Crónicas desde Medellín (6)

12 de Octubre de 2018

[Por: Juan José Tamayo]




 “Medellín fue un nuevo Pentecostés para América Latina”

 

Especialmente significativa en el Encuentro de Medellín 2018 fue la  participación de Olga Lucía Álvarez como testiga viva de la II Asamblea la General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968, donde fungió como secretaria junto con sus compañeras Madre María Agudelo, Beatriz Montoya y Helena Yarce, que con gran habilidad lograron impedir que se aprobara el documento conservador de la Asamblea. Ni siquiera se presentó. 

 

La trayectoria vital y eclesial de Olga Lucía no puede ser más apasionante. Fue colaboradora de monseñor Gerardo Valencia Cano, misionero javeriano de Yarumal, nombrado obispo de Buenaventura (Colombia) en 1952 con 35 años. Se adelantó al Concilio Vaticano II y puso a la diócesis en perspectiva misionero-liberadora. Participó en las cuatros sesiones del concilio y aplicó la reforma conciliar con rigor y radicalidad.

 

Valencia Cano fue el primer presidente del Departamento de Misiones del CELAM. Tras 20 años como obispo de Buenaventura (1952-1972), falleció en un accidente de avión nunca esclarecido que se sospecha fue un atentado. En los albores del Concilio Vaticano II fundó USEMI, antes UFEMI (Unión Femenina Misionera), institución laica al servicio de los desprotegidos y empobrecidos en las diferentes regiones del país: comunidades indígenas y negras  (Departamento del Cesar, Sierra Nevada, Quibdó-Chocó, Buenaventura, Valle del Cauca, Rio San Juan).

 

Olga Lucía fue ordenada presbítera el 11 de noviembre de 2010 en Sarasola por la obispa Bridget Mary Meehan (Asociación de Presbíteras Católicas Romanas). En Filadelfia (EE. UU.) el 24 de septiembre de 2015, fiesta de la Virgen de la Merced, le pidieron asumiera el servicio del episcopado, que ejerce actualmente con generosidad y entrega. Su testimonio sobre el ejercicio del presbiterado y del episcopado reflejan el nuevo estilo de ambos servicios, inusual en la Iglesia católica:

 

“Soy hija de la Teología de la Liberación, formada por mi obispo misionero Gerardo Valencia Cano, misionero javeriano. Nunca pensé hacerme presbítera, pero la ausencia de sacerdotes atendiendo al campo y al sector popular me movieron a buscar el ministerio. Porque nunca entendí por qué el Evangelio tenía murallas y fronteras… He sido aceptada por el Pueblo de Dios. No he tenido problemas con la Jerarquía, a sabiendas de nuestra presencia. Nuestra experiencia es Casa-Iglesia. No estamos en competencia. Atendemos las Comunidades Eclesiales de Base. He trabajado directamente con las mujeres, recién salidas de la cárcel, y nos disponemos a trabajar con la Fundación Primavera, que acoge a las mujeres venidas de la prostitución y de abuso sexual. No usamos títulos, no somos clericales, ni en actitudes, ni en vestimentas”.

 

En el Encuentro de Medellín 2018 dirigió la celebración de las y los mártires en una ceremonia emotiva y cargada de simbolismo como ejercicio de memoria histórica subversiva de cuantas personas fueron asesinadas por la defensa de los derechos humanos  y de cuantas perdieron su vida en las fronteras. En la mesa de la celebración había una reliquia del obispo mártir monseñor Angelelli, traída de Argentina por un compañero participante en el Encuentro.

 

Durante la celebración depositamos tierra del lugar de procedencia de los y las asistentes, una tierra bañada por la sangre de los mártires: víctimas inmigrantes del Mediterráneo, víctimas de la violencia racista de Estados Unidos, del Congo, Harare, Ecuador, Guatemala, El Salvador, Argentina, Colombia. Luego guardamos en una bolsa un puñado de esa tierra para llevarla a nuestros lugares de origen y así compartir y hacer memoria de todas y todos los mártires del mundo, que dieron la vida por la Justicia, la Paz y el Evangelio.

