El Salvador: Los cuerpos del Bajo Lempa toman la palabra (o la poesía de los cuerpos)

08 de Noviembre de 2018

[Por: Francisco José Bosch]




[Oscar Romero, Monse, es el nombre que esconde miles de nombres clandestinos. Es como el cofre de un tesoro, que al abrirlo nos descubre perlas preciosas que habían permanecido enterradas. Así es con el nuevo Santito oficial de la Iglesia Católica: detrás de su vida, su muerte, su lucha, está la vida de todo el pueblo NuestroAméricano. Hay que mirar fijo a San Romero, para con sus lentes mirar la historia y este presente, y allí buscar los testigos de la fe. Y comenzamos a proponerle estos lentes: mirar a Monse será mirar a las CEBs en sus mingas, y en ellas mirar a Pedro…]

 

El calor de Usulután nos recibía con alegría. Una imagen del padre Pedro Leclerq nos recuerda su legado, está más vivo que nunca. Cerca de la pérgola donde realizamos la minga, sus cenizas tienen su merecido descanso, después de haber sido un cuerpo muy movedizo. 

 

El misterio de ese cuerpo que ya no puede hablar nos desafió a contar, desde nuestros cuerpos, algunos sentires creyentes. Estas son algunas líneas de este despertar a la voz de los cuerpos.

 

Qué dirían…

 

Pesada es la herencia que silencia, doméstica y oprime al cuerpo. Pesados los sermones que lo justificaron. Pesado cada movimiento en el calor de Usulután. Pero no hay peso que no pueda ser dado por muerto, y no hay muerto que no pueda ser levantado. En esa tarea nos encontró el Bajo Lempa, a esa tarea nos desafío la vida y la muerte del padre Pedro.

 

Transpirar es señal de que estamos vivos: lo que no se mueve está muerto. Después de dos horas de rezar con el cuerpo, de movernos, de jugar, de encontrarnos entre hermanos sin palabras, de descubrirnos bailando, decidimos parar. Parar para que baje el calor, y que con toda la transpiración encima podamos preguntarnos: ¿Qué diría mi mano si pudiera hablar? ¿y mi oreja? ¿Qué se atrevería a mencionar mi pie izquierdo?

 

Comenzar a armar el rompecabezas del cuerpo-palabra

 

Hay que silenciarnos para escuchar. Hay que despertar al registro que desde el cuerpo nace. Hay que abrir grande los sentidos para oír también con otros y otras. Y en ese desafío personal y colectivo, nacen palabras, siempre suaves y tímidas, que son los susurros que siguen a cualquier grito. La articulación de esos susurros es hoy nuestra tarea fundamental hacia una teología nuestrAméricana. En el bajo lempa pudimos saborear algo de ese sueño en camino:

 

Si mis manos hablaran me dijeran ‘me duele’; que se sienten cansadas…

Si mis pies hablaran me darían las gracias por haber saltado libre sin vergüenza…

Si mis ojos hablaran me reclamarían por no robarle tiempo a mi tiempo para contemplar lo que me rodea; contarían los secretos que llevo dentro; dirían que una de mis hermanas no logró mirarme; me hubieran dicho confía en la hermana que no te va a llevar al vacío; dirían que necesito ver cosas bellas todos los días…

Si mis hombros hablaran contarían lo duro que es la vida de trabajo; me dirían que estoy viviendo un momento tenso…

Si mi cabeza hablara me diría que está un poco adolorida…

Si mis rodillas hablaran me dirían ‘descansa un poco’…

Si mi cuello hablara diría estas muy tensionada; necesito más relajación…

Si mis pulmones hablaran dirían necesito más aire…

Si mi cintura hablara diría ‘me duelen las caderas’…

Si mi columna hablara me hubiera dicho que no siguiera con los ejercicios…

Si mi sonrisa hablara diría que por un día en su vida fue una sonrisa pura porque en realidad estoy feliz…

 

Comenzar por escuchar el cuerpo, por silenciar la cabeza, terminar con el monologo de la razón. Por ahora compartimos palabras sueltas que esperan armar una polifonía. Voces de cuerpos marcados por la vida, fuentes de revelación, palabra de Dios en nuestra vida que debemos oír.

 

 

El desafío está planteado: toda la palabra de Dios en nuestros cuerpos, toda la memoria en nuestras pieles, todo el silencio impuesto que se resquebraja desde cada cicatriz… 

 

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