08 de Marzo de 2019
[Por: Rosa Ramos]
Se te ha dicho humano que es lo bueno,
lo que Dios espera de ti:
practicar la justicia, amar la misericordia
y caminar humildemente con Dios. (Mq. 6, 8)
Este versículo es para mí paradigmático desde hace mucho tiempo, me reorienta cuando me confundo o simplemente me distraigo y pierdo el norte, pues, perdiéndolo, también se esfuman la confianza, la alegría y la esperanza cristianas.
San Ignacio recomienda “en tiempos de desolación, no hacer mudanza”. Ante el desaliento es una tentación la mudanza, el cambio drástico de vida, a veces la huida, pero hay otra también peligrosa: la parálisis, el “basta, aquí me quedo, no vale la pena”. Esto puede ocurrir a nivel personal pero también social cuando nos angustia el derrotero de la historia, retrocesos, violencias y tanto dolor injusto del que como sociedad no queremos hacermos responsables.
Escribo sobre este tema pensando que puede ayudar a orientar a otros confundidos y desalentados. A nivel personal estamos siempre acechados por la desolación en esta cultura de la híper estimulación que invita a una vida intensa, excitante, llena de novedades, placeres, éxitos; que exige además la sonrisa de victoria pintada en el rostro, que suele ser sólo una máscara hueca, a veces grotesca -y se acabó el carnaval-.
En esta sociedad que el filósofo coreano -viviendo en Alemania- Byung Chul Han cuestiona y nos la pone enfrente como un espejo, no se permite la pérdida, ni la espera, ni la gratuidad, se trata de ganar y de poder siempre más. Ya no sólo ganar a otros en una ambición desmedida, sino vencerse a sí mismos, superarse siempre más. Así vivimos cada día devorándonos el propio hígado -dice-, en alusión al mito de Prometeo Encadenado.
Mucho menos esta cultura admite ese “caminar humildemente con Dios”, porque hay otros dioses que capturan la atención y prometen otros paraísos a los que acceder de inmediato, claro que solos, sin vínculos que sean un lastre. Es esta una sociedad sin humildad, sin Dios y sin comunidad de hermanos, una sociedad narcisista centrada en el individualismo, donde los demás son objetos que pueden servir o no, y entonces ser desechados. Claro que ya vemos que es una sociedad que implosiona, aunque parezca lo contrario, que se autodestruye, porque no es sostenible ni a nivel personal, ni a nivel social ni a nivel ecológico.
A nivel personal ocurre lo que decíamos antes: la insatisfacción permanente, el desaliento, o incluso la depresión por “no poder ya poder más”, además de conductas poco constructivas y hasta destructivas… todos estados que podríamos colocar bajo el nombre de “desolación”, que es lo contrario del estado de “consolación”, ésta supone alegría, serenidad, paz, ánimo para amar y servir. Justamente en otros términos es lo que nos plantea el profeta Miqueas.
A nivel social y hasta ecológico, pensando en la casa común que es nuestro planeta, duele. Recuerdo algunos dolidos versos de León Felipe: “¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra/ al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?... ¡Qué pena,/ que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!” Realmente qué pena, pues implica una renuncia a la libertad, a la capacidad de amar y transformar que nos ha dado Dios. No podemos apartarnos del camino, huir de la responsabilidad colectiva, claudicar por pereza o por desolación.
Al empezar la Cuaresma, viene bien recordar estas sencillas consignas: practicar la justicia o equidad, amar la misericordia o la piedad, (según las traducciones), y caminar humildemente con Dios. Las mismas indicaciones las encontramos en otros profetas: Os. 2, 21; Amós 5, 24; Isaías 7, 9 y 30, 15. Ese permanecer firmes en el camino además para los cristianos tiene como referente ineludible a Jesús, camino, verdad y vida. Y es un caminar de discípulos, comunitario, discerniendo juntos y animándonos unos a otros. “Ánimo nos daremos a cada paso, compartiendo la sed y el vaso”, dice un poema de Mario Benedetti.
Quizá sea bueno realizar un gesto simbólico que permita vivenciar y guardar en la memoria afectiva estas afirmaciones, estas convicciones de que por ahí está la clave, o el norte que no debemos perder. Tenemos algunos gestos contraculturales que practicamos en cuaresma, si los hacemos, es importante darles un sentido profundo y no repetirlos mecánicamente.
Puede haber otros gestos, otros “rituales”, hay que estar atentos a descubrir los que resulten significativos para la persona y su momento. Comparto el que a mí me ayudó recientemente.
En Villa San Ignacio, casa de Ejercicios en las afueras de Buenos Aires, está trazado en el pasto, con simples bloques de cemento, el mismo diseño del laberinto que data del siglo XIII en la catedral de Chartres en Francia. Afuera hay una pequeña explicación: “El laberinto te muestra la sabiduría de no tratar de medir tu progreso precisamente porque el camino no es lineal ni mental, sino cíclico y espiritual... Lo único que importa es la confianza de saber que estás en el camino. El sendero que te conduce al centro (y luego te lleva a la salida) es angosto pero te conducirá a la fuente de la vida. Sólo tienes que permanecer en el camino.”
Durante 7 días “religiosamente” recorrí el laberinto, confieso que la primera vez con muchas dudas, temores e inseguridad, me llevó 30 minutos hacerlo. Dudas sobre el sentido de estar haciendo aquello, temor e inseguridad de “errar”. Pero puse toda la confianza en que sólo debía seguir en el camino y no abandonarlo, caminar con humildad - Miqueas-, sin conocer de antemano el camino, y viendo que a veces me acercaba y otras me alejaba del centro, que no había progreso lineal, como antes había leído. Logré recorrerlo y salir por el lugar correcto en el momento de terminar el recorrido, no escapando antes…
Otros días lo hice en 20 minutos, pero hubo uno en que me llevó 40 y lo terminé casi arrastrando los pies, agotada, se ve que algo interior se movió demasiado. El último día lo hice rápido, a paso firme y cantando “Caminaré en presencia del Señor”. No me ufano, si lo siguiera haciendo cada día sería diferente, en tiempo, en velocidad, y en estado interior. Lo que sí me quedó en la convicción, en la memoria corporal y afectiva, es la confianza, la esperanza y por tanto la alegría de estar en el camino, de hacer carne el caminar humilde con Dios.
¿Cuál fue el aprendizaje de esta experiencia simbólica? Que la soberbia se depone; la racionalidad y el control ceden paso a la confianza; la ansiedad y la tentación de dejar esa “tontería esotérica”, dejan espacio al tanteo, al paso a paso, a la atención al presente. El resto, o más bien la suma, es “Gracia”, regalo de la fidelidad de Dios.
El resultado de estos Ejercicios 2019 (siempre es diferente): fue una experiencia de paz, de consolación, a la que obviamente contribuyó mucho la oración durante 8 días, la orientación y el acompañamiento, también la presencia silenciosa de una comunidad orante. A veces los Ejercicios son para tomar grandes decisiones, otras para volver más serenos al camino, confortados por el Espíritu. Por supuesto con santo deseo de practicar la justicia y la misericordia, o, en términos ignacianos: “en todo amar y servir”.
¡Les deseo buen camino hacia la Pascua, con o sin laberintos, caminemos humildemente!
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