20 de Diciembre de 2018
[Por: Rosa Ramos]
Continuando esta serie, hoy me dispongo a dar otro paso: compartir imágenes de Dios más dignas de crédito para la mentalidad contemporánea, así como más fieles al rostro de Dios revelado por Jesús (Jn 14, 9). Es preciso volver a Jesús para purificar nuestras ideas de Dios, vincularnos más sanamente con Dios como el Abba- Papaíto de Jesús, con el mismo Jesús, su bondad, su ternura, y con el Espíritu Santo que sigue animándonos a la libertad de hijos!
Quizá conviene una aclaración previa: más que las imágenes de Dios en sí mismas, lo que importa sobre todo es ver qué provocan esas imágenes. Dicho de otro modo, estos artículos no son ensayos teológicos en procura de precisión dogmática, intentan ser apenas una hermenéutica de los efectos que las imágenes de Dios suscitan en las personas y pueblos.
En este sentido, algunas imágenes de Dios pueden haber provocado una visión muy negativa y escindida de lo humano (tal como fue cuestionado por Feuerbach en el siglo XIX), sobre todo desde una lógica binaria o de opuestos que hoy va siendo superada lentamente1.
Así a la imagen de Dios todopoderoso, corresponde la del ser humano impotente y hasta sin voluntad. A la imagen de Dios sumo bien, se opone la del pecador, que tiende a la maldad, o que de suyo es malo, de ahí la necesidad permanente de subrayar la culpabilidad o de suplicar misericordia. A la imagen de un Dios rey, se corresponde la de un ser humano súbdito, sumiso, pero igualmente siempre en peligro ante la arbitrariedad del rey. Estas imágenes llevan asimismo a una postura pasiva y determinista: “así lo habrá querido Dios”, “el mundo es así”, “nada podemos hacer”.
Las imágenes e ideas que tenemos son fundamentales no sólo en el plano teórico conceptual, pues son performativas, crean realidad en tanto inciden en las actitudes y conductas humanas. Si cambiamos las imágenes e ideas acerca de Dios, cambiaremos mucho más que eso. Por ello creo que un cambio de imágenes contribuiría a una relación más sana con Dios y con nosotros mismos, así como más responsable con la creación y las creaturas.
Quisiera ayudar a pensar en esta entrega en un Dios en el que vale la pena y vale la alegría creer; por el que vale vivir y dar la vida en el día a día, pues redunda –valga la redundancia- en más vida y más humanización.
En este sentido es claro en las cuatro narraciones teológicas que son los Evangelios canónicos, que la imagen de Dios que revela Jesús a sus contemporáneos supuso continuidad con algunos profetas, pero también novedad, inclusive con la de su inmediato antecesor Juan el Bautista.
Jesús rescata la mejor tradición de su religión y la eleva, podríamos decir, o la lleva a nuevas consecuencias: Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, ve el interior o lo secreto, más que el cumplimiento de normas y rituales, sobre todo Jesús predica a un Dios que es Padre, un Padre bueno, con el que es posible relacionarse de tú a tú, y ofrece esa relación a los discípulos enseñándoles a llamarlo “Padre nuestro”.
Jesús anuncia y hace presente un modo de “reinar” de Dios que apunta a las más genuinas promesas de amor y fidelidad del Dios de Israel, pero con la novedad de que no pretende gloria ni honores, reina sirviendo, perdonando, sanando, reuniendo en torno a una mesa común a mujeres, varones, pecadores, publicanos, fariseos, niños, pobres, ricos… todos son convocados y acogidos en ese extraño reino-mesa compartida (en la hierba o la barca).
Sin duda esas imágenes de Dios que revela Jesús con su prédica y con sus gestos no dejan indiferentes, convierten, subvierten costumbres y concepciones. Provocan seguimiento, comunión fraterna, alegría, esperanza, dinamismo. -Sin olvidar que también le provocan cruz-
El Dios Abba de Jesús provoca un movimiento, el movimiento de los seguidores de Jesús, que no se detiene tras su Pascua, se relanza. Valía la pena y la alegría seguir a ese Dios.
¿Qué sucedió después? ¿Cómo pudimos llegar a imágenes tan distantes y a veces aberrantes? ¿Por qué imágenes de Dios el cristianismo devino en muchos casos una religión de devoción cultual, pasiva y acrítica frente a las realidades deshumanizantes afuera o incluso dentro de la Iglesia? Sabemos algo sobre la historia, sobre su barro, pero también sobre la capacidad –o don divino- de dejar entrar aire y sacudirse el polvo, de volver a las fuentes, de volver a Jesús.
