Las promesas de Dios en los anhelos más hondos…

16 de Julio de 2018

[Por: Rosa Ramos]




“No lo olvides jamás

pequeña y canta.

Es hermoso vivir

con esperanza:

el amor puede más

que lo que pasa”

Teresa Parodi

 

En la entrada anterior escribí sobre las promesas de Dios. Seguí pensando en ellas, porque humildemente (humus, tierra, verdad) creo que somos muchos los que escuchamos esas promesas de Dios en lo más hondo de nuestros anhelos al contactar cuerpo a cuerpo con la realidad que nos interpela. Cuando la realidad resuena en lo más profundo del ser humano, Dios habla, Dios revela sus promesas-sueños grandes para la humanidad.

 

Promesas repetidas, generosas, que nos ensanchan los horizontes y nos alientan a seguir esperando y construyendo nuevas posibilidades intrahistóricas, con la convicción regalada –Gracia- de que se trata de verdaderas promesas-desafíos de Dios. 

 

No por repetidas dejan de sorprendernos y maravillarnos. Así lo vivió Teresa Parodi mirando a su hija en el amanecer de sus 15 años, aunque no logró decírselo esa mañana: “tantas cosas pensé y no dije nada”. Más tarde las escribe y regala en una canción que tantas madres, padres y buscadores reconocemos como “revelación”, como “promesa del Dios de la vida”:

 

“El país que soñé

que tú habitaras

aún nos cuesta dolor

sudor y lágrimas

Pero existe, mi bien!

Con tantas ganas

en tus ojos lo vi

esta mañana”

 

 

El Concilio Vaticano II afirma siguiendo la Escritura que el “cielo nuevo y la tierra nueva” (Ap. 21, 1) que anhelamos nos sorprenderán, pero nos alienta al trabajo porque afirma eso que ningún ojo vio ni oído oyó (1Co. 2, 9) contendrá, llevado a plenitud lo que torpemente, pero con paciencia y nobleza, hemos construido: 

 

“…la espera de una tierra nueva no debe amortiguar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo…” (GS 39)

 

“…los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados (GS 39)

 

Ni Moisés llegó a vivir en la tierra prometida, ni los indígenas llegaron a ver la tierra sin males, ni nosotros llegaremos… ese país soñado cuesta dolor, sudores y lágrimas… lo vemos en los que a diario emigran movidos por las guerras, por la hambruna, y perecen en los cruces de frontera, en el desierto, o en el mar, que se han convertido en inmensos cementerios…  

Sin embargo jóvenes y viejos no dejamos de verlo en visiones (Hechos 2, 17), en sueños de vida digna para los hijos que parimos o criamos, y en ellos para todos, como lo vio la cantautora citada. 

 

Son las promesas de Dios que vislumbramos en la fe (las promesas las recibimos en la fe, una fe antropológica, impronta de la creación), anhelantes  y con el corazón ardiendo, las que nos impulsan a seguir caminando movidos por el viento de una esperanza, confiados en que más temprano que tarde” otros llegarán y danzarán en ese otro mundo posible revestidos –recreados- de nueva humanidad”, del hombre nuevo al decir de San Pablo. 

 

No el Súper Hombre de Nietzsche, solitario, soberbio y omnipotente,  nuestra tierra prometida es la persona plenamente humana, con una libertad liberada y responsable para amar y darlo todo por amor, por la Vida abundante para todos, como el Maestro. 

 

La nueva humanidad será la parusía prometida. Pero antes de esa plenitud metahistórica ya nos vamos humanizando, lentamente y entre dolores de parto saboreamos las primicias.

 

Por eso el profetismo cristiano no es sólo denuncia, es también anuncio que alienta la esperanza de tiempos más humanos. Este profetismo cristiano nos compromete a todos a estar atentos a las promesas, y a los cumplimientos parciales, a esas primicias o arras y celebrarlas como lo hacía Abrahán con “altares” o “estelas” en el camino. La propuesta de esta semana sería “ver”, hacer inventario y compartir los cumplimientos parciales  ya hoy y aquí.

 

No para quedarnos allí en seguridades que nos adormezcan, sino para “seguir andando no más de esperanza en esperanza”.

 

Por eso una y otra vez celebramos y cantamos: 

 

Es hermoso vivir

con esperanza:

el amor puede más

que lo que pasa”

 

 

Foto: Festejo familiar. Familia Gallo Martino, Gerardo, Lorella, celebrando un cumpleaños con sus seis hijos,  Giulia (la cumpleañera), Silvia, Lorenzo, más  Muhamed, Ibrahim y Walter, 3 inmigrantes procedentes de la lejanísima Gambia (y desde hace 2 años viven en Aosta, norte de Italia).

 

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