27 de Setiembre de 2018
[Por: Sofía Chipana Quispe]
Hacemos una justa memoria de aquellos cuerpos que aún andan perdidos en el silencio cómplice, pero no han desaparecido de la memoria de sus seres queridos y de una sociedad que no quiere acostumbrarse a la violencia, a la muerte prematura. Jóvenes de Ayotzinapa, presentes ahora con sus sueños, caminando por otros territorios, como los nuestros, desde la que apelamos a la justicia cósmica a fin de que sus memorias no queden en el olvido, sino que las estrellas que nos acompañan y que fueron testigos de la violencia que sufrieron, en cada uno de sus destellos nos devuelvan la memoria de la noche del 26 de septiembre de 2014, para que no se repita.
Hace cuatro años, escuchamos que desaparecieron misteriosamente 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, día en que se disponían a buscar los medios para trasladarse a marchar al Distrito Federal para conmemorar la represión al movimiento estudiantil de México conocido como la masacre de Tlatelolco del año de 1968.
Hay muchas palabras en torno a lo que aconteció, pero en la emboscada de la noche del 26, después de la cacería que duró toda la noche en la que fueron asesinados 6 personas, entre ellas 3 estudiantes, se reportaron más de 40 heridos y los 43 estudiantes desaparecidos. Desde ese día escuchamos la demanda de: ¡Vivos se los llevaron y vivos los queremos! Han pasado cuatro años y aún las madres y padres de las/os jóvenes no pierden la esperanza de ver a sus hijos vivos. Los 43 jóvenes desaparecidos ha conmovido a muchos territorios, y todo lo que después se empezó a escarbar, las diversas fosas de cuerpos encontrados, pero en ninguna encontraron sus cuerpos. Pero la fuerza de los/as que claman, hace que sus hijos vuelva a la vida desde el vínculo con sus sueños, como los podemos escuchar del testimonio de un joven estudiante de Ayotzinapa:
Tengo una meta que es ser maestro, ser docente. Yo venía con esa finalidad para llegar a dar clases a mi comunidad, ya que es una comunidad muy alejada, con alrededor de unos 200 habitantes. Los maestros que luego van, pues no sé si por el calor, por la comida, pero luego se van, no hacen ni medio año y se cambian, es por eso que yo venía. Vengo con esa meta: lograr llegar a mi comunidad a dar clases, a ser docente de ahí (Andrés Hernández, 21, estudiante de primer año. Citado en: Gliber, 2016, p. 15).
Se trata de jóvenes que al igual que en muchos de nuestros pueblos persiguen los sueños de una vida digna, al buscar acceder a unos estudios que se consigue muchas veces a plan de mucho esfuerzo, ya que la mayoría de la población joven es heredera de un sistema de exclusión y empobrecimiento que les priva del derecho a seguir potenciando sus capacidades, a fin de no seguir lo que el mismo sistema crea, esas otras fuerzas que imperan a través del crimen organizado, el narcotráfico o la prostitución, que son avaladas muchas veces por las fuerzas estatales, como se puede advertir en la desaparición de los 43 estudiantes, que fueron asediados por la fuerza policial para ser entregados al crimen organizado de un cartel, con el posible consentimiento de las “autoridades locales”, como lo recuerda el testimonio de un joven:
Veíamos como bajaban a los compañeros del tercer autobús. Los pateaban, golpeándolos los bajaron. Ahí venía el compañero que balearon en la mano, lo bajaron también a golpes. Y veíamos como los llevaban a las patrullas y se los llevaban los policías municipales (José Armando, 20, estudiante de primer año. Citado en: Gliber, 2016, p. 75).
Estos días de memoria, seguro que el entramado de relatos surgen nuevamente para recordar a los que aún no han encontrado, pero esto nos lleva a preguntar, ¿qué llevó al poder autoritario a desaparecerlos?, ¿su ser indígenas, su ser pobres?, ¿la relación de su centro de formación con la revolución?, en fin todo lo que se dice sobre ellos, pero ¿todo eso justifica tanta violencia? De dónde surge esa violencia, ¿será posible que las maniobras de las fuerzas militares formadas para ejercer las peores formas de violencia siguen operando?, y ahora comandadas ¿por quién? Violencia sin la posibilidad de nombrar, que duele en el corazón, sobre todo cuando recordamos la foto del joven Julio César Mondragón que había muerto posiblemente por las lesiones serias que habría sufrido cuando le quitaban la piel del rostro, para presentarlo así, un rostro sin rostro, el suyo y el de sus victimarios.
Si bien hoy se rememora y se exige la justicia para los 43, hay muchas y muchos más que claman justicia, son los 43 y otros/as más. Pero lo que llama la atención de sobremanera, es la violencia que se sembró en los territorios de lo que hoy son los Estados Unidos de México, donde hace algunos años se refugiaron los exiliados de las dictaduras del sur que emprendieron sus vidas después de haber sido asediados por la represión militar que seguían los mandatos de la Escuela de las Américas, que a toda costa buscaba encontrar “comunistas”. México ha sido la tierra de la esperanza, de la vida para los que tenían la posibilidad de huir de la persecución.
Desde la conexión con las fuerzas de la vida, esa fuerza que va más allá de la violencia, será necesario hacer un vínculo mayor porque se trata de la conexión con esas otras formas impensables de la vida que puede ser capaz de transformar la fuerza de la perversión y sinsentido. No es fácil, porque la violencia arrebatadora de vidas parece extenderse por muchos territorios, donde el fuego de las armas sigue amedrentado y arrebatando vidas, desapareciendo cuerpos; mientras algunos siguen planteando armar a la violencia campante que atraviesa fronteras a fin de mantener la paz y el orden.
Pero a medida que podamos y desde donde podamos, sigamos honrando la vida, a partir del tejido de la Gran Red de la Vida que busca que sus hilos no sufran el quiebre total, para que pueda seguir sosteniendo la resistencia que hace frente, como diría León Gieco, a ese monstruo grande que pisa fuerte. Y evocando las palabras siempre sabias del gran ancestro vinculador de mundos, Eduardo Galeano, que decía que “los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos”. Y que sus memorias evocan un desafío, como recordó en las palabras emitidas desde San Cristóbal de Las Casas, donde “el Ejército Zapatista de Liberación Nacional dice lo suyo: Es terrible y maravilloso que los pobres que aspiran a ser maestros se hayan convertido en los mejores profesores, con la fuerza de su dolor convertido en rabia digna, para que México y el mundo despierten y pregunten y cuestionen”.
Unidas a Marisa compañera de vida de Julio César y a la pequeña Sayuri, un retoñito del amor concebido entre ambos.
Bibliografía
Gilber, John (2016). Una historia oral de la infamia. Los ataques contra los normalistas de Ayotzinapa. Disponible en: https://radiozapatista.org/wp-content/uploads/2018/04/UNA-HISTORIA-ORAL-DE-LA-INFAMIA-John-Gibler.pdf
Imagen: https://desinformemonos.org/ayotzinapa-la-importancia-no-dejar-solas-las-victimas/
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