 

Al final, Olga Lucía pidió que nos colocáramos de cara a Oriente en acción de gracias a Dios por su Luz que nos ilumina siempre en el camino de la Vida, la Justicia y la Paz. Terminamos dándonos la bendición indígena aprendida de una sacerdote maya de Guatemala: “Desde el Corazón del Cielo, al Corazón de la Tierra, al Corazón de los Mares, al Corazón de los Aires”, que la presencia divina nunca nos falte! En el nombre del Padre-Madre, del Hijo y de la Espíritu Santa. Amén.

 

El testimonio de Olga Lucía era muy esperado y fue escuchado con profundo respeto. Intervino en la mesa sobre “Las Mujeres” junto con la pastora Gloria Ulloa y la antropóloga María del Carmen Montes Castillo. Nos compartió la importancia profética del Primer Encuentro Continental de Misiones en América Latina celebrado en Melgar-Tolima (Colombia) en abril de 1968, en el que participaron 18 obispos, misioneros, misioneras y especialistas en diferentes disciplinas como la antropología y la sociología. Destacó las palabras de monseñor Valencia Cano sobre la necesidad de una pastoral conforme a la identidad socio-cultural de los territorios llamados de misión: 

 

“La Iglesia en América latina, con mayor razón en las áreas misionales, tiene que despojarse en su acción profética y litúrgica, de muchos elementos que la imprimen un carácter extraño y burgués que no está en consonancia con los niveles socio-culturales de nuestros territorios de misión. Esas culturas que hemos dado en llamar primitivas, pero que es con su riqueza peculiar la clave para el entendimiento de un buen número de nuestros conciudadanos biogenéticos y culturalmente mestizos.  América Latina necesita su propia pastoral. No hay dudas de que las diferencias adquieren sus expresiones más genuinas en los territorios de misiones (...)”.

 

La aportación liberadora de Melgar no fue aceptada oficialmente porque a Roma le llegaron acusaciones propaladas por el nuncio Sergio Pignedoli, quien calificó el Encuentro de “una celebración realizada sin los cánones establecidos por la Iglesia”. Pero Olga Lucía reconoció que marcó el camino de la Asamblea de Medellín.

 

Olga Lucía se refirió las ausencias y presencias más significativas en Medellín Hubo mujeres, ciertamente, pero eran invisibles e inaudibles, sin voz ni voto. Hubo un equipo de mujeres dedicado al apoyo logístico en asuntos de cocina y aseo, pero sin ningún reconocimiento por su trabajo. Había también algunos laicos y hermanos protestantes como el obispo anglicano David Reed y el hermano Roger Schutz, de la comunidad ecuménica de Taizé, pero solo como meros observadores. 

 

Destacó la ausencia de las comunidades indígenas y afrodescendientes, si bien algunos obispos denunciaron su discriminación y pusieron voz a sus reivindicaciones, como Gerardo Valencia Cano (colombiano), Leonidas Proaño (ecuatoriano), Víctor Garaygordobi (español que trabajó en Ecuador), Samuel Ruiz (mexicano), Hélder Cámara (Brasil), José Dammert (peruano), Ramón Bogarín (Paraguay), Dom Cándido Padín (Brasil), etc.

 

Contó con sentido del humor las estrategias utilizadas por las secretarias de la Asamblea para “abortar” el documento conservador, conocido como el contra-documento, que el obispo auxiliar de Caracas (Venezuela) quiso presentar a la Asamblea para su aprobación.

 

Citó uno de los textos más lúcidos de Medellín en el que se reconoce la existencia de una situación de injusticia generalizada en América Latina que Medellín definió como “violencia institucionalizada” y se reclama la exigencia de justicia como condición ineludible para la paz:

 

“Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, ‘poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política’ (Populorum progressio, n. 30), violándose así derechos fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina ‘la tentación de la violencia’. No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos” (Documento sobre la Paz, n. 16).

 

Olga Lucía nos compartió finalmente su más profunda reflexión sobre Medellín en forma de aforismo: “Medellín fue un nuevo Pentecostés para América Latina”.

 

 

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