Carnaval: celebrar la alegría de vivir

01 de Marzo de 2019

[Por: Leonardo Boff | Texto en español y portugués]




Brasil está viviendo una de las fases más tristes e incluso macabras de su historia. Se ha desenmascarado la lógica de la corrupción, presente en toda nuestra historia, como parte de un Estado patrimonialista (colonialista, esclavista, elitista y anti-popular) y secuestrado durante siglos por las oligarquías del ser, del tener, del saber, del dominar y del manipular a la opinión pública. Durante todo este tiempo ha habido corrupción y no sólo, como se ha atribuido en los últimos años casi exclusivamente al PT (es verdad que sus cúpulas fueron contaminadas), convertido en chivo expiatorio para ocultar la corrupción de los privilegiados de siempre.

 

Ha surgido un nuevo “Collor” (“caza a los marajás”), el “mito” (Jair Bolsonaro) que iba a exterminar la corrupción. Fueron suficientes 50 días de mandato para identificar la corrupción también en sus propias huestes, hasta en su familia. Muchos creyeron ingenuamente en la profusión de fake news y eslóganes de sesgo nazi: “Brasil por encima de todo” (Deutchland über alles) y “Dios por encima de todos”. ¿Qué Dios? ¿Aquel de los neopentecostales que promueve la prosperidad material pero es sordo a la nefasta injusticia social y que da mucho dinero a sus pastores, verdaderos lobos trasquilando a sus ovejas? No es el Dios del Jesús pobre y amigo de los pobres, de quien decía Fernando Pessoa “que no entendía nada de contabilidad y que no consta que tuviese biblioteca”. Era un pobre que deambulaba por todos los lugares anunciando “una gran alegría para todo el pueblo”,· como relatan los evangelios.

 

Dentro de este cuadro siniestro se festeja el carnaval. No podría ser de otro modo, pues es uno de los puntos álgidos de la vida de millones de brasileños. La fiesta hace olvidar las decepciones y da espacio a las muchas rabias ahogadas en la garganta (como los miles que gritaban indecentemente São Paulo: 'B. vete a tomar por...'). La fiesta, por un momento, suspende la terrible cotidianidad y el tiempo tedioso de los relojes. Es como si, durante un lapso de tiempo, participáramos de la eternidad, pues en la fiesta el tiempo de los relojes queda en suspenso. Pertenece a la fiesta el exceso, la ruptura de las normas convencionales y de las formalidades sociales. Lógicamente, todo lo que está sano puede enfermar, como el carácter orgiástico de algunas expresiones carnavalescas. Pero esta no es la característica del carnaval.

 

La fiesta es un fenómeno de riqueza. Aquí riqueza no significa tener dinero. La riqueza de la fiesta es la riqueza de la razón cordial, de la alegría, de mostrar un sueño de fraternidad ilimitada, gente de la favela con gente de la ciudad organizada, todos disfrazados: niños, jóvenes, adultos, hombres y mujeres y ancianos bailando, cantando, comiendo y bebiendo juntos. La fiesta es la manifestación de que podemos estar alegres y felices incluso dentro de desgracias colectivas.

 

Pensándolo bien, la alegría del carnaval es una expresión de amor que es más que empatía. Quien no ama nada o a nadie, no puede alegrarse, aunque suspire por ello de forma angustiada. Un teólogo de la Iglesia Ortodoxa, del siglo V de la era cristiana, San Juan Crisóstomo (de quien el Cardenal Paulo Evaristo Arns era lector y gran entusiasta) lo escribió bien: ubi caritas gaudet, ibi est festivitas: “Donde el amor se alegra, ahí se encuentra la fiesta”.

 

Ahora un poco de reflexión. El tema de la fiesta se presenta como un fenómeno que ha desafiado a grandes nombres del pensamiento como R. Caillois, J. Pieper, H. Cox, J. Moltmann y el propio F. Nietzsche. Es que la fiesta revela lo que hay aún de infantil y mítico en nosotros en medio de la madurez y del predominio de la fría razón instrumental-analítica que rige nuestras sociedades.

