05 de Julio de 2018
[Por: Juan José Tamayo]
Tras numerosos intentos frustrados de regular la eutanasia y el suicidio asistido, todos los partidos políticos del arco parlamentario español, excepto el Partido Popular, han tomado en consideración la Proposición de Ley sobre Eutanasia presentada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el Congreso de los Diputados y las Diputadas.
La reacción de los obispos católicos españoles no se hizo esperar a través de la declaración del secretario general de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo, quien calificó la Proposición de Ley de “descarte humano”, “falso derecho” y “corredor de la muerte voluntario” con estas palabras: “La proposición de Ley del Partido Socialista sobre la regulación de la eutanasia es todo un monumento a la insolidaridad y al descarte humano, que promueve además un falso derecho, un corredor de la muerte voluntario, y que se pretende introducir en la sociedad española de una manera artificiosa. A continuación voy a exponer mi opinión sobre la Ley.
La muerte impone respeto, más aún, miedo y pavor. No es para menos, ya que, como afirma el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, es la más fuerte y trágica anti-utopía, la mayor certeza, la manifestación privilegiada de la nada, la mayor desilusión, la aniquilación de toda dicha y la disolución de la comunidad. “Las mandíbulas de la muerte aniquilan todo”, concluye. A su vez, la regulación sobre la muerte plantea problemas de todo tipo.
Unos son de carácter religioso-fundamentalista: Dios es el señor de la vida y de la muerte, la da y la quita cuando quiere y el ser humano no tiene derecho a disponer de ella. La imagen de Dios a la que se apela es la de una divinidad feudal, que se considera dueño de vidas y haciendas. Otros problemas son de carácter moral: se argumenta que la eutanasia constituye el mayor atentado contra la vida de los seres humanos que debe ser condenado sin excepciones.
Otros argumentos en contra de la eutanasia son jurídicos: la vida es el bien más preciado a proteger en cualquiera situación. Hay todavía una cuarta dificultad de orden ascético-religioso para rechazar la regulación de la eutanasia en el caso de personas en situaciones de sufrimiento extremo: el sufrimiento es inherente a la vida humana y tiene carácter redentor.
La eutanasia se ha convertido también en un problema político y en un tema incómodo para el poder legislativo que con frecuencia se ve amordazado por concepciones religiosas, que dificultan su regulación o la restringen, incluso en sociedades secularizadas y Estados no confesionales, como son la mayoría de los países europeos.
Ahora bien, yo creo que las razones contrarias a la eutanasia se desvanecen al constatar que tanto pensadores creyentes de diferentes religiones como intelectuales no creyentes de diferentes tendencias ideológicas coinciden en el derecho a la misma y recurren a razones religiosas, morales y de conciencia para defenderla. Veamos tres ejemplos especialmente luminosos.
En su bello y esperanzador libro Una muerte feliz (Trotta, 2016), el prestigioso teólogo católico Hans Küng expresa su deseo de morir consciente y despedirse digna y humanamente de sus seres queridos, morir sin nostalgia, ni dolor por la despedida, con completa conformidad, profunda satisfacción y paz interior. Y se pregunta: “Todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida. ¿Por qué vamos a renunciar a ella en la etapa final?”.
El escritor Juan Goytisolo, Premio Cervantes, firmó en 2014, a los 83 años, una declaración en la que apelaba a razones éticas de índole personal para justificar su decisión de recurrir a la eutanasia y no prolongar inútilmente sus días, y expresaba su deseo de despedirse de la vida con dignidad. La eutanasia, afirmaba, es “la opción más justa conforme a mi conciencia y respeto a la vida de los demás”. Otra razón era que le parecía indecente malgastar sus limitados recursos en tratamientos médicos costosos en vez de destinarlos a completar los estudios de tres muchachos cuya educación había asumido.
En su libro La eutanasia, una opción cristiana (Editorial GEU, 2010), muy elogiado por Hans Küng en el artículo antes citado, Antonio Monclús, catedrático de pedagogía de la Universidad Complutense de Madrid, fallecido en 2016, defiende la eutanasia apoyándose en tres argumentos. El primero es la apelación a la conciencia como el espacio más insobornable del ser humano y la base de una ética personalista. El segundo es la consideración de la eutanasia como una opción cristiana, que demuestra con numerosos ejemplos de la historia de la Iglesia y con sólidos argumentos teológicos.
La tercera, que el cristianismo no es una religión dolorista, que se regodee en el sufrimiento. Es, más bien, una religión que lucha contra el sufrimiento y las causas que lo provocan, como se deduce de las propias de Jesús. “Misericordia quiero, no sacrificios”, en plena sintonía con la máxima de Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo que no cura los sufrimientos humanos”. ¡El profeta judío Jesús de Nazaret y el filósofo griego Epicuro de Samos tan cerca, el epicureísmo y el cristianismo en sintonía en lo que se refiere a la eliminación del sufrimiento!
En consecuencia, creo que no hay razones religiosas, éticas, jurídicas o políticas para oponerse a la Proposición de Ley sobre Eutanasia.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus últimas obras son: Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2017); ¿Ha muerto la utopía? ¿Triunfan las distopías? (Biblioteca Nueva, 2018).
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