15 de Marzo de 2019
[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]
Es innegable el valor del Papa Francisco al enfrentar abiertamente la cuestión de la pedofilia dentro de la Iglesia. Ha impulsado la entrega de los pedófilos, curas, religiosos y cardenales a la justicia civil para ser juzgados y castigados. En el encuentro de Roma para la Protección de los Menores a finales de febrero de 2019, el Papa impuso 8 determinaciones entre las cuales estaban la “pedofilia cero” y “la protección de las víctimas de abuso”.
El Papa señala la llaga principal: “el flagelo del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones”. Clericalismo significa aquí la concentración de todo el poder sagrado en el clero, con exclusión de otros estamentos, que se juzga por encima de cualquier sospecha y crítica. Ocurre que algunos clérigos usan ese poder, que de por sí debería irradiar confianza y reverencia, para abusar sexualmente de menores.
Sin embargo, a mi modo de ver, el Papa actual y los anteriores, por razones que más abajo intento esclarecer, no han llevado la cuestión de la sexualidad y la ley del celibato hasta el fondo.
En cuanto a la sexualidad hay que reconocer que la Iglesia-gran-institución-piramidal ha alimentado históricamente una actitud de desconfianza y muy negativa ante ella. La Iglesia es rehén de una visión errónea, proveniente de la tradición platónica y agustiniana. San Agustín veía la actividad sexual como el camino por el cual entra el pecado original. Por él, de nacimiento, cada ser humano se hace portador de una mancha, de un pecado, sin culpa personal, en solidaridad con el pecado de los primeros padres.
Cuanto menos sexo procreativo, menos “massa damnata” (masa condenada). La mujer, por ser engendradora, introduce en el mundo el mal originario. Por ello se le negaba la plena humanidad. Era llamada “mas” que en latín significa “hombre no completo”. Todo anti-feminismo y machismo en la Iglesia romano-católica encuentran aquí su presupuesto teórico.
De aquí el alto valor atribuido al celibato, porque, no habiendo relación sexual-genital con una mujer, no nacerán hijos e hijas. Así no se transmite el pecado original.
En los análisis y condenas que se han hecho sobre la pedofilia todavía no se ha discutido el problema subyacente: la sexualidad. El ser humano no tiene sexo. Todo él es sexuado en cuerpo y alma. Es tan esencial que por él pasa la continuidad de la vida. Pero se trata una realidad misteriosa y extremadamente compleja.
El pensador francés Paul Ricoeur, que reflexionó mucho filosóficamente sobre la teoría psicoanalítica de Freud, escribió: “La sexualidad, en el fondo, permanece tal vez impermeable a la reflexión e innacesible al dominio humano; tal vez esa opacidad hace que ella no pueda ser reabsorbida en una ética ni en una técnica” (Revista Paz y Tierra n. 5 de 1979, p. 36). Ella vive entre la ley del día donde prevalecen los comportamientos establecidos y la ley de la noche donde funcionan las pulsiones libres. Sólo una ética del respeto hacia el otro sexo y el autocontrol permanente de esa energía volcánica pueden transformarla en expresión de afecto y de amor, y no en una obsesión.
Sabemos cuan insuficiente es la formación para la integración de la sexualidad que se da a los curas en los seminarios. Se hace lejos del contacto normal con las mujeres, lo que produce cierta atrofia en la construcción de la identidad. ¿Por qué Dios creó a la humanidad como hombre y mujer (Gn1,27)? No fue en primer lugar para engendrar hijos sino para que no estuviesen solos, para que fueran compañeros (Gn 2,18).
Las ciencias de la psique nos han dejado claro que el hombre solo madura bajo la mirada de la mujer y la mujer bajo la mirada del hombre. Hombre y mujer son completos pero recíprocos y se enriquecen mutuamente en la diferencia.
El sexo genético-celular muestra que la diferencia entre hombre y mujer en términos de cromosomas se reduce solamente a un cromosoma. La mujer posee dos crosmosomas XX y el hombre un cromosoma X y otro Y. De donde se deduce que el sexo-base es el femenino (XX), siendo el masculino (XY) una diferenciación de él. No hay pues un sexo absoluto, sino solo uno dominante. En cada ser humano, hombre y mujer, existe “un segundo sexo”. En la integración del “animus” y del “anima”, o sea, de las dimensiones de lo femenino y de lo masculino presentes en cada persona, se gesta la madurez humana y sexual.
En este proceso no está excluido el celibato. Puede ser una opción legítima, pero en la Iglesia católica es impuesto como condición previa para ser sacerdote o religioso. Por otro lado, el celibato no puede nacer de una carencia de amor, sino de una superabundancia de amor a Dios, que se transborda a los otros, en especial a los más carentes de afecto.
¿Por qué la Iglesia romano-católica no deroga la ley del celibato? Porque es contradictorio con su estructura. Ella es, socialmente, una institución total, autoritaria, patriarcal, machista y jerarquizada. Una Iglesia que se estructura en torno al poder sagrado cumple lo que C. G. Jung denunciaba: “donde predomina el poder ahí no hay amor ni ternura”. Es lo que ocurre con el machismo y la rigidez, en parte, en la Iglesia. Para corregir este desvío, el Papa Francisco no se cansa de predicar “la ternura y el encuentro afectuoso”. El celibato es funcional a la Iglesia clerical, sola y solitaria.
De perdurar este tipo de Iglesia no esperemos la abolición de la ley del celibato. Es útil para ella pero no para los fieles.
¿Y dónde queda el sueño de Jesús de una comunidad fraternal e igualitaria? Si se viviera, cambiaría todo en la Iglesia.
*Leonardo Boff y Rose Marie Muraro escribieron Femenino & Masculino: una nueva conciencia para el encuentro de las diferencias, Record 2010.
