¿Desde dónde?... ¿hacia dónde?... ¿cómo?...

14 de Agosto de 2018

[Por: Rosa Ramos]




Desde las raíces personales y comunitarias

hacia la liberación – humanización 

contenida en la promesa de la tierra buena.

Venciendo las tentaciones del desierto.

Con paciencia histórica, porfiada esperanza, 

y siempre caminado con otros, 

como lo hicieron Moisés, Jesús, María de Magdala... 

Como tantos y tantas más

en esta larga historia de salvación.

 

En toda América Latina estamos celebrando los 50 años de la Conferencia Episcopal de América Latina de Medellín. Lo estamos haciendo con grandes encuentros como nuestro III Congreso de Teología, con Seminarios Internacionales como ICALA, como el CELAM en la propia ciudad de Medellín, pero también con múltiples pequeños encuentros en Institutos, Parroquias y Comunidades. Ante esto algunos se preguntan por el sentido de “mirar hacia atrás”, nos cuestionan si no deberíamos estar haciendo futuro, o tratando otros temas. 

 

Ante esas dudas, quizá sea necesario aclarar que no estamos añorando el pasado, estamos recogiendo el método-camino- para avanzar: mirando nuestras realidades, discerniéndolas, auscultando los signos de los tiempos así como nuestras fuerzas y flaquezas, para seguir dando pasos hacia la utopía, no entendida como lo inalcanzable o jamás posible, sino como esa promesa de realidad más humana que nos atrae como horizonte y que no podemos perder de vista. A esa recepción creativa del Concilio que fue Medellín, volvemos para seguir andando con sentido, en la doble acepción del término: orientación y significado.

 

Estamos en un momento histórico (económico, socio cultural y con nuevas subjetividades) en que la velocidad nos impide hasta saber si vamos o venimos, es decir en la velocidad (impuesta) perdemos el rumbo. Más aún, puede parecer muy “moderno” –es decir obsoleto- el empleo de términos como memoria, rumbo, horizonte, discernimiento, pues lo importante pareciera ser adaptarse, moverse a ritmo vertiginoso, divertirse, hacer, consumir.

 

El método “ver, juzgar, actuar” recogido y asumido por los obispos en Medellín -con las reformulaciones y enriquecimientos que sean necesarios desde nuestro presente epistemológico-, no es sólo pertinente sino urgente. 

 

Pertinente y urgente porque asistimos a una avanzada “anti-Medellín” en la sociedad y tristemente también en muchas iglesias locales, pese a las líneas claramente visibles del método en las exhortaciones papales Laudato si y Amoris Laetitia.

 

¿A qué me refiero? A varias tentaciones actuales. La primera “no ver”, sino rápidamente aceptar todo como “dado”, como realidad inmodificable y ajena a nosotros. La segunda tentación tan actual y naturalizada como la anterior es la contraria: el juzgar sin discernir, aunque sea un contrasentido. La tercera: hacer, moverse, embarcarse en todas las propuestas o proponer sin ton ni son, el activismo, que es lo contrario de la verdadera acción humana.

 

Frecuentemente oímos: “Es así”, “es lo que hay”, “o te adaptas o pereces”. Parecen mensajes de realismo pero encubren una actitud pasiva y a-histórica, como si la realidad no fuera un constructo histórico en el que participamos. Un exceso de aceptación y adaptación es sumisión, es renuncia a nuestra lucidez, a la conciencia que nos distingue como humanos, para la cual necesitamos las herramientas científicas disponibles y entrecruzar miradas con otros que nos ayuden a abrirnos a lo nuevo. Necesitamos el momento del “ver” para no vivir y actuar infrahumanamente o como masa.

 

La segunda tentación: muchas veces siguiendo el “se dice” de los medios de comunicación (recordemos el impersonal “se” propio de la existencia inauténtica planteada por Heidegger) hacemos juicios tan apresurados que no son propiamente juicios en el sentido que nos propone el método, pues no hay ponderación, valoración desde la Palabra de Dios. En esos casos hacemos pseudo juicios sin contemplación y sin discernimiento. 

 

Es necesario el esfuerzo de ir más allá de la superficie para discernir las dinámicas profundas de gracia o de pecado, de salvación o perdición y proféticamente anunciar o denunciar según sea el caso. Sin ese esfuerzo crítico además hacemos juicios sin contemplación en el sentido de juicios no misericordiosos, sino lapidarios que inmovilizan para destruir (tal cual el procedimiento de los animales con menor desarrollo evolutivo)

 

Nuestra sociedad también exige poder siempre más, una velocidad de planes y de acción, además del  seductor “multitasking”, que nos narcotiza haciéndonos creer omnipotentes  y genios que estamos innovando y siendo creativos. Pero, si realmente nos detenemos a ver y hacer un discernimiento desde el horizonte que perseguimos, nos damos cuenta que estamos en un activismo tan irreal, frenético y necio como el del “globo de la muerte”.

 

¿Recuerdan esa atracción electrizante de los circos? Esta imagen de mi infancia de pronto me ilustra claramente la sociedad actual en su vértigo engañoso… que no va a ninguna parte, y puede perecer en la misma locura como esa de girar varias motos cruzándose en forma mortal dentro de un globo. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el sentido y meta? Y ojo con las metodologías tan en boga, son otros globos de la muerte que nos enredan en vez de iluminar. 

 

A mayor conciencia y lucidez, mayor libertad y a mayor discernimiento en libertad, mayor posibilidad de acción humana; vale decir conductas y actitudes, que no sean meras reacciones ni adaptaciones, sino aquellas que más nos acercan a las relaciones de Reino de Dios que buscamos siguiendo a Jesús, de vida abundante compartida, al Buen Vivir. 

 

Se me fue el espacio en el planteo de la pertinencia y urgencia de volver al método de ver juzgar y actuar. Tenemos el privilegio y la responsabilidad de co-construir la historia munidos de sabiduría y paciencia, -rasgos subestimados en la cultura actual-. Pero no se trata de acciones quijotescas, no son tiempos de héroes o profetas individuales (si es que alguna vez los hubo), sino de esfuerzos de caminar juntos tras una promesa, “40 años” como Moisés, 3 como Jesús, o tantos de lenta gestación como la primitiva comunidad cristiana -en que también las mujeres abrían caminos y caminaban testimoniando al Resucitado-.

 

Recojo una afirmación de Luis Claudio Mandela escuchada estos días, creo que pone luz para detectar varias tentaciones y ver la necesidad de recuperar el método asumido en Medellín: “La importancia del paradigma del Buen Vivir no está en la ruptura del paradigma hegemónico, sino en retomar el horizonte que apunta a la necesidad de esa ruptura. Y no se trata del anhelo de una clase redentora, sino del desafío de (y para) toda la humanidad”.

 

Hago una acotación para esclarecer y hacer puente con mi anterior entrada que quizá resultó muy abstracta. En el “ver” entra también el descubrir y asumir nuestras historias colectivas y personales, aquello de Gustavo Gutiérrez de “beber del propio pozo” e identificar el “unicornio azul perdido” que nos dejó -quizá- esa huella abierta de sensibilidad para identificar zarzas que arden y no se consumen. 

 

 

Imagen: https://www.understood.org/~/media/8db8131803fa4eb6b39cdd3332f07b13.jpg

 

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