Creo en el Dios fiel animando la historia

08 de Noviembre de 2018

[Por: Rosa Ramos]




 

DIO È MORTO…

“Ma penso che questa mia generazione 

è preparata a un mondo nuovo 

e a una speranza appena nata… 

perché noi tutti ormai sappiamo 

che se Dio muore è per tre giorni e poi risorge…”

Francesco Guccini

 

Se entiende y no necesita traducción la estrofa precedente de una vieja canción del cantautor italiano Francesco Guccini. Anuncia la idea de esta entrega: invitación a renovar la esperanza, en tiempos oscuros para la región, el continente y el mundo. 

 

Hace unas décadas el entusiasmo (recogido en el Concilio) hacía arder corazones y movía acciones en distintos puntos del planeta, también en este continente, animado por la voz profética de Medellín. Vivimos momentos de euforia, luego pasamos por duros tiempos, pero nos levantamos, caminamos; ahora la oscuridad amenaza una vez más y nos confunde, inquieta, hace vacilar… pero es necesario evitar caer en la desesperanza y/o la pasividad. 

 

El límite de un mundo en formación supone esta constante histórica –no eterno retorno- de tiempos más o menos largos de oscuridad seguidos por tiempos de esperanza que la humanidad porfiadamente abraza y gesta. Sin duda entusiasman y es más fácil caminar en los momentos de avance histórico, pero los cristianos más allá de los tiempos duros o de bonanza, tenemos una fe que nos habla de un Dios alfa y un omega. Vivimos en la tensión hacia una meta que es a la vez regalo suyo y responsabilidad nuestra, tarea compartida. 

 

La historia humana se mueve hacia el omega entre “años que albañilean y otros de derrumbamiento”, como canta Eduardo Darnauchans. Y –parafraseándolo- cuando se pierde “la compañera”, que puede ser el rumbo o la esperanza, es necesario pedir como él “desátame de este enredo”: solos no podemos, será con otros y con la fuerza de Dios.

 

Creemos que Dios está implicado libre y voluntariamente, por Amor, en ese alfa y omega, que no nos abandona en el camino: promueve siempre nuevas posibilidades que despiertan nuestro movimiento hacia ese telos-meta- que es Dios mismo. Sabemos que no lo podremos alcanzar intrahistóricamente en forma plena ese final feliz, pero confiamos nos será regalado (GS 37, 39). La esperanza, entonces, vuelve a lanzarse confiada en el Dios fiel y caminamos.

 

En la Biblioteca de Amerindia apareció la semana pasada un artículo mío escrito desde el viejo mundo, un escrito largo pero a medio hacer, sobre el cual quedé con grandes dudas, por eso aquí en este espacio habitual y procurando el estilo habitual, lo retomo, recojo lo sustancial, y a la vez procuraré enriquecer con una mirada más holística.  Me explico:

 

Ese artículo aludido lleva por título “El Espíritu no abandona la Iglesia” y mi intención fue animarme y animar a otros a la gratitud y a la esperanza subrayando tres figuras emblemáticas en momentos relevantes de nuestra Iglesia: San Pablo VI, San Romero y el Papa Francisco. 

 

Me movía la emoción de las recientes canonizaciones vividas en la Plaza de San Pedro (estuve allí el 14/10), a la vez que la angustia o desolación de ver un Vaticano tan poco Vaticano II, aunque parezca un juego de palabras. Viví ese día con más dolor que alegría, con más sensación de fracaso que de triunfo, confieso que salí de la plaza con un sabor amargo, agobiada por el peso de la estructura que me pareció más inamovible que nunca, pese a ver en lo alto las imágenes de San Romero y San Pablo VI, junto con otros nuevos santos.

 

Esa salida, casi huída, de la celebración preconciliar, tan lejana ahistórica y fría, sólo tuvo un momento de luz: la amplia sonrisa del Papa Francisco recorriendo la plaza en el coche y saludando con paz y alegría como si todo estuviera bien. Esa imagen la viví como un fuerte y cuestionador contraste con lo que yo había presenciado y sufrido. 

 

“Mucho más que yo debe sufrir este hombre y mucho han sufrido otros”, pensé. Pues yo sufrí una hora y media allí en la celebración, pero ¡cuánto han sufrido otros por este peso institucional tantas veces sordo e insensible a la vida que se mueve y muere fuera

 

Tres imágenes fueron perfilándose en los días siguientes en la memoria salvadora -esa en la que se asoma el Espíritu de Dios-: la de Monseñor Romero masacrado, perseguido antes y después por injurias; la de Pablo VI también ensombrecida al resaltar desaciertos, en vez de dejar ver tanta luz que había irradiado; la del Papa Francisco sonriendo sereno a la gente. 

 

Esas tres imágenes interiores me conmovieron, echaron raíces buscando la savia en las profundidades, para encontrarme con su secreto –y de todos los varones y mujeres que son capaces de caminar firmes en la esperanza-, para beber también yo de su fortaleza interior que entiendo es la fe, una fe sólida en el Dios fiel que no falla.

 

Esa es la explicación del artículo que invito a leer, allí intento dar cuenta de esos hombres de Iglesia, pero sobre todo de Dios, capaces de iluminar la noche como luciérnagas, o estrellas fugaces: su rastro de luz permite vislumbrar el sentido – aliento y dirección- de la Luz divina.

 

Luego de enviado surgió la autocrítica, pues más allá de esos seres –sin duda profetas heroicos en sus respectivos contextos-, del ministerio (servicio) que han prestado o prestan, y también más allá de la Iglesia, creo que Dios no abandona a su pueblo, vale decir a todos los pueblos de la tierra animando a cada uno desde dentro de su propio complejo devenir histórico, y encarnándose o acontenciendo en los momentos axiales, que cada pueblo vive interpreta y recoge como aprendizaje para avanzar hacia su telos. 

 

Francesco Guccini me ayudó hoy a expresar la confianza y la fe, más allá de las muertes de Dios  que también percibimos a nuestro alrededor, de los homicidios que a diario comentemos como “civilizaciones”, pues si la gloria de Dios es que el hombre viva, su muerte es también la muerte de Dios. Por otra parte sin duda también mueren imágenes de dios –con minúscula- y eso es justo y necesario para que busquemos al Dios verdadero que no cabe en imágenes, que las desborda siempre, a la vez que no deja de dar señales y acontecer en la historia.

 

La canción termina así, ahora con traducción:

 

“Todos sin embargo sabemos que 

si Dios muere es por tres días y luego resucita

En aquello que creemos Dios resucita

En aquello que queremos (bien) Dios resucita

En el mundo que haremos Dios resucita”

 

Las vidas de Monseñor Romero y Pablo VI así como las opciones del Papa Francisco hoy, son emergentes del movimiento histórico más subterráneo o imperceptible -humano y divino-, que tiende hacia el omega anhelado y prometido de dignidad, belleza, fraternidad universal: Vida en abundancia, como expresa Jesús. 

 

Esta es la fe que Dios suscita en todos los pueblos una y otra vez en virtud de su fidelidad.

 

 

Imagen: https://www.nacion.com/el-mundo/interes-humano/papa-francisco-canoniza-este-domingo-a-sus-modelos/MZJORFXGGRHHVDL556B6AFLVKE/story/ 

 

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