80 años de Boff: La pedagogía de una vida

14 de Diciembre de 2018

[Por: Francisco Bosch]




Lo pedagógico, en cambio, es la parte de la filosofía que piensa la relación cara-a-cara del padre-hijo, del maestro-discípulo, filósofo-no filósofo, político-ciudadano. Además, tiene la particularidad de ser el punto de convergencia y pasaje mutuo de la erótica a la política (Dussel, 1980).

 

Corría el año 2001 en la Argentina del hambre. Yo era un niño de 11 años que participaba activamente de la parroquia ‘San Francisco’ de los hermanos menores de mi natal Mar del Plata. Sin comprender matices y entretejidos políticos, me choqué de frente con el grito de lxs de abajo. No lo elegí, no lo construí: fui llevado al encuentro, fui acompañado a escuchar una voz que todavía me resuena como eco que exige y compromete. Allí irrumpía en mi vida un misterio de pedagogía que hoy veo con claridad.

 

Entre los frailes que habían llegado a Mar del Plata a mover el avispero se escuchaban las palabras ‘salir al encuentro’, ‘descubrir a Dios en el otrx’ y ‘ver a Jesús en el rostro de lxs pobres’,  eran un salmo continuo. Recuerdo haber oído allí por primera vez tu nombre, al calor de la crisis del 2001, cuando decidíamos salir al encuentro de los pueblos originarios del Chaco Salteño. Recuerdo haber escuchado, con mis tiernos 12 años, tu nombre unido a un oficio mágico y misterioso: Leonardo Boff, el teólogo. 

 

Pasaron los años, yo viví al calor de una comunidad misionera el compromiso con los márgenes de la patria, con los pobres entre los pobres, una iglesia comunidad en salida, un compromiso con lxs de abajo que me sellaría el alma vocacionalmente. Pese a eso, pasó lo que en nuestras comunidades muchas veces sucede: los frailes cambiaron de gestión, llegó otra forma de entender el ser iglesia que se impuso por sobre la comunidad. Recuerdo que para esos días del año 2005, yo estaba en mi último año de la escuela (también un colegio de los frailes), los jóvenes correteábamos por los pasillos de la parroquia como si fuera nuestra casa, aunque las puertas poco a poco ya se habían empezado a cerrar. Y un día, hurgando en un depósito, me volví a topar con tu nombre, ahora estampado en un libro: “Grito de la tierra, grito de los pobres” había sido descartado por los frailes recién llegados, que habían desarmado la biblioteca ‘subversiva’ de sus predecesores. 

 

Bendito aquel día, bendito encuentro de aquel libro ‘desaparecido’ en un pequeño deposito, bendito re-encuentro con tu nombre y tu oficio. Ese re-encuentro me marcaría el camino de dejar mi tierra, viajar por NuestrAmérica visitando comunidades y terminar estudiando teología en la UCA de El Salvador. De esa pedagogía quiero hablar hoy, de la compañía invisible que pudiste ser para los jóvenes que despertamos a NuestrAmérica en este nuevo siglo.

 

Una parábola circense

 

Al conocer el juego se conoce el espíritu. Porque el juego, cualquiera sea su naturaleza, en modo alguno es materia. (Huizinga, 1972). 

 

Lxs educadores, lxs que nos empeñamos en descubrir el modito para acompañar la vida que crece, estamos apasionadxs con la construcción de ‘modos muy otros’, con las pedagogías que hacen posible que los seres humanos seamos acompañados a mayores márgenes de libertad y compromiso, sin ser conducidos ni adoctrinados. En ese camino, tu vida se me presenta en mi vida como una hermosa pedagogía, como parábola de una generación hermosa que nos alumbró el camino, nos convocó con dulzura y nos apasionó en esta lucha por el reino. 

 

Vaya esta parábola como agradecimiento y guiño cómplice en este hermoso camino: La vida de un viejo y barbudo teólogo se parece a una niña que en cualquier barrio oculto de NuestrAmérica está recuperando el juego,  recreando la vida con tres pelotas en las manos. 

