la desigualdad entre hombres y mujeres. Como afirma le pensadora feminista Mary Daly, “Si Dios es varón, el varón es Dios”. El patriarcado religioso legitima, refuerza y prolonga el patriarcado social, político y económico.

 

Las religiones, especialmente sus dirigentes y organizaciones religiosas integristas, critican la teoría de género con descalificaciones gruesas. No la reconocen carácter científico y la llaman despectivamente “ideología de género”. Incluso llegan a hablar de “las zarandajas de la ideología de género”. La consideran n “colectivismo social”, incompatible con la defensa de la individualidad de la persona. La califican de bomba atómica, que socava y destruye el orden natural y el orden divino de la creación. El cardenal Cañizares, arzobispo de Valencia, ha osado definirla como la ideología más perversa de la historia de la humanidad. 

 

Los dirigentes religiosos católicos responsabilizar a la “ideología de género” de la violencia contra las mujeres. Condenan los movimientos feministas y LGTBI y sus reivindicaciones. Se oponen a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Son contrarios a la educación afectivo-sexual en las escuelas. Los discursos antifeministas y homófobos de los dirigentes religiosos ejercen una gran influencia en la sociedad y fomentan discursos sociales y prácticas machistas y alimentan el odio a las personas LGTBI. Algunas instituciones religiosas católicas programan cursos para “curar” la homosexualidad a través de terapias prohibidas por la ley. Y lo hacen con el beneplácito de la Conferencia Episcopal Española.   

 

Las religiones no suelen reconocer a las mujeres como sujetos religiosos, morales, teológicos, las reducen a objetos, colonizan sus cuerpos y sus mentes, y ejercen –o, al menos, legitiman- todo tipo de violencia contra ellas: física, psicológica, religiosa, simbólica, etc. Sin embargo, no pocas mujeres son las más fieles seguidoras de los preceptos religiosos, las mejores educadoras en las diferentes creencias religiosas y, por paradójico que parezca, las que mejor reproducen la estructura patriarcal de las religiones.  

 

¿Puede darse todo por perdido el espacio religioso en la lucha contra el patriarcado? Creo que no. En todas las religiones se están desarrollando movimientos de rebelión, muchos de ellos protagonizados por mujeres, contra las leyes, los discursos, los ritos y las prácticas patriarcales y homófobas. De dichos movimientos está surgiendo prácticas y discursos igualitarios, que se traducen en una teología feminista, que aplica las categorías de la teoría de género al discurso teológico y lo convierten en aliado.

 

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones  de la universidad Carlos III de Madrid, director y coautor de Religión, género y violencia (Dykinso, 2019).

 

 

Imagen: https://twitter.com/eneas_e/status/1030076020358082562 

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