03 de Octubre de 2018
[Por: Juan José Tamayo]
“Las mujeres reivindicamos la autonomía, la igualdad originaria y la equidad de género”
En la crónica anterior expuse la lúcida e interpelante reflexión de la pastora presbiteriana colombiana Gloria Ulloa en el panel “Mujeres” del Encuentro Medellín + 50 ·El grito por los pobres, grito por la vida Luces y sombras a 50 años de Medellín, que tuvo lugar en la ciudad colombiana del mismo nombre del 28 de agosto al 1 de septiembre de 2018. En esta V Crónica desde Medellín voy a presentar la excelente intervención de María del Carmen Montes Castillo, antropóloga mexicana, miembro del SICSAL y colaboradora de Don Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, que compartió el panel con Gloria Ulloa.
María del Carmen Montes Castillo hizo un recorrido en clave dialéctica por las luces y sombras del caminar de las mujeres en América Latina durante los cincuenta años posteriores a Medellín. Su primera constatación fue que, constituyendo la mayoría en la Iglesia, son colocadas en lugares subalternos, en papeles secundarios y en las labores domésticas, sus cuerpos son objeto de control punitivo y sus derechos sexuales y reproductivos negados. No es un análisis para sentirnos optimistas, pero es una descripción empíricamente verificable, que nos lleva a abrir los ojos a una realidad que es necesario cambiar.
La segunda constatación es que en los años 1965-1970, de profunda renovación eclesial, las mujeres estuvieron presentes y asumieron compromisos importantes en las luchas de los barrios, de los pueblos, pero fueron invisibles. Quizá el avance más importante llevado a cabo por las mujeres desde el punto e vita religioso fue tomar en sus manos la Biblia, empoderarse en el trabajo pastoral y en los estudios teológicos, “reivindicar la autonomía, la igualdad originaria y la equidad de género” y reconocerse “autoridad moral, capaces de tomar decisiones en todos los ámbitos de nuestras vidas…, imagen y semejanza de Dios con quien compartimos la libertad, la dignidad y decisiones”. Es este, sin duda, un elemento esperanzador que conduce al optimismo.
Sin embargo, la jerarquía de la Iglesia católica no reconoce las importantes contribuciones prestadas por el feminismo a la vida de las mujeres y de los hombres. “Seguimos padeciendo –afirma- el control punitivo que hay sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, la estigmatización por decidir libre y responsablemente acerca del número y el esparcimiento de nuestras hijas e hijos, aun cuando los derechos sexuales y reproductivos han sido reconocidos”.
A las luces expuestas anteriormente hay que añadir igualmente esperanzadoras: actuación autónoma de las mujeres, conscientes de las decisiones que toman; su incursión en el estudio, desde la perspectiva de género, de la antropología, la teología feminista; la formación de redes y alianzas de mujeres; la construcción de un cuerpo teórico que las fortalece y da seguridad.
Entre las sombras, se refirió también a las resistencias frente a los avances conseguidos y a los retrocesos, a nivel de ideologías y prácticas, de las jerarquías que rechazan los avances legislativos, laborales, sociales y políticos en materia de igualdad. La sombra mayor es, sin duda, el sistema patriarcal, muy presente y actuante en la Iglesia católica.
Ofreció una propuesta de la Iglesia que anhelamos con estas características: que recupere el mensaje evangélico de solidaridad los pobres y excluidos; inclusiva y respetuosa de las diferencias; reconozca la libertad de conciencia, de expresión y asociación y los derechos humanos en su interior; anteponga la vida a las normas, acepte el ecumenismo real, respete los Estados laicos, renuncie a ser Estado y se comprometa con los pobres; renueve su doctrina moral en materia de sexualidad, reproducción, aborto, homosexualidad, eutanasia, modelos de familia, SIDA, métodos anticonceptivos; fomente la participación, la descentralización, el diálogo, la corresponsabilidad y la rendición de cuentas.
María del Carmen Montes puso especial acento en la incorporación de las mujeres y la juventud en la toma de decisiones y el reconocimiento de su autoridad moral. Exigió, asimismo, el reconocimiento del daño moral causado a las víctimas de abusos sexuales, de discriminación y de exclusión, y el castigo a los culpables del delito de pederastia “suspendiéndolos del ministerio sacerdotal y sometiéndolos ante las leyes civiles”.
Terminó su intervención con un bello texto de la hermana Leonor Aida Concha en torno a las mujeres cristianas en el presente milenio. Es el sueño de una Iglesia:
- Que desmonta en su interior el mito de la superioridad masculina y proclama el fin de un mundo binario, es decir, el de una realidad dual antagónica.
- Elimina la dominación basada en la masculinidad y toma en cuenta a las mujeres como sujetos y logre “dar el paso a estructuras de justicia igualitaria como coherencia evangélica”.
- No estará conducida por clérigos, que abandonarán su condición sacral, sino por seglares, hombres y mujeres.
- “Ya no se sentirá dueña y controladora de Dios”, sino que contribuirá con otras religiones y con los hombres y mujeres de todo el mundo a construir mejores realidades.
- Estará ligada al conjunto del cosmos, que sustituya las ideas jerárquicas del universo por las relaciones de interdependencia en todos los niveles de la existencia.
- Que baja de la cruz a las personas y colectivos empobrecidos y no hace del sufrimiento su eje central, sino que contribuye a mejorar la vida cotidiana de la gente oprimida.
- Que habrá eliminado el enfoque biologicista que tiene de las mujeres y tratará a estas con amor misericordioso y no de manera condenatoria.
- En la que las mujeres elaborarán una teología que supere las concepciones e imágenes exclusivamente masculinas de Dios.
- En la que las mujeres participarán en la reformulación de una nueva ética que considere la sexualidad y el gozo como algo positivo.
- En la que las mujeres coordinarán sus Iglesias locales, animadas por dios liberador.
- En la que las mujeres ayudarán a superar los miedos y a eliminar las esclavitudes, injusticias y sufrimientos de la humanidad.
- En la que se hará memoria de los orígenes del cristianismo como momentos liberadores de las mujeres.
La mujer del presente milenio, concluye el utópico relato de Leonor Aida Concha, “observará cómo terminó el miedo que la humanidad de los pasados milenios tuvo a lo femenino porque expresaba las fuerzas de la vida que son oscuras, inmensas, seductoras, unas veces silenciosas, otras ruidosas, que parecen escapar al control de la razón, pero que son temidas por su grandeza. La humanidad en sus dimensiones femenina y masculina se habrá reconciliado consigo misma”.
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