16 de Setiembre de 2018
[Por: Juan José Tamayo]
“La asimetría de género está atravesada por la marginación y la pobreza”
En el “Encuentro Internacional Medellín + 50” oímos y compartimos las voces de las mujeres empoderadas e indignadas por las múltiples discriminaciones de que vienen siendo objeto: de género, etnia, cultura, religión, clase social, identidad sexual, trabajo, origen geográfico, en la sociedad, en las religiones y muy especialmente en las iglesias cristianas, que no suelen reconocer a las mujeres como sujetos morales, religiosos, eclesiales y difícilmente como sujetos teológicos. Ante tamaña marginación inter-seccional, la actitud de las mujeres participantes en el Encuentro no fue, empero, de resignación y acatamiento, sino todo lo contrario: de indignación, empoderamiento, resistencia y propuesta de alternativas.
Lo primero que descubrimos fue que en la Asamblea de Medellín ‘68 hubo un importante grupo de mujeres, que hicieron el trabajo más necesario y arduo, pero oculto, sin reconocimiento, visibilidad ni valoración por parte de las personas asistentes. Los protagonistas únicos fueron los obispos y algunos teólogos varones. Las mujeres estuvieron presentes y tuvieron un papel muy activo desde su inicio en las comunidades eclesiales de base, promovidas por Medellín y consideradas “célula inicial de estructuración eclesial y foco de evangelización…, factor primordial de promoción humana y desarrollo”. Pero ni eran vistas ni se veían a sí mismas. Tampoco las mujeres fueron tema de análisis y reflexión en la Asamblea de Medellín 1968. El silencio sobre ellas fue la prueba más evidente de su irrelevancia e insignificancia.
Muy distinto fue el papel jugado por las mujeres en el Encuentro conmemorativo de Medellín cincuenta años después. Su presencia fue numerosa, su participación, fundamental, su protagonismo y visibilidad, muy destacados y sus aportes, muy luminosos y creativos. Sirva como ejemplo el panel “Mujeres” en el que participaron María del Carmen Montes, colaboradora de Don Samuel Ruiz, obispo de Chiapas y miembro del SICSAL de México, Gloria Ulloa, pastora de la Iglesia Presbiteriana de Colombia y presidenta del Consejo Mundial de Iglesias para América Latina, de Colombia, y Olga Lucía Álvarez, obispa de la Iglesia Católica Romana.
Creo que la síntesis del panel puede resumirse en la afirmación de Gloria Ulloa, compartida y desarrollada por las dos participantes que la acompañaban: “la asimetría de género atravesada por la marginación y la pobreza es uno de los temas relevantes en la vida de todas las iglesias que a lo largo de mi vida he podido conocer”.
¿Hay marginación de género en la Iglesia Católica Romana?”, preguntó. “En la Iglesia Presbiteriana de Colombia y en las iglesias que conforman el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) también”, fue su respuesta contundente, la respuesta de quien es, como acabo de presentar, es presidenta del Consejo Mundial de Iglesias para América Latina.
Pero también subrayó los cambios producidos en la dirección de dicho Consejo en dirección a la igualdad entre hombres y mujeres: una mujer africana laica es la moderadora del Comité Central; cuatro de los ocho presidentas son mujeres; por primera vez una secretaria adjunta podría aspirar a ser la próxima Secretaria General. A esto cabe sumar la creación de un grupo de asesoramiento sobre Género cuyo objetivo es elaborar una política de justicia de género en el CMI, la formación teológica ecuménica la capacitación para el liderazgo de las mujeres y la reflexión sobre lo que implican la justicia y la paz para las mujeres que viven en situaciones de deshumanización: refugiadas, víctimas de violencia sexual y de trata.
Constató, no obstante, que personas pertenecientes a comunidades religiosas siguen perpetrando violencia contra las mujeres y que en las iglesias cristianas existen prácticas culturales y religiosas que pueden legitimar la violencia doméstica y los feminicidios. Legitimación que se mantiene al no cuestionar la organización patriarcal de la sociedad que discrimina a las mujeres o las injusticias económicas que llevan al abuso sexual de las mujeres.
“Lo que tenemos que admitir –afirmó elevando la voz en tono de denuncia profética- es que la MARGINACIÓN y la VIOLENCIA contra las mujeres están conectadas con las prácticas religiosas y que incluso se utilizan textos religiosos y autoridades para justificar actitudes de esta índole”.
¿Hay alternativa? Claro que sí, respondió Gloria Ulloa. Consiste en que:
- las mujeres sigan gritando en la sociedad y en las iglesias para reclamar JUSTICIA DE GÉNERO;
- las iglesias acompañen ese clamor que no se soluciona con políticas que inducen al miedo;
- se apliquen POLÍTICAS y PRÁCTICAS que evidencien que ese clamor es escuchado.
No quiero terminar esta crónica sin expresar mi agradecimiento a las Hermanas Lauritas, en cuya residencia del barrio de Belencito celebramos el Encuentro, por la maravillosa acogida, el excelente trato, la sintonía en los proyectos de solidaridad y la corriente cálida de comunicación. Hemos podido escuchar de sus labios los ejemplares relatos de su compromiso con las comunidades indígenas y afrocolombianas empobrecidas, que constituyen el lugar social, eclesial, ético y teológico privilegiado de liberación.
Su trabajo pastoral y social se orienta al reconocimiento de la dignidad negada de estas comunidades y a la defensa del territorio de los pueblos originarios expropiado por las multinacionales extractivistas con el apoyo del gobierno colombiano. En mi agradecimiento creo interpretar el de las más de 200 personas que hemos compartido con las Hermanas experiencias e ideas liberadoras durante cinco días inolvidables. Gracias, Hermanas. Espero poder saludarlas de nuevo a mediados de octubre en mi nuevo viaje a Colombia para participar en un Encuentro Internacional sobre Medellín en la Universidad Santo Tomás. Gracias, Hermanas
En la próxima crónica, la quinta, me referiré a las intervenciones de María del Carmen Montes y Olga Lucía Álvarez
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