Lluís Duch, pensador heterodoxo

24 de Noviembre de 2018

[Por: Juan José Tamayo e Ignasi Moreta]




Con la misma discreción con la que ha vivido ha fallecido en el monasterio de Montserrat Lluís Duch, uno de los antropólogos más lúcidos y creativos de nuestro tiempo. Nacido el barrio de Gràcia en 1936, ingresó a los 25 años convento benedictino de Montserrat, tras cursar estudios de Química. Tuvo una sólida formación interdisciplinar: estudió teología en la Universidad de Tubinga, donde obtuvo el doctorado, y antropología en la Universidad de Münster. Fue profesor invitado en diferentes centros universitarios: Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, Facultad de Teología de Cataluña, Universidad Pompeu Fabra, Instituto de Antropología de la Universidad Autónoma de México…

 

Es autor de una extensa y sólida producción bibliográfica que cuenta con numerosos artículos científicos y cerca de cincuenta libros, publicados en prestigiosas editoriales como Trotta, Herder, Siruela, Publicaciones de la Abadía de Montserrat y Fragmenta, entre los que cabe citar: Mito. Interpretación y cultura; Antropología de la vida cotidiana; Un extraño en nuestra casa y Religión y comunicación, que es una síntesis de su pensamiento.  

 

Duch construyó un pensamiento original con estilo propio caracterizado por la creación de un nuevo lenguaje que ha encontrado eco en el terreno antropológico, pero también en otras ciencias humanas y sociales. Son de su autoría, por ejemplo, conceptos como logomítica, estructuras de acogida, praxis de dominio de la contingencia, teodicea práctica, condición adverbial, estructura, historia, materpaterndad de Dios, empalabrar-empalabramiento etc. Esta última –de claras resonancias de Rilke, poeta de cabecera de Duch, al decir de Joan-Carles Mélich- es quizá la de más relevancia en la obra y el pensamiento del antropólogo catalán, sobre la que volveremos más adelante.  Su significado es fabricar “semánticas cordiales”. 

 

La interdisciplinaridad de su formación se refleja en sus textos, en los que expone las principales teorías de los antropólogos sobre el mito y el ser humano como animal simbólico y entra en diálogo con la filosofía y la teología contemporáneas que se han ocupado de la cuestión de Dios después de Auschwitz, para, a continuación, exponer su propio pensamiento, que ilustra con sugerentes referencias literarias. 

 

Conforme a su distinción entre estructura e historia considera la religión como un fenómeno estructural y el cristianismo, un fenómeno histórico. Es el cristianismo, cree, o mejor la Iglesia, la que está en crisis; son las respuestas institucionales a las preguntas religiosas las que han entrado en crisis, no las preguntas religiosas que se hace el ser humano. Critica el error tan extendido de que el logos es posterior y superior al mito y defiende que hay logos en el mito y mito en el logos. Teoría que resume en el término logomito, que él mismo creó y aplica a la antropología para definir al ser humano como lógico y mítico al mismo tempo. El estudió del mito ha sido precisamente una constante en sus investigaciones antropológicas desde su disertación doctoral en Tubinga en torno a Mircea Eliade hasta nuestros días. 

 

Una de las características de la antropología de Duch, como observa  certeramente Albert Chillón, quizá el mejor conocedor e intérprete de su obra, es la apuesta por un nuevo humanismo o, en otras palabras, la regeneración del legado humanista frente al imperio de la razón instrumental tanto en el orden del saber como en el del quehacer humano. Una razón sometida al asedio de la economía en su versión neoliberal, que ha reducido al ser humano a la unidimensionalidad del homo oeconomicus, como ya viera y denunciara Herbert Marcuse. 

 

La regeneración del humanismo queda bien reflejada en el neologismo “empalabrar”. El ser humano es definido como un empalabrador de mundos, creador de “ámbitos semánticos” de cordialidad, En el proceso de empalabramiento del mundo, Duch reconoce un papel fundamental al símbolo, que posibilita el que los mundos sean empalabrados.  

 

Original es su planteamiento de la cuestión de Dios en las primeras décadas del siglo XXI, En Europa, afirma citando al teólogo alemán Hünermann, “Dios se ha convertido en un extraño en su, en nuestra, propia casa”. Efectivamente, Dios nos es extraño, distante e incluso, para mucha gente, inexistente. Duch habla del “destierro de Dios” y de Dios como superfluo. Y explica dicho carácter superfluo “porque el capitalismo como religión, como sucedáneo del paraíso reencontrado, ofrece sin cesar equivalentes funcionales de la providencia de Dios”. 

 

Sin embargo, el capitalismo como religión tiene una limitación fundamental insuperable: no habla el lenguaje del amor, que es el que pueden compartir Dios y los seres humanos. Su lenguaje es el de la economía, que reduce el misterio “a problemas crematísticos, a objetivaciones sometidas a la férrea ley de la oferta y la demanda”.

 

Duch fue un pensador heterodoxo, antisistema, que se ubicó conscientemente en los márgenes políticos, intelectuales, académicos, religiosos y culturales. Acostumbraba a citar el dictum del filósofo alemán Ernst Bloch, que le escuchó siendo estudiante en Tubinga: “lo mejor de la religión es que crea herejes”. Él era un claro ejemplo. Buena prueba ello son los autores que estudió y con los que estaba en sintonía, entre otros: Thomas Müntzer, Angelus Silesius, Dietrich Bonhoeffer. 

 

Cabe recordar a este respecto que Duch es el autor de la tercera parte de la magna obra Historia de la teología cristiana (3 volúmenes), de su colega Evangelista Vilanova, dedicada a la reforma protestante en los siglos XVI y XVII. En ella afirma que “la reforma y sus teologías pertenecen con pleno derecho a la teología cristiana y, en un sentido más amplio, a la historia religiosa y cultural de la humanidad” (p. 199). Es asimismo el traductor y editor de la Ética, de Bonhoeffer (Trotta, 2000), de quien destaca su innegable calidad de testimonio, la respuesta responsable a los desafíos de su tiempo y la fidelidad inquebrantable a sus compromisos, “lo que constituye la verificación más importante y decisiva en torno a la ética cristiana” (p. 29).

 

En la mima dirección heterodoxa hay que entender su profundo conocimiento y estudio de Thomas Müntzer (1490-1525), representante de la Reforma radical, a quien Ernst Bloch llama “teólogo de la revolución” por haber sido uno de los líderes de la Guerra de los Campesinos. A Duch hay que agradecer la traducción y edición de Tratados y sermones, que recoge todos los escritos de Müntzer publicados por primera vez en castellano (Trotta, 2001). En su excelente introducción “Thomas Müntzer: el hombre y su tiempo”, califica a Müntzer de extraordinaria personalidad religiosa “que ocupa un lugar destacado en los movimientos religiosos sociales y político del primer tercio del siglo XVI” (p. 10).

 

Lluís Duch sigue vivo entre nosotros a través de la ejemplaridad de su vida como investigador y persona comprometida con su tiempo, y de su extensa obra, que sigue siendo fuente de inspiración para personas dedicadas o interesadas por el estudio del ser humano como homo religiosus y animal simbólico. 

 

Juan José Tamayo es teólogo y director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Ignasi Moreta es profesor de literatura de la Universidad Pompeu Fabra y director de la editorial Fragmenta.

Foto: Fragmenta.

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