 

La fiesta reconcilia todas las cosas y nos devuelve la nostalgia del paraíso de las delicias, que nunca se perdió totalmente. Platón decía con razón: “los dioses hicieron las fiestas para que pudiésemos respirar un poco”. La fiesta no es sólo un día que hicieron los hombres sino también “un día que hizo el Señor”, como dice el Salmo 117,24. Efectivamente, si la vida es un camino difícil, necesitamos a veces, parar para respirar y, renovados, seguir adelante con alegría en el corazón. ¿De dónde brota la alegría de la fiesta? Fue Nietszche quien encontró su mejor formulación: “para alegrarse de alguna cosa hay que dar la bienvenida a todas las cosas”. Por lo tanto, para poder festejar de verdad necesitamos afirmar positividad de todas las cosas. “Si podemos decir «sí» a un solo momento entonces habremos dicho «sí» no sólo a nosotros mismos sino a la totalidad de la existencia” (Der Wille zur Macht, libro IV: Zucht und Züchtigung, n.102).

 

Este «sí» subyace a nuestras decisiones cotidianas, en nuestro trabajo, en la preocupación por la familia, por el empleo amenazado por las nuevas leyes regresivas del actual gobierno, en la convivencia con amigos y colegas. La fiesta es un “tiempo fuerte” en el que el sentido secreto de la vida es vivido incluso inconscientemente. De la fiesta salimos más fuertes para enfrentar las exigencias de la vida, para la mayoría llena de lucha siempre y sobrellevada a duras penas.

 

Tenemos buenas razones para festejar en este carnaval de 2019. Olvidemos por un momento los sinsabores de un gobierno sin rumbo todavía, con ministros que nos avergüenzan y con políticos que representan más a los grupos que los eligieron que los verdaderos intereses del pueblo. A pesar de todo esto, debe predominar la alegría. 

 

Página de Boff en Koinonía

 

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Carnaval: celebrar a alegria de viver

 

O Brasil está vivendo uma das fases  mais tristes e até macacabras de sua história. Foi desmascarada a lógica da corrupção, presente em toda a nossa história, como parte de um Estado patrimonialista (colonialista, escravagista, elitista e anti-popular) e sequestrado durante séculos pelas oligarquias do ser, do ter, do saber, do dominar  e do manipular a opinião pública. Por todo esse tempo, grassou a corrupção e não apenas, como se atribuíu, nos últimos anos, quase que  exclusivamente ao PT (é verdade, que suas  cúpulas foram contaminadas),  feito bode expiatório como forma de ocultar a corrupção dos privilegiados de sempre.

 

Surgiu um novo “Collor”(“caça aos marajás”),  o “mito” (Jair Bolsonaro)  que iria exterminar a  corrupção. Foram suficientes 50 dias de mandato para se identificar a corrupção também em suas próprias hostes, até em sua família. Muitos acreditaram ingenuamente na profusão de fake news e slogans de viés nazista: “Brasil acima de tudo”(“Deutchland über alles) e “Deus acima de tudos”. Qual Deus? Aquele dos neopentecostais que promove a prosperidade material mas é surdo à nefasta injustiça social e que dá muito dinheiro a seus pastores, verdadeiros lobos a  tosquiar as ovelhas? Não é o Deus do Jesus pobre e amigos dos pobres, de quem falava Fernando Pessoa “que não entendia nada de contabilidade e que não conta que tinha uma  biblioteca”. Era pobre mesmo que perlambuva por todos os lugares anunciando “uma grande alegria para  todo o povo” como relatam os evangelhos.