 

Primer movimiento: arriesgar

 

Con los pobres de la tierra
Quiero yo mi suerte echar

(Martí, 1891)

 

Una niña toma una pelotita hecha con semillas y globos. Con su pequeña mano intenta una y muchas veces tirar esa bola de una mano a la otra, formando un arco que pasa a la altura de su cabeza. La gravedad le gana la pelea una y mil veces: la pelota cae al suelo, la niña se agacha y la recoge. Lo intenta hasta poder, lo intenta contra la frustración grabada en su piel morena, de un barrio marginal de Mar del Plata, en los márgenes que los del centro no quieren ver ni escuchar. Ella lo intenta, contra todo pronóstico. Es algo insignificante, sí, pero al tiempo es una provocación clandestina al poder, que nunca se enterará de este juego. 

 

Pienso en este primer movimiento, en arriesgar, en soltar la seguridad que tenemos entre manos y perdernos en las tensiones del universo que nos exceden y nos abrazan. Pienso en este movimiento de echar la suerte con lxs muchxs de este mundo y descubro allí un primer paso en la pedagogía de tu vida: abrir un camino, sortear los pronósticos, dejar las seguridades, arriesgar para resquebrajar, soltar para danzar. 

 

En este primer movimiento tu vida de búsqueda que te llevó a escribir desde la teología sistemática hasta la ética desde otra cosmología, me resuena como inquietud vital de nunca quedarse quieto, de nunca tomar la bola en las manos y no soltarla, me resuena como fuerza que siempre convoca, en cada tiempo histórico, a ‘echar la suerte con los pobres’ como nos desafió un padre nuestroamericano. Allí tu rebelde fidelidad de callar con humildad y de moverte para no callar los que es imposible callar. Arriesgar para ser fieles…

 

Segundo movimiento: Intuir la danza

 

‘Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergado’. (Laudato Si, Francisco, 2015).

 

Cuando la niña, con sus mocos sueltos y cara sucia, ya domina la primer pelota quiero ir por más. La primera pelota ya sabe viajar en armonía con la fuerza de gravedad sin obligarla a agacharse cada 5 segundos, por lo cual una segunda pelota puede sumarse. En este movimiento el arriesgo inicial se convierte en la posibilidad de una danza. Dos pelotas en el aire, con intervalos mínimos de tiempo, hacen posible que una niña grite: ‘Mire profe, puedo, puedo. Mireeeee…’ 

 

En este segundo movimiento, el arriesgo inicial de tu vida se presenta como intuición de una danza. Allí la gravitación se convierte en encanto que abre las posibilidades de poner a danzar elementos que hasta ahora parecían aislados. Personalmente entendí esta danza cuando publicaste ‘Grito de la tierra, grito de los pobres’, obra que condensa esta danza de dos pelotas que han encontrada la forma de jugar con la gravedad e ir generando un baile inseparable: a la tradición nuestramericana de descubrir el rostro de Jesús en lxs ultimxs de la fila, le sumábamos la voz profética de la tierra desbastada, desde una cosmología que reconciliaba los relatos sapienciales de los pueblos de la tierra y los datos que la ciencia iba reconstruyendo para dar forma a un rostro bellísimo del universo. 

 

Esta danza llega, de alguna forma,  a consumarse en ‘Laudato Si’, como confirmación (in)necesaria de aquel riesgo inicial y de esta intuición profunda. Y así, todo un camino de compromiso se continuó desplegando, en esa danza hermosa entre fe y lucha: desde los compromisos de la década del ’70 y ’80 del siglo pasado marcados por entender que la lucha por la liberación era acompañada por el Dios de la Vida hasta las luchas socioambientales que en cada rincón de NuestrAmérica comprometen a creyentes contra megaproyectos de muerte. 

