05 de Setiembre de 2018
[Por: Juan José Tamayo]
Petición de perdón a Dios y a las víctimas de la Iglesia
Dentro del “Encuentro Medellín + 50. El grito de los pobres, gritos de vida”, celebrado en Medellín del 28 al 31 de agosto para conmemorar el 50 aniversario de la II Asamblea General del Episcopado Latinoamericano, participamos en un emotivo Acto de Petición de Perdón en el Museo Casa de la Memoria, lugar de memorias vivas que invita a ver y escuchar para no repetir, donde acostumbran a reunirse las víctimas de la violencia sociopolítica y del sistema económico, político, social y cultural. Nos reunimos para escuchar algunos casos representativos de personas creyentes en Jesús de Nazaret, entre ellos personas laicas, sacerdotes, obispos, religiosos, religiosas, etc., perseguidos por su generosidad en el servicio a las personas más pobres, su trabajo concientizador con las comunidades campesinas, su defensa de la dignidad humana y su compromiso por la justicia.
Quienes los persiguieron fueron sus mismos hermanos que ostentaban la autoridad religiosa y nunca escucharon la voz del pueblo. Haber encarnado en sus opciones personales y pastorales las grandes opciones de Medellín les costó sufrimiento sin fin, hasta la muerte. En estos procesos, las autoridades de la Iglesia nunca los apoyaron, no escucharon la voz de Dios, la voz del pueblo que gritaba en sus voces. Por todo ello, como creyentes en el Dios Padre y Madre, que quiere ante todo la vida digna para cada uno de sus hijos e hijas, nos reunimos para pedir perdón al Dios de la Justicia y de la ternura y a las víctimas como condición necesaria para caminar en dirección a la reconciliación..
Nos acompañaron: Fernando Quintero, cofundador del movimiento eclesial “Hombres nuevos para un Mundo Nuevo”, organización que fue objeto de amenazas por los paramilitares, desplazamientos y de atentados contra líderes comunales; Maricarmen Montes, del SICSAL, colaboradora pastoral de monseñor Samuel Ruiz en Chiapas, que trabajó por la promoción de las comunidades indígenas y sufrió la persecución por parte del Vaticano; Noelia Valencia, sobrina de monseñor Gerardo Valencia Cano, defensor de las poblaciones afro-colombianas y de los indígenas de la selva, que le ocasionaron la malquerencia de sus hermanos en el episcopado, de parte del clero y de la oligarquía colombiana; José Fabio Naranjo, miembro del grupo de personas laicas, religiosas y sacerdotes Nus, dos de cuyos miembros fueron asesinados; Charito Rubio y Margarita María Piedrahíta, religiosas Lauritas, que, acusadas junto con la de Superiora General, de ser agentes de la guerrilla e incitar al campesinado, fueron perseguidas por el obispo Darío Castrillón; Armando Márquez, secretario del SICSAL, amigo personal y compañero de monseñor Romero, arzobispo asesinado de San Salvador, acompañante y testigo del compromiso por la justicia del arzobispo, así como de la incomprensión de una parte de la Iglesia salvadoreña hacia la persona del profeta mártir.
Tras la lectura de textos bíblicos penitenciales en sintonía con las agresiones hacia las víctimas (Isaías 51,1-10: ¡el ayuno que yo quiero!” y Lucas: 18,9-14: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!”) y el Canto de las Criaturas de Francisco de Asís, tomaron la palabra estas para describir la brutal e inmisericorde violencia de que fueron objeto ellas mismas o las personas a quienes representaban. Fueron relatos estremecedores entrecortados por sus lágrimas y las nuestras.
Tras escucharlos en silencioso respeto y profundo dolor, las personas con-celebrantes, arrodilladas ante las víctimas, reconocieron su responsabilidad en los hechos que, con la pasividad o indiferencia, habían causado tamaño daño, les pidieron humildemente perdón. Se comprometieron a poner en práctica los ideales evangélicos de verdad, transparencia, solidaridad, justicia y amor eficaz a las víctimas y les suplicaron ayuda para que las comunidades eclesiales sigan dando ejemplo de resistencia.
La ceremonia terminó con la acción de gracias por la memoria de los hechos vividos y su purificación y por el encuentro con las víctimas hermanas nuestras. En la celebración no se escuchó una sola palabra de rencor, ni un llamado a la venganza, ni una expresión de odio hacia las instituciones y las personas que tantas vidas y proyectos liberadores destruyeron. El acto fue todo un ejemplo de que es posible y necesario trabajar por la paz y la justicia desde la no violencia activa con el compromiso de que hechos tan luctuosos no se repitan ¡nunca más!
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