Cenáculos de resistencia y utopía

01 de Agosto de 2018

[Por: Marcelo Barros]




Cuando hay un terremoto, los técnicos buscan dónde se dio el epicentro, eso es, el punto nodal de donde partió la falla de la capa geológica. El epicentro de la crisis que la humanidad vive puede estar en una violencia cultural que nos ha hecho romper con la dimensión comunitaria que está inserta en el ADN de cada ser humano y aceptar el individualismo, la cultura de competencia y de absolutización del lucro, que el papa Francisco llama de "cultura de la indiferencia" con el sufrimiento de los pobres, tratados como desechables.

 

Por eso, cada vez más aumenta el número de personas que creen: un elemento fundamental en la lucha básica contra ese sistema dominante es organizar a la humanidad contra la barbarie. Eso se hace cuando los pobres se organizan en movimientos sociales y cuando buscamos fortalecer una democracia participativa y directa. Sin embargo, para quien cree, el desafío cotidiano es acompañar esa lucha social por una necesidad de permanente conversión personal. Eso sólo es posible en comunidad.

 

El Cenáculo es el nombre con el que la tradición cristiana llama "la sala alta", en la que, según los evangelios, Jesús hizo su última cena con los discípulos y discípulas, antes de ser arrestado. Allí, en aquella sala, sucedió el primer Pentecostés cristiano, con el descenso del Espíritu de Dios sobre la comunidad reunida. Por eso, en la historia de la Iglesia, el cenáculo continuó siendo el símbolo de una comunidad que, aun en medio de las tensiones, resiste unida. Es parábola de la utopía del reino de Dios. En medio de la resistencia, anuncia la esperanza de la liberación. Por eso, necesitamos formar siempre nuevos cenáculos, espacios de comunión recíproca, de resistencia a la sociedad dominante y de fortalecimiento de los hermanos y hermanas en el camino de la utopía. Necesitamos células de resistencia, de círculos de cultura de la comunión y de la solidaridad.

 

Paulo Freire proponía círculos de cultura. En Brasil y otros países de América Latina, las comunidades eclesiales de base han formado “círculos bíblicos”. Ahora debemos pensar en círculos humanos de comunión que sean cenáculos de resistencia y de utopía. Tal vez, en ese mundo individualista, la primera subversión sea crear y recrear círculos de comunión y solidaridad. Allí ensayamos la economía comunitaria que queremos para todos. Allí uno/a ayuda el otro (la otra) a se renovar permanentemente. Y al vernos, las personas de fuera podrán decir como decían con los primeros cristianos: “Vean como si aman”. Eso será la base del nuevo mundo que queremos construir. 

 

 

Imagen: Cerezo Barredo

 

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