Y aquí estamos, a dos mil años de la Pascua, a poco más de doscientos de la modernidad, a cincuenta y pocos del Concilio Vaticano II, y en un cambio de tiempos, que sin duda exige buscar imágenes de Dios que contribuyan a acelerar aquel reinado incoado, que redunden en más dignidad y estatura humana, que nos vuelvan a poner en movimiento.
¿Dónde encontrar nuevas imágenes de Dios? Como dice Pablo, a veces rebuscando entre lo viejo, entre la mejor tradición de los dos testamentos, especialmente volviendo a Jesús. Creo que otra luz importante para discernir las imágenes de Dios la aporta la historia que construimos entre gozos, sombras, locura, errores, generosidad, pecado… Tenemos que contemplar la historia de la humanidad para descubrir en ella lo que es fruto de errores, de los que aprender para superar, y lo que es regalo -Gracia- para humanizarnos.
Fueron surgiendo nuevas metáforas2 para hablar de Dios, a sabiendas, claro ya, que ninguna es “la” verdadera, que nuestro imaginario actual está condicionado, como el de todas las épocas.
Paul Tillich (teólogo protestante 1886-1965) propuso pensar a Dios como el fundamento del ser. Su metáfora procuraba cambiar la imagen tradicional que sitúa a Dios lejos, distante, fuera de nosotros, frente, y aún en contra de nosotros (ese dios que vigila con su ojo escrutador). Invita Tillich a pensar que Dios no está fuera, sino dentro, en la base, en los cimientos. Es el fundamento del ser, de todo lo que es, y por tanto es nuestro fundamento. Un fundamento dinámico que es origen continuo, y surgir permanente: existir es estar siendo en, y surgiendo desde Dios, desde el fecundo abismo de la divinidad.
Esta imagen lleva a un cambio profundo en nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás: lo más hondo y genuino, lo más creativo y bueno de nosotros está surgiendo de Dios. Esos anhelos hondos de vida plena para todos, esa grandeza de alma que a ratos nos mueve, es signo de la presencia de Dios en nuestra raíz. Entonces, cambia todo: no vamos a pedirle intervención especial, vamos a confiar en esa Fuente que en forma continua va dando Vida a la vida, animándonos a la esperanza y a la acción, a la co-creación.
Otra imagen creíble: Dios es el “gran compañero”, una metáfora sugerida antes del Concilio. Para el matemático y filósofo Alfred Whitehead (1861- 1947) Dios es “El camarada en el sufrimiento, que comprende”.
¿A dónde o a qué nos conduce esta imagen de Dios hoy? La solidaridad, la unidad, el cuidado, la delicadeza, la amistad jugada, el riesgo de la propia vida por el bien común… son expresión y consecuencia de esta idea de Dios. En duros tiempos del nazismo Maximiliano Kolbe, Dietrich Bonhoeffer, Irena Sandler, Etty Hillesum, Víctor Frankl y tantos otros vivieron esta experiencia en los campos de concentración. Aquí en América Latina desde San Pedro Claver, Bartolomé de las Casas o Montesinos, durante la Colonia, a los santos y mártires actuales -que bien conocemos, por eso y para evitar omisiones no nombro- han descubierto y revelado a Dios como el compañero del pueblo sufriente.
La imagen del Dios que es camarada en el sufrimiento, nos descentra y hace prójimos de los más vulnerables, aleja del peligro de la búsqueda intimista o de salvación interesada y autorreferencial, mueve a salir de sí y hacer presente la salvación de Dios donde la vida reclama.
Mencionamos sólo dos, hay otras metáforas que actualizan o acercan a nuestro lenguaje la revelación de Jesús… el tema atrapa, desafía, lo dejamos abierto para una nueva entrega.
Estamos llegando a la Navidad en este 2018, recordamos la encarnación, esperamos la parusía, entretanto, junto al filósofo y escritor de la India Rabindranath Tagore confiamos:
¿No oíste los pasos silenciosos?
Él viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad,
todos los días y todas las noches,
Él viene, viene, viene siempre.
Notas
1 El pensamiento complejo que Edgar Morin ha contribuido mucho a instalar, supone abandonar esta lógica y la tendencia a la dualidad, y asumir otros principios como el hologramático, el dialógico y el recursivo. No es este el lugar para explicarlos, sólo digamos que estos principios ayudan a pensar la realidad y al ser humano como complejos, donde coexisten y se imbrican los contrarios.
2 Andrés Torres Queiruga es uno de los filósofos y teólogos que ha hecho el esfuerzo de recoger nuevas metáforas para decir el Misterio, he tomado algunas pero la he planteado libremente.
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.