Traducción de Mª José Gavito Milano
* * *
Por que a Igreja oficial se nega a discutir a sexualidade e a lei do celibato?
É inegável a coragem do Papa Francisco ao enfrentar abertamente a questão da pedofilia dentro da Igreja. Fez entregar à justiça civil os pedófilos desde padres, religiosos até Cardeais para serem julgados e punidos. No Encontro em Roma em fins de fevereiro de 2019 para a Proteção dos Menores, o Papa impôs 8 determinações entre as quais a “pedofilia zero” e “a proteção das crianças abusadas”
O Papa aponta a chaga principal:”o flagelo do clericalismo que é o terreno fértil para todas estas abominações”. Clericalismo aqui significa a centralização de todo o poder sagrado no clero, com a exclusão de outros, que se julga acima de qualquer suspeita e crítica. Ocorre que gente do clero usa esse poder que, de si, deveria irradiar confiança e reverência, para abusar sexualmente de menores.
Entretanto, a meu ver, o atual Papa e os anteriores, não levaram a questão até ao fundo, por razões que abaixo tento esclarecer: a sexualidade e a lei do celibato.
Quanto à sexualidade importa reconhecer que a Igreja-grande-insituição-piramidal alimentou historicamente uma atitude de desconfiança e até negativa face à sexualidade. É refém de uma visão errônea, advinda da tradição platônica e agostiniana. Santo Agostinho via a atividade sexual como o caminho pelo qual entra o pecado original. Por ele, de nascença, cada ser humano se faz portador de uma mancha, de um pecado, sem culpa pessoal, em solidariedade com o pecado dos primeiros pais.
Quanto menos sexo procriatiavo, menos “massa damnata”(massa condenada). A mulher, por ser geradora, introduz no mundo o mal originário. Negava-se a ela a plena humanidade. Era chamada “mas” que em latim significa “homem não completo”. Todo anti-feminismo e machismo na Igreja romano-católica, encontram aqui seu pressuposto teórico.
Daí o alto valor atribuído ao celibato, poque, não havendo relação sexual-genital com uma mulher, não nascerão filhos e filhas. Assim não se transmite o pecado original.
Em todas as análises e condenações feitas sobre a pedofilia não se discutiu ainda o problema subjacente: a sexualidade. O ser humano não tem sexo. Ele é todo inteiro sexuado no corpo e na alma. Ele é tão essencial que por ele passa a continuidade da vida. Mas temos a ver com uma realidade misteriosa e extremamente complexa.
O pensador francês Paul Ricoeur que muito refletiu filosoficamente sobre a teoria psicanalítica de Freud escreveu: “A sexualidade, em seu fundo, permance, talvez, impermeável à reflexão e inacessível ao domínio humano; talvez essa opacidade faz com que ela não possa ser reabsorvida numa ética nem numa técnica”(Revista Paz e Terra n. 5 de 1979 p. 36). Ela vive entre a lei do dia onde vigoram os comportamentos estatuídos e a lei da noite onde funcionam as pulsões livres. Só uma ética do respeito face ao outro sexo e o auto-controle permanente sobre essa energia vulcânica, podem transformá-la em expressão de afeto e de amor e não numa obsessão.
Sabemos como é insuficiente a educação para a integração da sexualidade na formação dos padres nos seminários. Ela é feita longe do contacto normal com as mulheres, o que produz certa atrofia na construção da identidade. Por que Deus criou a humanidade, enquanto homem e mulher (Gn1,27)? Não primeiramente para gerarem filhos. Mas para não ficarem sós e serem companheiros (Gn 2,18).
As ciências da psiqué nos deixaram claro que o homem só amadurece sob o olhar da mulher e a mulher sob o olhar do homem. Homem e mulher são completos mas recíprocos e se enriquecem mutuamente na diferença.
O sexo genético-celular mostra que a diferença entre homem e mulher em termos de cromossomos, se reduz a apenas um cromossomo. A mulher possui dois crosmosomos XX e o homem um cromosomo X e outro Y. Donde se depreende que o sexo-base é o feminino (XX), sendo o masculino (XY) uma diferenciação dele. Não há pois um sexo absoluto, mas apenas um dominante. Em cada ser humano, homem e mulher, existe "um segundo sexo". Na integração do "animus" e da "anima", explico, das dimensões do feminino e do masculino presentes em cada pessoa, se gesta a maturidade humana e sexual.
Neste processo, o celibato não é excluido. Pode ser uma opção legítima. Mas na Igreja ele é imposto como pré-condição para ser padre ou religioso. Por outro lado, o celibato não pode nascer de uma carência de amor, mas de uma superabundância de amor a Deus, transbordando aos outros, em especial, aos mais carentes de afeto.
Por que a Igreja romano-católica não abole a lei do celibato? Porque é contraditório à sua estrutura. Ela é, socialmente,uma instituição total, autoritária, patriarcal, machista e hierarquizada. Uma Igreja que se estrutura ao redor do poder sagrado realiza o que C. G. Jung denunciava:”onde predomina o poder aí não há amor nem ternura”. É o que ocorre com o machismo e a rigidez, em parte, na Igreja.Para corrigir esse desvio, o Papa Francisco não se cansa de pregar “a ternura e o encontro afetuoso”. O celibato é funcional à Igreja clerical, só e solitária.
Ao perdurar este tipo de Igreja, não esperemos a abolição da lei do celibato. Ele é útil para ela mas não para os fiéis.
E como fica o sonho de Jesus de uma comunidade fraternal e igualitária? Se vivido, mudaria tudo na Igreja.
Leonardo Boff com Rose Marie Muraro escreveram Feminino & Masculino:uma nova consciência para o encontro das diferenças, Record 2010.
Imagem: CIPER-Chile
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.