 

Dentro deste quadro sinistro se festeja o carnaval. Não poderia deixar de ser, pois é um dos pontos altos  da vida de milhões de brasileiros. A festa faz esquecer as decepções e dá espaço às muitas raivas afogadas na garganta (como milhares em São Paulo, gritando indecentemente ‘B.vá tomar no c`). A festa, por um momento, suspende o terrível cotidiano e o tempo tedioso dos relógios. É como se, por um lapso de tempo, participássemos da eternidade, pois na festa se suspende o tempo dos relógios.

 

Pertence à festa o excesso, a ruptura das normas convencionais e das formalidades sociais. Lógico, tudo o que é sadio pode ficar doentio, como o caráter orgiástico de algumas expressões carnavalescas. Mas não é esta a característica do  carnaval.

 

A festa é um fenômeno da riqueza. Aqui riqueza não significa possuir dinheiro. A riqueza da festa é  a riqueza da razão cordial, da alegria, de mostrar um sonho de fraternidade ilimitada, gente da favela com gente da cidade organizada, todos fantasiados: crianças, jovens, adultos, homens e mulheres e idosos dançando, cantando, comendo e bebendo juntos. A festa é a exaltação de que podemos ser alegres e felizes mesmo dentro de desgraças coletivas.

 

Se bem refletirmos, a alegria do carnaval é uma expressão de amor que é mais que empatia. Quem não ama nada ou ninguém, não pode se alegrar, mesmo  que o suspire de forma angustiada. Um téologo da Igreja Ortodoxa, do século V da era cristã, São João Crisóstomo (de quem o Card. Dom Paulo Evaristo Arns era um grande entusiasta e leitor) escreveu bem:”ubi caritas gaudet, ibi est festivitas”; “onde o  amor se alegra, ai se encontra festividade”.

 

Agora um pouco de reflexão: o tema da festa comparece como um fenômeno que tem desafiado grandes nomes do pensamento como R. Caillois,  J. Pieper, H. Cox, J. Motmann e o próprio  F. Nietzsche. É que a festa revela o que há ainda de infantil e mítico em nós no meio da maturidade e da predominância da fria razão instrumental-analítica que rege nossas sociedades.

 

A festa reconcilia todas as coisas e nos devolve a saudade do paraíso das delícias, que nunca se perdeu totalmente. Platão sentenciava com razão:”os deuses fizeram as festas para que pudéssem respirar um pouco”. A festa não  é  só um dia que os homens fizeram mas também “um dia que o Senhor fez” como diz o Salmo 117,24. Efetivamene, se a vida é uma caminhada onerosa, precisamos, às vezes, de parar para respirar e, renovados, seguir adiante com alegria no coração.

 

Donde brota a alegria da festa? Foi Nietszche quem encontrou sua melhor formulação: ”para alegrar-se de alguma coisa, precisa-se dizer a todas as coisas: “sejam benvindas”. Portanto, para podermos festejar de verdade precisamos afirmar positividade de todas coisas. Continua Nietzsche:”Se pudermos dizer sim a um único momento então teremos dito sim não só a nós mesmos mas à totalidade da existência” ”(Der Wille zur Macht, livro IV: Zucht und Züchtigung n.102).

 

Esse sim subjaz às nossas decisões cotidianas, em nosso trabalho, na preocupação pela família, pelo emprego ameaçado pelas novas leis regressivas do atual governo, na convivência com amigos e colegas. A festa é o tempo forte no qual o sentido secreto da vida é vivido mesmo inconscientemente. Da festa saimos mais fortes para enfrentar  as exigências da vida, para a maioria, sempre lutada e levada na marra.

 

Temos boas razões para festejar nesse carnaval de 2019. Esqueçamos. por um momento, as agruras de um governo ainda sem rumo e  com  ministros que nos envergonham e com políticos que representam mais os grupos que os elegeram que os reais interesses do povo. Apesar disso tudo, a alegria há de predominar.

 

 

Leonardo Boff é filosofo, teólogo e escritor e escreveu :Virtudes por um outro mundo possível, 3 vol. Vozes 2012.

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