 

El primer movimiento abre caminos inesperados, el segundo habilita el encuentro entre intuiciones que se encontraban separadas o hasta enfrentadas. De eso se trata, quizás, la pedagogía de tu vida: de reconciliarnos en NuestrAmérica con una tradición hermosa y dolorosa, que nos duele y nos enamora, que nos convoca y nos evoca, que nos transforma y nos exige luchas por la transformación. 

 

Tercer movimiento: Jugar 

 

‘La especie humana es el "niño" de este planeta. Se podría decir entonces que la mayor conquista de la especie humana fue la creación de un niño maduro, de un ser que al llegar a la vida adulta podía seguir jugando con toda libertad. Quizá esto te ayude a comprender lo que quiero decir cuando digo que la vida se empeña en que seamos la encarnación de la dinámica cósmica del juego aventurero’. (Brian Swimme, 1997).

 

La niña ha sufrido una nueva derrota: las dos pelotas que danzaban en el aire, ahora caen continuamente cuando lo intenta con tres. Afirma ‘no puedo’, lo dice una vez más, como si alguien hubiera impreso eso en su vida, en su mirada, en su piel. Con paciencia y perseverancia, sigue intentando, hasta que se dibuja en su rostro esa mirada brillante de asombro tan propia de nuestra especie cuando recrea la vida: esta pequeña primate puesta de pie, ha logrado hacer malabares con tres pelotas, se ha demostrada a si misma que puede, que no hay mandato en la fuerza de gravedad para vivir de rodillas, sino una fuerza que le permite jugar y arrancar sonrisas a otros compañeros de especie. 

 

Aquí llegamos al tercer movimiento, a lo que llamas ‘la pedagogía de la piel’, al juego como arte sublime de nuestra especie. Allí estas vos,  Leonardo, como libro desenterrado, como riesgo asumido con otrxs, como intuición que se vuelve danza con toda la vida, como juego que nos permite recrear la vida desde la sensibilidad de lxs pequeñxs. 

 

Desde aquel noviembre de 2001 cuando escuche tu nombre en la noche del hambre en Argentina hasta el abrazo que pudimos darnos en Puebla en octubre del 2017. Dieciséis años. Ese día compartimos un dialogo intergeneracional organizado por Amerindia. Antes de hablar, con la voz entrecortada y algo de temblor en mis piernas me acerque a vos y a Marcia para disculparme antes de hablar, para decir que me sentía en el jardín de infantes frente a su hermosa generación. Recuerdo perfectamente cómo me miraste, me sonreíste arrugando la nariz y me dijiste: ‘No digas eso, necesitamos de su sensibilidad para cambiar este mundo, de la fuerza de los jóvenes’. Envalentonado con sus palabras, presenté las intuiciones que venía recogiendo en las ‘mingas de teología popular’ por NuestrAmérica, y me animé a una provocación final: pedí 3 zapatos, uno de cada generación de la hermosa tradición de la teología de la liberación, e intenté jugarlas en el aire. 

 

Gracias Leonardo. Quizás allí esté la pedagogía de una vida: tus bellos 80 años nos guían a los niños (allí la raíz griega de la palabra pedagogía) porque vos has sabido aprenderle a la Vida. Allí un secreto hermoso, un milagro omnipresente: tu vida es pedagogía para los que seguimos caminando la fe comprometida en NuestrAmérica porque vos aprendiste de la pedagogía de la Vida, a lxs que viven cerquita de lo fundamental.  La pedagogía es de la vida, de sus necesidades fundamentales y posibilidades extraordinarias. Pero cuando una vida le aprende mucho a la Vida, se vuelve una pedagogía, una pista metodológica para los que estamos arrancando el camino. 

 

Gracias Leonardo por jugarle a la Vida, por burlarte honradamente de la muerte y por comprometerte en rebelde fidelidad con la tradición del artesano de Nazaret. Gracias por enseñarnos de la pedagogía de la Vida, de una vida, de tu vida…

 

Francisco Bosch, pichón de teólogo

Mar del Plata, Argentina

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